DOMINGO DE RAMOS
Homilía de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús
en el Domingo de Ramos (Catedral Nuestra Señora de la Asunción, 17 de
abril de 2011)
Queridos hermanos:
De la procesión
Iniciamos la Semana Santa con la bendición de los ramos, pero el sentido
de la Pascua no termina aquí. No podemos ignorar el significado que es la
bendición de los ramos. Es el reconocimiento de Jesucristo Rey que entra a
Jerusalén y tenemos que acompañarlo; no lo podemos dejar solo; no podemos
irnos, tenemos que estar con Él y escuchar muy bien el relato de la Pasión.
Acompañemos a Cristo. Es un momento fundamental: el misterio de Dios, el
misterio de Cristo, se vuelve a repetir hoy. Cristo asume el pecado y el dolor del
mundo. Lo carga sobre sus espaldas y, en amor, obedece al Padre y por el Padre
y por nosotros, Él se entrega a la cruz.
Es fundamental que nos demos cuenta que ni el poder, ni las riquezas, ni
los cargos sociales, ni las cosas, pueden satisfacer a la persona humana. Cristo
nos muestra el camino y el camino es el Amor. El Amor de Dios en el amor a
nuestros hermanos; se hace cercano, nos tiene en cuenta, nos ama y nos
respeta, nos dice que nosotros con Él tenemos que ser fraternos y servir de
verdad al que más necesita.
La tragedia del hombre contemporáneo es querer vivir “sólo por hoy” y no
preocuparse demasiado de los demás, no complicarse la vida, alejarse de la
responsabilidad, alejarse de la cruz, alejarse de aquello que implica
responsabilidad. ¡Por eso, así estamos! Con esa angustia, ese individualismo, esa
soledad, que nos lacera y en lugar de darnos gozo, paz y entusiasmo, nos da
tristeza y amargura.
Cristo nos da fuerzas, no para quitarnos la cruz.
Cristo nos da fuerzas para asumir la cruz.
¡No la quita!
¡Te da sentido!
¡El se pone en el lugar, pero también nos invita a que nos pongamos en
nuestro lugar!, ¡a que asumamos nuestra responsabilidad!, ¡a que seamos
maduros!, ¡como personas, como cristianos!, ¡como personas ciudadanas! La
fuerza de Dios es misteriosa e inexplicable.
La omnipotencia del mundo se muestra en esa aparente impotencia de
Dios. Y Cristo en la cruz, que parece impotente, vence al pecado y nos da su
amor. Recorramos en estos días esta realidad. Mirémoslo a El. Tomemos
conciencia de cuánto amor Dios nos tiene y preguntémonos si estamos
dispuestos a correr la misma suerte que Jesús, por medio de su amor.
De la Pasión
Quisiera afirmar algunas cosas que nos puedan venir bien para esta
Semana.
Es un error pensar que la vida cristiana se reduce al buen comportamiento
moral. “Hay que ser buenos y no ser malos”, “hay que ser así y no de otra
manera”. Reducir la vida cristiana a un mero comportamiento moral es no captar
la profundidad del misterio.
La profundidad del misterio es la decisión de Dios, que nos ha querido
salvar haciéndose hombre, verdadero Dios y verdadero Hombre. Cristo asumió
todas las consecuencias de la humanidad, menos Él, en el pecado; pero asumió
el pecado de la humanidad. La decisión de Dios es que nos salvó cargando sobre
sus espaldas el peso del pecado. ¿Es que no nos damos cuenta? ¿Es que estamos
mirando para otro lado? ¿Es que todavía estamos jugando?
Queridos hermanos, el amor de Dios es irrefutable, es extraordinariamente
grande. Cristo, “como cordero silencioso al matadero”, soportó la ignominia del
hombre, el atrevimiento de ellos, ¡y con su vida y con su muerte, todavía nos da
su!, justicia y su justicia es darnos el perdón. Y Cristo dice: “Padre perdónalos,
porque no saben lo que hacen”.
Por lo tanto hoy tenemos que mirar el misterio del Padre en Jesucristo, en
el Espíritu. Y que este Cristo nos dio su amor. ¿Qué más queremos? ¿Qué
más pretendemos? ¿Qué otra cosa queremos que haga por nosotros? El amor de
Cristo tiene una elocuencia que nos lleva al silencio, a la contemplación y a la
gratitud.
De este misterio de Cristo, que no es sólo Dios, que no es sólo hombre, sino
que es verdadero Dios y verdadero Hombre, nos deja su amor como herencia; y
nos dice “el amor es posible”, “vivir en paz es posible”, “hacer el bien es posible”.
Nos saca de la nube del pecado, de la soledad, de la oscuridad, de las tinieblas, y
nos hace vivir una vida nueva.
De ese encuentro con el amor de Jesucristo, nuestra vida se convierte en
una vida plena, íntegra, auténtica, ética, con un comportamiento adecuado a lo
moral. Pero el misterio no queda reducido a lo moral, sino que el misterio es el
amor de Jesucristo.
Meditemos esto y cuando vayamos a casa, esta semana tratemos de hacer
un silencio profundo. Tomemos el Evangelio, sigámoslo, pongámonos en los
distintos personajes en que cada uno de nosotros se va a encontrar
representado. En Pedro, en Judas, en el sirviente, en el soldado, en el centurión,
en los bandidos; pero sobre todo mirémoslo a El.
La cruz de Cristo no es derrota, es victoria. No anula el dolor, pero es mas
fuerte la victoria. Hoy estamos celebrando la victoria de Cristo sobre el pecado,
sobre la muerte, sobre la tristeza que pesa en los hombres, sobre la soledad que
está en los hombres, sobre las miserias que está instalándose en nuestra
sociedad, en nuestra familia, en nuestro país y en todos lados. Por todas esas
cosas Cristo es la fuerza para que podamos vivir una vida nueva
Pidamos al Señor que nos hable y que nosotros, escuchándolo, le podamos
responder.
Que así sea.
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús