Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se
alegrará”
Jn 16, 20-23a
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
ESA TRISTEZA SE CONVERTIRÁ EN GOZO
Seguimos con la alegría. En las palabras que aquí pronuncia Jesús subyace la idea del
sufrimiento misionero como condición necesaria y lugar privilegiado de la alegría eclesial. De
esta alegría fue maestro y protagonista el apóstol Pablo. En medio de las persecuciones que le
vienen a causa de la predicación del Evangelio, afirma: «Estoy lleno de consuelo y
sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo, los
convertidos acogen «la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones»
(1 Tes 1,6). Los ministros de la Palabra están «como tristes, pero siempre alegres; como
pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo
poseemos» (2 Cor 6,10).
Hoy como ayer, quien se compromete en el inmenso y minado campo de la difusión de la
Palabra, en la tarea misionera, seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene
garantizada la alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo un «hombre
nuevo», de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar sentido y vitalidad a vidas
marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en rostros sin esperanza. Es la alegría de ver
aparecer la vida allí donde sólo había ruinas. Ese es el milagro de la misión. ¿Por qué no
superar el miedo al fracaso, para gozar de esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles
generosos?
ORACION
Hoy me doy cuenta, Señor, de que mi escaso compromiso con la misión puede proceder
asimismo del temor al fracaso. Es preciso poner la cara, con el peligro de alcanzar resultados
escasos e incluso irrisorios. Me doy cuenta también, Señor, de que no siento compasión por mi
prójimo, que camina en su cómodo, aunque insano, cenagal. Y me pregunto si he
experimentado de verdad tu amor, si conozco de verdad tu amor por mí, tu compasión por mí,
lo que has hecho por mí. ¿Es ésa, Señor, la razón por la que me encuentro a menudo árido y
triste? ¿Es ésa la razón de que no conozca las alegrías que proporciona ver reflorecer la vida?
¿Se debe a eso que me sienta cansado y resignado?
Concédeme, Señor, un corazón grande, lleno de compasión, que me mueva a llevar tu vida a
mi prójimo. Muéstrame, más allá de tanto bienestar y despreocupación, la profunda necesidad
que hay en tantas personas de algo más y mejor: la necesidad de ti. Ayúdame a superar mi
aridez, para llevar un poco de alegría, para que también en mí vuelva a florecer tu alegría.