J ESÚS SOPLA EL E SPÍRITU , JUNTO A SU P ADRE , SOBRE EL ALMA QUE LO RECIBE
EN LA COMUNIÓN SACRAMENTAL
(Domingo VI – TP – Ciclo A – 2008)
“El Padre les dará el Espíritu” (cfr. Jn 14, 15-21). Antes de sufrir la
Pasión y su muerte en cruz, Jesús revela a sus discípulos cuál será el fruto
final de todo su misterio pascual: el don del Espíritu Santo.
Todo lo que Jesús sufra –soledad, abandono, llanto, amargura,
lágrimas de sangre, dolor abrumador, físico y espiritual, traición, golpes,
crucifixión, coronación de espinas, burlas, ultrajes-, todo, todo está
encaminado al Don de los dones, el don del Espíritu Santo.
Jesús no sufre la Pasión por sufrirla, ni porque se encuentra indefenso
frente a los judíos y a los romanos, que lo crucifican.
Jesús sufre la Pasión para cumplir el designio del amor del Padre, el
designio preestablecido, planificado y deseado por el Padre desde la
eternidad: donar el Espíritu Santo a su Iglesia “El Padre les dará el Espíritu”.
El misterio pascual de Jesucristo no finaliza en el dolor de la cruz, en
el abandono del Calvario, en el llanto de la Virgen al pie de la cruz. El
misterio pascual de Jesucristo se continúa con el don del Espíritu Santo, por
parte suya y de su Padre.
El cristiano, al experimentar las tribulaciones de la vida –pérdidas de
seres queridos, dolores de cualquier tipo, situaciones de angustia, de
soledad y de abandono-, debe saber que, por un lado, participa de la cruz
de Jesús y que, por otro, la cruz no termina en la cruz, sino en el don del
Espíritu Santo, el Amor de Dios, que no solo suaviza toda herida, sino que,
al menos en la otra vida, hará olvidar para siempre a todo dolor sufrido en
esta vida.
“El Padre les dará el Espíritu”. La promesa de Jesús a sus discípulos
se cumple efectivamente en Pentecostés, cuando el Espíritu irrumpe en el
cenáculo de María y de los Apóstoles como lenguas de fuego, y los llena de
valor y de alegría para transmitir al mundo la Buena Noticia de Jesús
resucitado.
Pero este don del Espíritu no se limita solo a Pentecostés: Jesús, que
es el Dador del Espíritu junto a su Padre, y se encuentra vivo y resucitado
en la Eucaristía, sopla el Espíritu, junto a su Padre, sobre el alma que lo
recibe en la comunión sacramental, convirtiendo el acto de la comunión en
un pequeño Pentecostés para el alma, que recibe al Espíritu Santo.
“El Padre les dará el Espíritu, junto a Mí, en cada comunión. No
temáis frente a las tribulaciones de la vida, porque el don del Espíritu,
recibido en la comunión, es más fuerte y grande, misterioso y sobrenatural
que cualquier tribulación que os pueda sobrevenir. Creed en Dios, creed en
Mí, que soy Dios, creed por mis obras, la más grande de todas, el don del
Amor de Dios, infundido en el alma en la comunión sacramental, y con esa
alegre esperanza, vivid en el tiempo de cara a la eternidad”.
Padre Álvaro Sánchez Rueda