Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios,
mi Salvador
Lc 1, 39-56
Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
LA FE DE MARÍA SE MANIFIESTA TAMBIÉN EN EL HECHO DE IR A VISITAR A ISABEL
La bienaventuranza de la fe: el elogio dirigido por Isabel a María nos lleva a reflexionar, en este
tiempo de espera, sobre nuestra fe. La fe de María se caracteriza como una adhesión a la
promesa de Dios. María está totalmente segura de que Dios quiere y sabe ser fiel a la palabra
dada. El misterio de Dios se oculta en aquel niño que, como todos los niños, se va formando en
el seno de su madre. Creyendo, ha comenzado a constatar cómo Dios es fiel en realizar su
promesa. También esto es cierto para nosotros: si no creemos, no experimentaremos nunca
cómo el don de Dios, misteriosamente, puede ir formándose en nosotros.
La fe de María se manifiesta también en el hecho de ir a visitar a Isabel: un viaje inspirado por
la premura de su prima que necesita ayuda -como suele decirse comúnmente y con razón-,
pero también un viaje para ir a contemplar lo que Dios está haciendo en los otros.
También nuestra fe tiene mucho que aprender de esta actitud, ya que debemos tratar de
darnos cuenta de lo que Dios hace en la historia de los demás. María e Isabel tienen esto en
común, de lo que nos podemos aprovechar nosotros hoy: saben dialogar sobre lo que Dios
hace en ellas. Ninguna de las dos habla de sí, sino de la otra, o de lo que Dios ha hecho, hasta
el culmen del Magníficat.
La fe de María nos exhorta a insertarnos en el clima propio de los «pobres del Señor», es decir,
de las personas humildes y sencillas que confían en Dios sabiendo reconocer su obra. Se nos
invita a vivir en una actitud general de disponibilidad al plan de Dios que nos invita a volver a
las palabras del salmo (39,8) que el autor de la carta a los Hebreos pone en boca de Cristo:
«Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,7).
ORACION
Has salido a mi encuentro, Señor Jesús, y me has concedido la gracia de conocerte. Llevado
por la Iglesia , como por María tu madre, me has visitado y me has dado la fe. Gracias, Señor.
Concédeme que, como el Bautista, pueda alegrarme, porque sigues viniendo a mí, porque
continúa la gracia de tu visitación e incesantemente se renueva la sorpresa del encuentro.
Renueva en mí el don de tu Espíritu, para que, como Isabel, esté dispuesto a acoger al que
habla de ti y, sobre todo, ser constante en buscarte donde te dejas encontrar, en la Iglesia.
Visitada por ti, Señor, también mi pequeña historia se convierte en una historia donde el Padre
sigue hablando.
Como María, que te llevó en el seno y te engendró, te pido que te formes en mí; engendrado
como hijo de Dios a tu imagen, hazme de veras cada vez más ese hombre nuevo que eres tú.
«Mi alma glorifica al Señor»: mientras vamos preparándonos a celebrar tu nacimiento,
concédenos reconocernos todos en las palabras de María, contar lo que el Padre sigue
haciendo hoy con los humildes que le temen.