A L PARTIR EL PAN , UNA LUZ DIVINA E INVISIBLE SE DESPRENDE EN ESE MOMENTO Y SE DIFUNDE
SOBRE LAS ALMAS DE LOS FIELES , PARA QUE , COMO LOS DISCÍPULOS , RECONOZCAN A J ESÚS
(Domingo III – TP – Ciclo A – 2008)
“Lo reconocieron al partir el pan” (cfr. Lc 24, 13-35). Algo que caracteriza a este
encuentro de Jesús resucitado con los discípulos de Emaús es el hecho de que, viéndolo, no
lo reconocen. Se encuentran con Jesús, caminan con Él durante un largo trecho,
conversan, le cuentan lo que ha sucedido últimamente en Jerusalén, Jesús a su vez les
explica las Escrituras. Sin embargo, no lo reconocen. Tienen a Jesús al lado suyo, hablan
con Él, caminan con Él, y no lo reconocen.
Los discípulos de Jesús lo conocen, porque por algo son discípulos, y sin embargo, no
lo reconocen. ¿Cuál es el motivo de esta incapacidad de reconocer a Jesús? Los discípulos
estaban en plena posesión de su salud física y mental, y no lo reconocen.
En el evangelio hay un indicio del motivo de porqué no reconocen a Jesús. El
evangelio dice: “ Algo impedía que sus ojos lo reconocieran”.
¿Qué es o de qué se trata ese “algo” que impide el reconocimiento por parte de los
discípulos de Emaús?
Ese “algo” es el misterio del Hombre-Dios: es algo tan incomprensible y tan
misterioso, tan sublimemente grandioso por su origen divino, que la mente humana no
puede ni siquiera barruntar de qué se trata. Ven a Jesús como a un caminante, como a un
extranjero, y no como al Hombre-Dios resucitado, como al Hijo eterno del Padre que,
encarnado, ha muerto y ha vuelto de la muerte para donar a la humanidad el don del
Espíritu Santo; no ven en Jesús al Cordero de Dios, degollado en el altar de la cruz, cuya
sangre ha sido esparcida y derramada, a través de su Corazón traspasado en la cruz, sobre
toda la humanidad, y con esta sangre, se ha esparcido el Espíritu divino del Amor de Dios.
Ese “algo” que impide que los discípulos reconozcan a Jesús es entonces el misterio
insondable de ser Jesús Dios Hijo encarnado.
Pero si al inicio del episodio no lo reconocen, llega un momento en el cual sí lo
reconocen, y lo reconocen cuando están por cenar, en el momento en el que Jesús hace un
gesto específico, partir el pan: los discípulos de Emaús reconocen a Jesús en el momento
en que parte el pan. Hasta ese momento, para ellos era simplemente un extranjero, un
desconocido, que los había acompañado durante el camino y se disponía a cenar con ellos.
¿Por qué este gesto de partir el pan está relacionado con el reconocimiento de Jesús
como Hombre-Dios, tal como lo dice el evangelio: “Al partir el pan, lo reconocieron”?
Porque el gesto de partir el pan, por parte de Jesús, no es un gesto cualquiera; no es
simplemente un compartir fraternalmente lo que se tiene. El gesto de partir el pan es un
gesto sacramental, y como gesto sacramental, es un gesto humano-divino, en el que lo
divino se esparce y se manifiesta a través de la acción humana.
En el sacramento están unidos, indisolublemente, lo divino y lo humano; en el
sacramento se produce una efusión de la gracia divina, la cual irrumpe en el alma y la
ilumina en su mente y en su corazón, permitiéndole ver y amar, como Dios mismo ve y
ama, lo que es imposible ver y amar con las solas fuerzas de la naturaleza.
Cuando Jesús parte el pan, realiza un gesto sacramental, y en ese gesto, se produce
la efusión de la gracia divina, como una luz sobrenatural, invisible, que ilumina las almas y
concede la capacidad de ver y de amar como Dios mismo ve y ama. Cuando Jesús parte el
pan, sale del pan partido una luz divina, sobrenatural, invisible, la luz de la gracia, que
resplandece sin cegar, que ilumina el espíritu con la luminosidad de la luz de Dios, que es
luz divina en sí misma, y es esa luz la que permite a los discípulos reconocer a Jesús: “Lo
reconocieron al partir el pan”.
“Lo reconocieron al partir el pan”. El gesto de Jesús lo repite la Iglesia por medio del
sacerdocio ministerial, por lo tanto, en cada misa, al partir el pan, no se realiza un gesto
cualquiera, ni un gesto simbólico de fraternidad: se realiza un acto sacramental, por el cual
sucede lo mismo que sucedió en la cena de Emaús: al partir el pan, una luz divina e
invisible se desprende en ese momento y se difunde sobre las almas de los fieles, para
que, como los discípulos, reconozcan a Jesús, que ahora viene a los suyos no como un
caminante desconocido, sino como el Hombre-Dios resucitado, oculto bajo lo que parece
ser un poco de pan.
Y cuando se consume ese Pan, que es Jesucristo, el mismo Jesucristo infunde el
amor de Dios, el Espíritu Santo, dentro del alma. Era esta Presencia del Amor divino lo que
hacía arder los corazones de los discípulos de Emaús al caminar con Jesús: “¿No ardían
nuestros corazones mientras caminábamos con Él?”
“Lo reconocieron al partir el pan”. ¿Qué sucede con nosotros, los católicos, que
asistimos a misa, la verdadera Cena Pascual, la Cena del Cordero, en la que Jesús, Sumo y
Eterno Sacerdote, en la persona del sacerdote ministerial, parte el Pan de Vida eterna y
nos infunde la luz de Dios para que lo podamos reconocer y amar?
¿Podemos decir, como los discípulos de Emaús, que lo reconocemos –en la
Eucaristía- al partir el Pan?
¿Podemos decir, como los discípulos de Emaús, que nuestros corazones arden en el
amor de Dios por la Presencia de Jesús Resucitado en su Iglesia?
Y si no podemos ni reconocerlo ni amarlo, como los discípulos de Emaús antes de la
fracción del pan, ¿a qué se debe nuestra ceguera y nuestra frialdad para con Jesús
resucitado en la Eucaristía?
Padre Álvaro Sánchez Rueda