VII Semana de Pascua Ciclo A
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
VIERNES
Lecturas
a.- Hch. 25, 13-21: Pablo ante el rey Agripa.
b.- Jn. 21, 15-19: Simón, ¿me amas? Apacienta mis ovejas.
Encontramos nuevamente a Pablo dando testimonio de la verdad, ahora frente a
Festo, el nuevo gobernador romano en Judea. Este hombre quería un juicio justo
para Pablo, y no sólo una condena, como querían los judíos, tarea que no había
realizado Félix el anterior gobernador. Llevado a cabo el juicio en Cesaréa, acusado
y acusadores están presentes, pero no puede haber condena, porque considera
Festo que las querellas no son suficientes para condenar a Pablo a muerte. Lo
planteado contra Pablo era cuestiones estrictamente religiosas, discusiones acerca
de su religión, y de un tal Jesús, que ha muerto y que Pablo asegura que ahora
está vivo (v.19). Es la misma idea que se hizo Claudio Lisias (cfr. Hch. 23,29) y que
ahora Festo lleva al terreno de la superstición; lo que Pablo había juzgado respecto
a los ateniense cuando los visitó (cfr. Hch. 17, 22). Todo lo cual estaba fuera de su
competencia, por lo cual propone trasladarlo a Jerusalén para hacer un juicio real,
con informes más fiables de personas que conocieran al acusado. Pero Pablo había
apelado al César, por lo tanto, debía ser custodiado a Roma. Nuevamente es Lucas
quien quiere demostrar no sólo la inocencia de Pablo, sino de la fe cristiana. Nada
se opone a la a las leyes de Roma o al orden público de parte de los cristianos, de
parte de Pablo. La resurrección es el tema de judíos y cristianos, también hoy con
los que no creen, pero la conducta de los cristianos en la sociedad es lo que debe
reflejar su fe en el Resucitado.
En el evangelio encontramos a Jesús resucitado, la pesca milagrosa y la triple
confesión de amor de Pedro por Jesucristo. En el primer relato encontramos la fe de
los apstoles en la palabra de Jesús: “Echad la red a la derecha de la barca y
encontraréis” (v.6). Había pasado la noche sin coger nada y al volver encuentran a
Jesús, quien les pide de comer. Cogieron ciento cincuenta y tres peces y al volver
con tamaa pesca, el discípulo amado reconoce al Seor Jesús: “Es el Seor” (v.7).
En la orilla Jesús los espera con pescado y pan puesto a las brasas y se los reparte.
Es una de las apariciones del resucitado. El número de peces, simboliza a los
pueblos que ingresarán a la Iglesia y el que la red no se rompiera, simboliza la
unidad de la Iglesia. Se cumplen van cumpliendo las palabras de Jesús: los hará
pecadores de hombres (cfr. Mc. 1, 17). La triple confesión de amor corona la triple
negación de Cristo en la Pasión. Digo corona porque si bien allí lo negó ahora lo
confiesa ante los apóstoles, el propio Cristo y ante los lectores del evangelio, la
comunidad eclesial, preparando el martirio que deberá padecer por Cristo ante el
poder de Roma en la colina vaticana. En cada una de las confesiones de Pedro,
responde con el mandato de cuidar su grey (vv.15-16.17). Es el maravilloso
anuncio del pastoreo universal de Pedro sobre toda la Iglesia de Cristo y el
anuncio también de su futuro martirio. “En verdad, en verdad te digo: cuando eras
joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras. Con esto
indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió:
Sígueme” (vv. 18-19). Si hay una cosa clara en la figura de Pedro, como discípulo
es su seguimiento de Cristo, por el Calvario y la resurrección hasta el martirio en
Roma. Mientras en la Pasión experimenta su debilidad como hombre, al ocultar su
divinidad, por medio de la humillación, Pedro experimenta su propia debilidad, por
su cobardía y temor, que no le hicieron, sin embargo, perder su fe. Para nosotros
es un admirable testimonio de fe y de confianza en la gracia de Dios, en el poder
transformado del amor del Maestro por uno de sus discípulos más cercanos íntimos,
junto a Santiago y Juan. La plena adhesión a Cristo y a su Iglesia representada en
su Vicario, son ciertamente un camino continuo de conversión, para que como
Pedro, podamos decirle, con el cumplimento fiel de su voluntad: “Seor tu lo sabes
todo; tú sabes que te quiero” (v. 17).
Solo el amor de Cristo, santificó a Pedro, lo purificó en pureza de amor, enseña
Juan de la Cruz, de todo aquello que se oponía a su conversión, sus miedos y amor
propio, por la humildad nacida del Calvario y de la resurrección del divino Maestro.
Librarse de todos lo modos bajos de obrar, significa contar con el amor de Dios en
nuestra vida que no solo purifica sino que une. San Juan de la Cruz: “¿Quién se
podrá librar de los modos y términos bajos si no le levantas tú a ti en pureza de
amor, Dios mío?” (D 27).