SAL Y LUZ: EL COMPROMISO CRISTIANO
Reflexión de monseñor Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús para el
programa radial "Compartiendo el Evangelio", para el 5º domingo durante el año
(6 de febrero de 2011)
Evangelio de San Mateo 5, 13-16 (Ciclo A)
Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes son la sal de la tierra. Pero si
la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve
para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad
situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón,
sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los
que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en
ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al
Padre que está en el cielo."
Queridos hermanos, este Evangelio dice que nosotros somos la sal de la tierra y
la luz del mundo. También remarca nuestro compromiso y nuestra misión. El cristiano
tiene que estar compenetrado y a la vez confrontado por el mundo, para ser sal y ser
luz que indican identidad. Pero la identidad también se tiene que mostrar frente a
aquello que no la tiene. La sal corre el peligro que se torne insípida y la luz corre el
peligro de que se apague, se oscurezca y no ilumine.
Los creyentes, los discípulos pobres, humildes de corazón, operadores de paz,
tenemos que estar unidos a Cristo, pero tenemos que hacer brillar la vida y mostrar el
convencimiento y el amor a Cristo Jesús a través de la acción. Por eso es una
disposición de la voluntad y a la vez es una ejecución.
La voluntad del cristiano no es sólo para sí, sino también para ser testigo, ser
testimonio para los demás. Por lo tanto ¡es muy importante esa actitud de identidad!
Uno tiene que ser lo que es: el creyente tiene que ser hijo de Dios y hermano con
los demás hermanos y vivir como hermano. Pero si nosotros perdemos la raíz de lo que
es nuestra pertenencia a Dios, del reconocimiento de nuestra filiación divina, del
vínculo que Dios nos ha regalado como don, si cortamos ese parentesco espiritual, esa
dependencia con Dios Padre, inmediatamente se resquebraja también la relación
fraterna entre los hermanos. Se es buen hermano cunado también se es buen hijo, y se
es buen hijo pudiendo ser buen hermano.
Nosotros los cristianos, los creyentes, los católicos, tenemos que ser concientes
de nuestra identidad e incidir en la cultura, en la sociedad, en la familia; es decir
tenemos que salar, dar gusto, dar sentido. Y con la luz pasa lo mismo.
La luz es para iluminar, para salir de las tinieblas, para salir de la oscuridad, para
salir de aquello que no es para poder ser lo que uno tiene que ser. ¡Cuánta gente está
en la oscuridad!, ¡cuánta mediocridad!, ¡cuántas medias palabras!, ¡cómo se desdibujan
las cosas! Por eso nosotros tenemos que ser convencidos de que esta luz de Cristo,
que nos ilumina, también tiene que iluminar a los demás.
Acá hay una sola tentación que nos puede suceder: si nos separamos de la luz
no vamos a iluminar a los demás por mucho tiempo. Recordemos que hay estrellas que
vemos pero que ya no existen, han perdido su identidad.
Los sacerdotes, los obispos, los laicos comprometidos en tareas apostólicas,
siempre tenemos que estar unidos a Cristo que da la sal, a Cristo que es la Luz que
nos ilumina. Pero que nuestra iluminación, nuestras buenas obras, sean realmente
comprometidas y no sean externas, ni mediáticas, ni sólo por hoy.
Pidamos al Señor tomar conciencia de nuestra vocación y que tengamos también
la decisión -con humildad- de querer ser un buen creyente, un buen cristiano, un buen
hijo de Dios, un buen hermano con los hermanos.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
Mons. Rubén Oscar Frassia, obispo de Avellaneda-Lanús