Comentario al evangelio del Jueves 09 de Junio del 2011
Queridos amigos y amigas:
Jerusalén, Atenas y Roma eran tres ciudades-símbolo en tiempos de Pablo. Jerusalén representaba la
ciudad santa del judaísmo y el lugar en el que sucedieron los acontecimientos centrales de la vida de
Jesús. Esto es particularmente importante en la teología del autor de los Hechos. Atenas simbolizaba la
sabiduría. Roma era el centro del imperio.
Pablo ha dado testimonio de Jesús en Jerusalén y en Atenas. Lo ha presentado en los círculos
religiosos y culturales. Le queda presentarlo en el centro político: Lo mismo que has dado
testimonio a favor mío en Jerusalén, tienes que darlo en Roma . Como veremos más adelante,
Roma será testigo de la palabra elocuente del Pablo maduro, pero será, sobre todo, el escenario de su
prisión y de su muerte. Pablo será ajusticiado en la ciudad donde reside el mismo poder que ajustició a
Jesús. A la hora de la muerte, se da, pues, una íntima vinculación entre Maestro y discípulo.
Uno de los acentos del testamento de Jesús es su oración por la unidad. Las palabras Que todos sean
uno se han convertido en un lema que ilumina muchas realidades cristianas , pero, sobre todo, en
las últimas décadas, la causa ecuménica. Y se ha vinculado la unidad de la comunidad de Jesús con la
credibilidad de su mensaje: Para que el mundo crea que tú me has enviado. No hay mucho que decir
sobre esta vinculación. Salta a la vista.
¿De qué unidad habla Jesús? ¿De la que se logra a base de interminables diálogos, acuerdos,
tratados? Este es el significado que suele tener el término “unidad” en perspectiva política. ¿Cómo se
ha ido construyendo, por ejemplo, la Unión Europea? Pues a través de un largo proceso negociador en
el que todos ceden un poco, pero en el que los más fuertes tienden a imponer su criterio a los más
débiles. Creo, sin embargo, que la unidad que Jesús pide al Padre es de naturaleza pascual . Se
logra cuando uno muere para que el otro viva. No es un gesto de rendición o de debilidad sino de fe
en el don de Dios. Lo nuevo sólo adviene cuando lo viejo es crucificado y sepultado.
P. Fernando Gonzalez