Octava de Pascua – Miércoles – Ciclo A - 2008
“Cuando partió el pan lo reconocieron” (cfr. Lc 24, 13-35). En el episodio de Jesús con los
discípulos de Emaús, hay un elemento que se destaca y es el de la ignorancia con relación a la
Persona de Jesús, ignorancia que finaliza con un gesto de Jesús: el partir el pan.
Mientras los discípulos caminan y conversan con Jesús, lo hacen como si fuera un extraño,
ya que no lo reconocen. Hablan con Él y Jesús a su vez les explica las Escrituras, pero no caen
en la cuenta de que Aquel extraño es Jesús en Persona, de quien hablan las Escrituras. El mismo
evangelio lo dice: “Algo impedía que reconocieran a Jesús”. Sabemos que ese “algo” es la
profundidad e inescrutabilidad del misterio pascual del Hombre-Dios, misterio sobrenatural
absoluto, que por originarse en el seno mismo de Dios Trino, es absolutamente inaccesible a la
mente creatural.
Sin embargo, hacia el final del pasaje, hay un momento en el que los discípulos lo
reconocen, y es el momento en el que Jesús parte el pan: “Parti el pan y se lo dio, y lo
reconocieron en el acto”. Si la razn por la cual desconocen a Jesús es la insondabilidad del
misterio, la clave entonces para reconocerlo se encuentra en este gesto de Jesús de partir el
pan.
Si lo interpretamos desde un punto de vista racionalista, o puramente humano,
filantrópico, podríamos decir que lo reconocen a Jesús porque Jesús había predicado
precisamente el amor fraterno; entonces, cuando este extranjero hace el gesto de partir el pan
para compartirlo, está realizando ese gesto de fraternidad universal por Él predicado, y como es
ejemplo de lo predicado, trae a la memoria de los discípulos lo que Jesús había enseñado, y por
eso lo reconocen: “Predic sobre la fraternidad, hace un gesto fraterno, es entonces el mismo
que predic”, podría ser el razonamiento de los discípulos de Emaús.
Sin embargo, esta interpretación sería reduccionista del misterio y dejaría en la nada la
grandeza absoluta del Hombre-Dios Jesucristo.
El gesto de partir el pan es algo inmensa e incomprensiblemente más grande que el
simplemente compartir entre hermanos lo que se tiene. El gesto es un gesto sacramental y
como todo gesto sacramental, lleva unido en sí mismo, de modo insoluble, lo divino y lo
humano. Lo sacramental, más bien, el sacramento, obra como una fuente de apertura de lo
divino hacia el mundo de los hombres: por medio del sacramento se comunica la gracia divina a
los hombres.
El sacramento es fuente de gracia, de efusión del Espíritu que ilumina las mentes y los
corazones para que puedan las almas precisamente no solo penetrar en el misterio insondable
del Hombre-Dios en su misterio pascual, sino ser partícipes activos del mismo. El partir el pan
no es un mero gesto fraterno, sino el momento en el que el Espíritu Santo resplandece e ilumina
con su luz eterna las mentes y los corazones.
Del pasaje evangélico se destaca el amor de los discípulos de Emaús a Jesús, aun antes
de haberlo recibido por la comunión sacramental, amor que se manifiesta en el ardor que
experimentan en sus corazones: “¿No ardían nuestros corazones cuando hablábamos con Él?”
Cuánto más arderían sus corazones al recibir el Pan eucarístico, aún cuando ya no lo vean, ya
que Jesús desaparece de la vista de sus ojos corporales cuando les da la comunión.
“¿No ardían nuestros corazones cuando hablábamos con Él?”, se preguntan los discípulos
de Emaús, dándose cuenta de que ese ardor es producido por la Presencia del Espíritu Santo en
ellos, comunicado por Jesús.
“¿Cmo se encuentran nuestros corazones al recibir a Jesús en Persona, por la
comunión?”, deberíamos preguntarnos. Si se encuentran fríos e indiferentes, es seal de que
nos sucede lo que a los discípulos antes de recibir al Espíritu Santo: algo nos impide que
nuestros ojos lo reconozcan en el sacramento del altar.
Padre Álvaro Sánchez Rueda