A SCENSIÓN DEL S EÑOR
(Mt 18, 16-20 – Ciclo A - 2005)
Jesús asciende a los cielos, con su humanidad resucitada, y deja en la tierra a
sus discípulos y a su Iglesia. Pero no los deja para siempre, ya que Él mismo promete
que va a regresar, y esta vez, para llevarlos con Él a ese mismo cielo: “En la casa de
mi Padre hay muchas habitaciones, y Yo voy a prepararos un lugar”. Con esta dulce
imagen de la casa paterna, en la que hay muchas habitaciones para todos nosotros,
Jesús está revelando el fin de su misterio pascual; nos está diciendo cuál es el
objetivo final de su misterio pascual de muerte y resurrección: Jesús muere en la
cruz, resucita, y ahora sube al cielo, para llevar a la humanidad al cielo, al seno
mismo de Dios Trinidad. El fin de su Encarnación, de su misterio pascual, no es
simplemente perdonar los pecados: es darnos la vida nueva del Espíritu de Dios Trino,
es darnos en posesión a las Divinas Personas de la Trinidad, y es conducirnos al seno
mismo de Dios Trino.
Jesús ahora sube con su humanidad personal, con esa misma humanidad a la
cual Él se unió personalmente en desposorio místico en el seno virgen de María, con
esa humanidad con la cual Él fue crucificado, y con esa humanidad que Él mismo
resucitó en el sepulcro soplando sobre ella el Espíritu de Vida divina, el Espíritu Santo.
Pero no sube para quedarse solo, sino que sube para llevar con Él a sus elegidos; es
decir, tiene que ascender todavía, con sus elegidos, que forman su Cuerpo Místico.
Ascendió con su cuerpo real, pero todavía tiene que ascender con otro cuerpo, su
Cuerpo Místico. Si Jesús ascendió realmente con su cuerpo real, resucitado y glorioso,
¿de qué manera tiene que ascender todavía con su cuerpo místico? La respuesta está
más allá del alcance de la razón humana o angélica.
Debido a que Jesús no es un simple hombre, sino que es Hombre-Dios, su ser
divino es misterioso y posee cualidades desconocidas para cualquier creatura, y así
también sucede con su cuerpo, tanto con el real, como con el cuerpo místico. Su
cuerpo real, con el cual Él sube al cielo, no es su único cuerpo: Él forma y posee otro
cuerpo, aparte del cuerpo que tomó para sí en el seno virgen de María, y es el Cuerpo
Místico, que Él se adquiere y se forma para sí con cada bautizado, infundiéndole su
Espíritu e incorporándolo a Él; como si a un cuerpo fuéramos armándolo partes por
partes, órganos por órganos, tejidos por tejidos, células por células. Cada bautizado
forma parte de su Cuerpo Místico; Él lo hace parte de su cuerpo al incorporarlo a sí
mismo por el Espíritu en el bautismo. Dice el beato Isaac: “Así como la cabeza y el
cuerpo forman un solo hombre, así también el Hijo de la Virgen y sus miembros
elegidos forman un solo hombre y un solo Hijo del hombre. (...) El Cristo íntegro y
total lo forman la cabeza y el cuerpo, el cual, junto con la cabeza, constituye un solo
Hijo del hombre, un solo Hijo de Dios, por su unión con el Hijo de Dios en persona, el
cual, a su vez, es un solo Dios por su unión con la divinidad. Por tanto, todo el cuerpo
unido a la cabeza es Hijo del hombre e Hijo de Dios, y aún Dios” 1 . Todo el cuerpo,
todos los bautizados, somos Cristo unidos por el Espíritu; todos los miembros de la
Iglesia, somos Hijo de Dios y aún Dios mismo . La Iglesia es el Cuerpo Místico de
Jesús, que espera ser ascendido al cielo como ya subió su Cabeza, Cristo.
Cristo sube al cielo como la Cabeza del Cuerpo Místico, pero sube la cabeza,
para después subir el cuerpo con sus miembros. Así como ahora sube la Cabeza
glorificada, luego de pasar por la suprema tribulación de la cruz, así también debe
subir su Cuerpo Místico, su Iglesia, luego de pasar por la tribulación purificadora de la
cruz; la cruz es el camino al cielo, y un camino ineludible para quienes deseen estar
junto a Jesús, ya que Él subió glorificado y resucitado sólo después de la cruz. Ahora
1 B EATO I SAAC , Sermón 42 , PL 194, 1831-1832; cfr. C ONFERENCIA E PISCOPAL A RGENTINA , Liturgia de las Horas ,
Tomo II, 864.
sube con su humanidad personal, pero para llevar al seno de Dios a la humanidad
entera, una vez que se consume el tiempo, una vez que la historia de la humanidad
termine con el último día y se dé inicio a la feliz eternidad de la visión de Dios. En la
consumación de los tiempos, toda la humanidad será ascendida hacia los cielos. Pero
existe aquí en la tierra una forma de ascensión, que anticipa, aún en esta vida mortal,
la ascensión definitiva.
¿Cuál es esa forma? ¿De qué manera se puede ascender al cielo antes del fin?
La respuesta a estas preguntas está en las palabras de Jesús antes de su ascensión.
Antes de ascender, Jesús da a su Iglesia, a su Cuerpo Místico, el mandato de la
evangelización, fundamento de la misión: “Enseñad a observar las cosas que os he
mandado, lo principal de todo, el amor a Dios y al prójimo hasta la muerte de cruz. No
os dejaré solos en esta tarea, porque Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.
Jesús envía a sus discípulos antes de ascender, pero paradójicamente, no los deja
solos, no deja sola a su Iglesia, a su Cuerpo Místico, ya que Él mismo les dice no sólo
que no los va a dejar solos, sino que se va a quedar con ellos hasta el fin del mundo:
“Yo estaré siempre con vosotros hasta el fin”. Por eso es que Jesús asciende, pero la
Eucaristía es el cumplimiento de la promesa de Jesús de quedarse con nosotros hasta
el fin del mundo.
Jesús asciende a los cielos, pero en cada misa, baja de ese mismo cielo, sobre
el altar, para permanecer en la Eucaristía. La Eucaristía es algo inmensamente más
grande que los cielos, ya que siendo el Corazón de Jesús, es también a la vez el seno
mismo de Dios Trinidad, y es a ese lugar, adonde Jesús sube al alma en cada
comunión.
“¿Qué hacéis, hombres de Galilea, ahí plantados mirando al cielo? El mismo
Jesús que visteis ascender, ha de venir así como lo visteis subir” (cfr. Hch 1, 11). Los
discípulos miran al cielo, viendo al Señor ascender y desaparecer. También nosotros
miramos al cielo, al altar, que es un pedazo de cielo, pero para ver al Señor descender
en la Eucaristía, para llevarnos anticipadamente al seno de Dios: desde los cielos,
desde ese mismo cielo al cual el ascendió, que es el seno de su Padre, desde el seno
mismo de Dios Trinidad, Jesús baja sobre el altar, desciende sobre el altar, para luego
descender a lo más profundo de nuestras almas por la comunión eucarística.
Y nosotros, que estamos aquí abajo, que somos el Cuerpo Místico de Jesús, en
nada tenemos que envidiar a los discípulos que contemplaban a Jesús ascender al
cielo, ya que Jesús baja a la Eucaristía y baja a lo más hondo de nuestro ser, para
elevar nuestro ser más alto que los cielos, para llevar nuestras almas al seno mismo
de la Trinidad, y para unir nuestras almas con el Espíritu de Dios. La elevación mística
y sobrenatural de nuestra humanidad, que se da por el contacto y la unión física, real
y espiritual del alma de cada bautizado con Jesús Eucaristía, es lo que fue anticipado
en la Ascensión del Señor, y por esto la comunión eucarística anticipa ya aquí en la
tierra la ascensión definitiva al cielo y la unión con las Personas de la Trinidad.
Los discípulos contemplan el ascenso del Hombre-Dios y lo adoran; nosotros
contemplamos al Hombre-Dios en la Eucaristía y en la Eucaristía lo adoramos,
gozando de Su Presencia sacramental, real y personal, entre nosotros, en nosotros,
hasta el fin del mundo.