La Ascensión del Señor
(Hechos 1:1-11; Efesios 1:17-23; Mateo 28 16-20)
¿Por qué celebramos la Ascensión del Señor con alegría? ¿No sería la tristeza más
apropiada? Pues, el día recuerda cómo Jesús – nuestro hermano – se nos ha ido al
cielo. Reside allá, no acá. Llama la atención un himno americano con un tono
solemne: “Ya no escuchamos las palabras graciosas de quien habló como ningún
otro.”
Una vez más, ¿por qué celebramos la Ascensión con alegría? Hay al menos tres
razones significativas. Primero, el Señor se fue para establecer un hogar para
nosotros. Dice Jesús en el Evangelio según san Juan, “…voy a prepararles un lugar.”
Este lugar es una creación completamente nueva, como la creación del universo en
el mero principio. El cielo había sido una existencia sin espacio desde que Dios y
sus ángeles son puros espíritus. Pero Jesús lo ha recreado con tres dimensiones por
ascenderse al cielo con su cuerpo glorificado. Ya puede acomodar a nosotros tanto
corporalmente como espiritualmente.
Segundo, Jesús subió a Dios para defendernos del mal. Dice la lectura de la Carta a
los Efesios que Dios Padre “puso (todo) bajo los pies (de Cristo) y a él mismo lo
constituyó cabeza suprema de la Iglesia.” Ya nada puede conquistarnos porque
Cristo, nuestro Señor, tiene poder sobre todo. Podemos pedirle ayuda con toda la
confianza de un policía bajo fuego llamando al capitán para socorro.
Tercero, Jesús abandonó a sus discípulos con su cuerpo para arrimarse a todo el
mundo con su Espíritu Santo. Aunque suena paradójica, es la verdad. Cuando
estaba en el mundo en carne y hueso, Jesús era limitado. Sólo podía proclamar el
reino de Dios Padre a los habitantes de Israel, no a los griegos mucho menos a los
indígenas de las Américas. Pero una vez ascendido al cielo, su alcance llega a los
fines del mundo. Él envía a su Espíritu para transformar a sus seguidores en
proclamadores a todos los pueblos. Nuestros corazones también arden con el
mismo Espíritu Santo de modo que nos hagamos en constructores del Reino. Como
dice el canto, “Hombres nuevos, creadores de la historia, constructores de nueva
humanidad.”
“Alegría, alegría hermanos”, cantamos con un tono solemne el domingo de Pascua.
Sí, tenemos la alegría porque el Señor resucitó de la muerte y vamos a resucitar
con él. Sin embargo, todavía tenemos que pasar por el terror de la muerte. Todavía
tenemos que experimentar el alma arrancándose del cuerpo. Es como la Ascensión
– una experiencia tanto triste como alegre. Es triste porque no escuchamos más las
palabras graciosas de nuestro hermano Jesús. Es alegre porque nos acompaña
Jesús con su Espíritu. Sí, Jesús nos acompaña.
Padre Carmelo Mele, O.P.