ESPÍRITU RENOVADOR
(DOMINGO DE PENTECOSTÉS.)
15 mayo 2005
"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una
casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. En esto, entró Jesús, se puso
en medio y les dijo: Paz a vosotros.
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de
alegría... Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos". (Jn 20,19-23)
Todos hemos contemplado los efectos de un tifón, de un huracán, de un tsunami...
Suponen una barrida total. Provocan una destrucción casi completa de lo, hasta ese
momento, existente, y, desde ahí, tiene que surgir una realidad nueva. Podría
servirnos la imagen para comprender la realidad de Pentecostés. Tan sólo con una
diferencia: lo destruido por el vendaval no siempre es malo, suele llevarse por
delante una realidad, a veces, muy hermosa (aunque no sea más que porque
destruye vidas humanas). En Pentecostés, todo lo arrasado es malo. Y todo lo
implantado, como renacimiento, bueno. Porque el Espíritu pasa como un "viento
huracanado", que conmueve los cimientos de la casa y derriba los
atrincheramientos personales. Nos lo dice el Evangelio de hoy: "Recibid el Espíritu
Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos".
Todo lo que sea pecado, queda barrido y borrado por el Espíritu. Incluso los más
graves. Como si fuera un potente quitamanchas, capaz de limpiar lo que a otros se
les resiste. Por eso, se considera como el artífice de la santificación. Donde actúa el
Espíritu se implanta la gracia y la santidad. Es verdad que el paso del pecado a la
gracia suele ser doloroso: se necesita arrancar una situación existente, se necesita
el esfuerzo por superar determinadas circunstancias, se necesita la decisión para
emprender un camino nuevo (que no siempre se sabe por dónde discurrirá ni a
dónde nos llevará)... Pero, a la misma vez, se experimenta el gozo de la
certidumbre, de haber acertado, de vivir como vale la pena... uno se siente
enfervorecido, animado, con los pulmones llenos, decidido, seguro, renovado,
tranquilo, suelto de palabra...
Por eso, se dice que quien no es devoto del Espíritu Santo, no puede progresar ni
alcanzar la santidad. Por eso, se afirma que el que no se deja llevar por el Espíritu,
jamás tendrá una vida entregada testimonialmente.
Es hoy una buena ocasión para invocar al Espíritu sobre nosotros, sobre nuestras
comunidades y sobre la Iglesia entera. Sólo así seremos radicalmente renovados, y,
desde nuestras vidas, se renovará el mundo. La Iglesia reza hoy así:
Ven, Creador Espíritu,
al alma de tus fieles,
y llena con tu gracia
todos los corazones.
Paráclito divino,
oh Dios de Dios altísimo,
Amor, Fuego, Fuente viva,
Unción de los espíritus.
En nombre de Dios Padre,
dirige nuestras almas:
infúndenos tus Dones,
inspira las palabras.
Tu Luz nos ilumine,
el corazón abrasa,
y nuestro ser, tan débil,
conforta con tu gracia.
Ahuyenta al Enemigo
y da la paz al alma:
a tu inspiración dócil,
del mal es preservada.
Saber por Ti del Padre
y conocer al Hijo,
creer en Ti, concédenos,
de ambos el Espíritu. Amén
Miguel Esparza Fernández