N O SOMOS NOSOTROS LOS QUE NOS ACERCAMOS A É L PARA COMPROBAR QUE ESTÁ VIVO , SINO QUE ES
É L , QUE ESTÁ VIVO Y RESUCITADO , QUIEN VIENE A NOSOTROS Y TOCA NUESTROS CORAZONES CON SU
E SPÍRITU S ANTO
(Domingo II – TP – Ciclo A – 2008)
“Bienaventurados los que creen sin haber visto!” (cfr. Jn 20, 19-31). A las
bienaventuranzas proclamadas en el Sermón de la Montaña –Felices, los pobres de espíritu, los
perseguidos por justicia, los humildes-, Jesús resucitado agrega una nueva bienaventuranza:
felices los que creen sin ver.
Felices los que, escuchando no cualquier testimonio, sino el testimonio de la Esposa de
Cristo, la Iglesia Católica, en la Persona del Santo Padre, del Magisterio, de la Tradición, de los
Padres de la Iglesia, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Santos, crean, sin ver, que Jesús
ha resucitado.
La resurrección de Cristo es el dato central de la fe católica; constituye el culmen del
misterio pascual de Jesucristo; representa la continuación del paso de la cruz, y es lo que le da a
la cruz el verdadero sentido. Sin resurrección, la cruz sólo haría más insoportable una vida que
ya en sí misma es dura y amarga.
La resurrección, como continuación del misterio de la cruz, la enaltece y le da su
significado último: la cruz es el paso para la resurrección. Sin la resurrección, la cruz carece de
sentido, es solo tortura y muerte; con la resurrección, la cruz es el paso luminoso a la vida
eterna.
La resurrección completa la tríada iniciada con la Última Cena, ya que forma, junto con la
cruz, parte del misterio pascual: Última Cena, Cruz y Resurrección forman una sola unidad, y
esta tríada se actualiza y se hace presente en la Santa Misa, ya que la Misa es un misterio
insondable, en el que se fraguan y se hacen presentes a la vez la Última Cena, la Pasión y la
Resurrección.
¿Qué pruebas hay de la resurrección? Porque si creemos en la resurrección, creemos que
Jesús donó sacramentalmente su Cuerpo y su Sangre en la Última Cena, que donó realmente su
Cuerpo en la cruz, que lo dona sacramentalmente en la Santa Misa, y que es el mismo Cuerpo
glorioso y resucitado que resplandece en los cielos, a quien adoran ángeles y santos por la
eternidad. Pero todas estas cosas son invisibles; creemos en lo que no vemos. ¿Qué pruebas
tenemos para creer en lo que no vemos? Porque si creemos en lo que no vemos, accedemos a
la felicidad prometida por Jesús: “Bienaventurados los que creen sin ver”. Cómo podemos creer
lo que no vemos, para acceder a la felicidad que nos promete Jesús? Si bien debemos creer en
lo que no vemos, hay pruebas que nos conducen a creer en estas realidades que no vemos.
La prueba de la resurrección es el sepulcro vacío, es la Sábana Santa, es el testimonio de
los discípulos registrado en la Sagrada Escritura, pero ante todo, es el testimonio de la Palabra
de la Santa Madre Iglesia.
No hay otro testimonio ni otra prueba más fuerte que el testimonio de la Iglesia,
personificada y representada en el Santo Padre, por eso, quien cree a este testimonio, es
bienaventurado, porque no solo no cree en un engaño, sino que cree en el misterio más grande,
asombroso y prodigioso que ni siquiera pueda concebirse: la resurrección de Jesucristo.
Pero la Iglesia no solo nos afirma que Jesús resucitó de entre los muertos y está vivo y
glorioso, esperando por los suyos al final de su vida terrena en los cielos: la Iglesia nos afirma
que ese mismo Jesucristo, vivo, glorioso, resucitado, lleno de la luz, de la gloria y de la vida
eterna del Padre y del Espíritu, está Presente en el sacramento del altar.
Si Jesús resucitado le dice al incrédulo Tomás que se acerque y que introduzca su mano
en sus heridas y en su costado abierto y que toque su Corazón traspasado, para que crea, a
nosotros, para que creamos, nos hace un don infinitamente más grande y asombroso que
simplemente aparecerse y abrirnos su costado para que toquemos su Sagrado Corazón: Jesús
resucitado nos dona directamente su Sagrado Corazón, y no somos nosotros los que estando en
el cenáculo nos acercamos a Él para comprobar que está vivo, sino que es Él, que está vivo y
resucitado, quien viene a nosotros por medio de su Iglesia, y toca nuestros corazones con su
Espíritu Santo.
Felices los que creen sin ver la alegre noticia de la resurrección del Señor, Presente, vivo,
glorioso, resucitado, en la Eucaristía.