¡SU SUERTE, LA NUESTRA!
Por Javier Leoz
Cuarenta días atrás celebrábamos aquel día santo en el que –Cristo- saltó
de la muerte a la vida y, con El, todos nosotros. Fueron horas de vigor en
nuestra fe, de ganas por seguir adelante, de renovación en nuestra
existencia bautismal y… de optar por Aquel que, subiendo del sepulcro, nos
enviaba a dar razón y testimonio de su presencia.
1.- Hoy, con esta solemnidad de la Ascensión, caemos en la cuenta de que –al fin y
al cabo- lo que esperaba a Jesús al final de su paso por la tierra era el abrazo con el
Padre. De alguna manera se cierra el contacto visual y físico entre el Señor y los
discípulos y comienza la etapa del Espíritu Santo, la llamada a la madurez eclesial y
la invitación a no perder la esperanza: el Espíritu marchará junto a nosotros
recordándonos lo qué tenemos que hacer, dónde y cómo.
Es duro ver partir a un buen amigo. Y, en la Ascensión del Señor, a buen seguro
que los ojos de los apóstoles se humedecieron ante tal prodigio con sabor
agridulce: el Señor, nuestro amigo y Señor, se nos va. ¿Qué vamos hacer? ¿Quién
nos dará el pan multiplicado? ¿Quién nos saciará en la hora del hambre? ¿Quién
calmará nuestras tormentas? ¿Quién pondrá paz cuando, por las ideas, nos
distanciemos del evangelio?
Ante estas interpelaciones, aquellos entusiastas del apostolado, se responderían a
sí mismos: el Señor se va pero, pronto, marcharemos también con El nosotros. Su
suerte, la del cielo, será la nuestra; y por la puerta que El deje abierta, entraremos
nosotros.
2.- Los sentidos, de aquellos discípulos, se quedaron contemplando aquel suceso
pero, pronto, se dieron cuenta de que los pies los tenían en la tierra. Que estaban
obligados a llevar al mundo lo que, Jesús, en tres años escasos les había
transmitido: el amor de Dios.
En ese cometido, también nos encontramos nosotros. Con toda la Iglesia seguimos
proclamando el Reino de Cristo (el que podemos construir ya en nuestro entorno)
pero que culminará y se visualizará en todo su esplendor al final de los tiempos. No
podemos detenernos en este empeño. Aunque nos parezca mentira, hay sed de
Dios, ganas por conocerlo y amarlo. Mirando al cielo (exclusivamente) no se nos da
garantía de seguir anunciando todo el legado que Jesús nos dejó mientras estuvo
con nosotros. Fiándonos solamente de nuestras fuerzas, de las seducciones del
mundo tampoco es que sea un seguro de vida para conseguir una humanidad sin
odio ni rencor, sin injusticias ni maldades. Como siempre, en el término medio,
oración/acción, encontraremos la clave para servir a Dios (como el merece) y para
no olvidar las contrariedades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo
(obligados estamos desde el mandamiento del amor).
3.- Dejemos marchar al Señor al cielo. Crezcamos ahora con aquello que El nos
confió como vitamina eterna (la eucaristía); como presencia y seguridad (su
Palabra); como aliento en nuestro caminar (su Espíritu Santo).
Un bebé, cuando ha de caminar por sí mismo, llora, tiene miedo, vértigo…va
buscando los brazos de sus padres o los de aquellos que le rodean. Luego, al
tiempo, comprende que el mundo es otra cosa cuando lo descubre por propia
experiencia. Que también por nuestros propios senderos, podamos avanzar sin
olvidar que –Jesús primero- los recorrió antes que nosotros.
¡Vete, Señor, al cielo! ¡Deja huella para que un día tus amigos podamos también
encontrarlo!
4.- ¡QUE TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
¿Por qué desapareces tan inesperadamente
sabiendo que nos dejas huérfanos, Señor?
¿Quién pronunciará las palabras certeras
cuando, a nuestro lado, venza la confusión o la mentira?
¿Quién proporcionará el pan multiplicado
cuando el hombre, además de tu presencia,
nos exija el sustento de cada día?
¿Quién calmará los dolores de los enfermos?
¿Quién resucitará a los que, de improviso,
han muerto y estaban llamados a la vida?
¡QUE TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Te vas al cielo y, mirando a nuestro alrededor,
sentimos que nos va a faltar tu mano,
que tus huellas se difuminarán
como el agua del mar elimina las de la arena
¡QUE TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Proclamar tu mensaje
cuando , los oídos de los más cercanos,
están dispuestos para todo…menos para Ti
Llevar tu Palabra
cuando, los que saben leer entre líneas,
prefieren voces sin compromiso ni verdad
reclaman señales con sabor a tierra
y no pregones con promesas de eternidad
¡QUE TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Vivir, según Tú viviste
Amar, como Tú amaste
Orar, como Tú rezaste
Perdonar, como Tú perdonaste
Sentir a Dios Padre
como Tú, Señor, sólo lo hiciste
¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!
Te vas al cielo, al encuentro con el Padre
sabiendo que, aún con muchas debilidades,
intentaremos sostener tu obra aquí iniciada
¡Vete, Señor! ¡Pero no nos abandones!
Vete, Señor, y ojala pronto vuelvas
a culminar Reino que no acaba aquí en esta tierra.
Amén