Octava de Pascua – Lunes - Ciclo A - 2008
“Alegraos” (cfr. Mt 28, 8-15). Si las siete palabras pronunciadas por
Jesús en la cruz antes de morir son parte del tesoro de la Tradición de la
Iglesia, puesto que constituyen su testamento y su herencia, la primera
palabra registrada por los evangelios, luego de resucitar, tampoco puede
pasar desapercibida, por cuanto si las palabras dichas antes de morir eran
el testamento de su herencia, las palabras pronunciadas luego de su
resurrección son la herencia que se dona a sus herederos, y la primera
palabra pronunciada luego de resucitado, frente a las mujeres, que
condensa la herencia prometida, es “Alegraos”.
Como los caminos y los pensamientos de Dios son eternos e
incomprensibles, la tristeza y el dolor, la amargura y el llanto del Viernes
Santo, se truecan, el Domingo de Resurrección, en alegría. Pero no se trata
de una alegría pasajera, superficial, motivada por causas meramente
humanas o por esperanzas que todavía deben cumplirse.
La alegría que Jesús manda, de modo imperativo, “Alegraos”, es una
alegría que viene de lo alto, desde el seno mismo de Dios Trino. Es la
alegría que se comunica, desde el corazón único de Dios Trino, por medio
de Corazón del Hombre-Dios resucitado, a sus discípulos.
“Alegraos”, les dice Jesús a las mujeres santas, y por medio de ellas,
a toda la Iglesia. “Alegraos, porque he resucitado, estaba muerto y ahora
vivo para siempre, con la vida eterna que poseo desde siempre, y nunca
más he de morir. Alegraos, porque no solo he vencido para siempre a la
muerte, al pecado y al infierno, sino que con mi resurrección os doy mi
Vida, que es la Vida del Padre y del Espíritu, la Vida eterna de Dios Trino.
Alegraos, porque este es un don tan inconmensurablemente grande, que no
podréis comprenderlo ni apreciarlo ni siquiera en toda la eternidad. Por eso,
alegraos”.
Esa alegría, contenida en el Sagrado Corazón, se dona a la Iglesia, a
cada miembro de la Iglesia, por medio del don eucarístico. La Palabra está
contenida en la Eucaristía, y la Palabra que Dios Padre pronuncia, por medio
de su Hijo, es: “Alegraos”.
Jesús nos dice “Alegraos”, pero a la vez nos recuerda, con el
testimonio visible de sus llagas, por las cuales ahora brota luz y ya no
sangre, que a esta dicha eterna, a esta felicidad divina, se llega sólo y
exclusivamente por la cruz.
No puede haber alegría de resurrección sin la tribulación de la cruz,
como tampoco la tribulación de la cruz se detiene en la sola tribulación, sino
que es el Camino trazado por Dios para el encuentro con su Hijo resucitado.
Padre Álvaro Sánchez Rueda