E S HORA DE PREGUNTARNOS SI REALMENTE NOS ESTAMOS PREPARANDO PARA RECIBIR , EN EL
MISTERIO , A D IOS N IÑO QUE NACE DE UNA M ADRE V IRGEN
(Domingo III – TA – Ciclo A - 2008)
“¿Eres Tú el que ha de venir?” (cfr. Mt 11, 2-11). Entramos en el tercer Domingo de
Adviento, el penúltimo antes de Navidad, y es tiempo de hacer un balance acerca de cómo
estamos viviendo la preparación para la Navidad.
¿Vivimos el Adviento como el Adviento, es decir, como tiempo litúrgico por el cual
participamos del misterio pascual de Cristo, Hombre-Dios? ¿O el Adviento transcurre sin
mayor trascendencia que pensar en lo cotidiano?
El Adviento es tiempo de penitencia y de misericordia, en la espera del Mesías.
¿Hacemos penitencia con este sentido? ¿Hacemos penitencia de alguna forma? ¿Vemos la
necesidad de hacer penitencia, como modo de purificar el alma para recibir a Dios que viene
como Niño en Belén?
¿Obramos la misericordia?
¿Entendemos que la misericordia es misericordia, es decir, amor vivido en la cruz y
desde la cruz, como Cristo, modelo y fuente de misericordia?
¿O pensamos que la misericordia del Adviento se reduce a alguna obra buena, hecha
más por compromiso y por escrúpulos, que para realmente introducirnos en el misterio de
Cristo que viene?
El Adviento es esperar con alegría la misteriosa llegada del Niño de Belén, de ese Niño
que no es un niño más, sino que es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, que viene a
este mundo procediendo eternamente de Dios Padre, encarnándose en el seno virgen de
María primero y en el seno virgen de la Iglesia después, revistiéndose de Niño en Belén y
revistiéndose de Pan en el altar.
En esta espera en el misterio consiste la esencia de la Navidad, y para esta espera y
para este advenimiento es que la Iglesia nos prepara en el Adviento.
¿Es esto lo que tenemos presente, en la mente, en el espíritu, en el clima festivo previo
a la Navidad?
¿O por el contrario, nuestras expectativas acerca de la Navidad se reducen a hacer
cálculos para saber cuántos regalos vamos a comprar, cuánta comida vamos a comer,
cuántos fuegos artificiales vamos a arrojar?
¿Nos preocupa vivir cristianamente el Adviento y la Navidad, como por ejemplo, obrar
la misericordia imitando a Cristo misericordioso, hacer penitencia mirando a Cristo
crucificado, a la Virgen al pie de la cruz, rezando en familia delante del Pesebre, teniendo en
cuenta que la oración y el Pesebre no son hábitos culturales, sino contemplación y
participación del misterio de Cristo?
¿Nos preocupa que la Navidad se viva cristianamente, o por el contrario, nuestra
preocupación se centra en el aspecto mundano y pagano, como por ejemplo, preocuparnos
porque han aumentado de precio los productos de Navidad?
¿Nos preocupa vivir el misterio de la espera y llegada de la Segunda Persona de la
Trinidad, que renueva su Nacimiento en Belén como Niño Dios? ¿O más bien nos preocupa, si
somos jóvenes, a qué fiesta ir, a qué lugar concurrir para celebrar sin freno y sin sentido una
fiesta más entre otras?
Y si no somos tan jóvenes, ¿lo que nos preocupa es saber a qué lugar irán los hijos, a
qué hora volverán, con quiénes estarán?
¿Nos hemos planteado que la Navidad es la fiesta cristiana por excelencia, que el
centro de la Navidad debe ser Cristo, Niño Dios, Dios Hijo encarnado en una naturaleza
humana sin dejar de ser Dios, que viene a este mundo como luz que ilumina las tinieblas,
como Redentor que nos rescata del abismo del infierno, como Dios misericordioso que nos
concede la filiación divina?
¿Nos planteamos que tomar esta fiesta en el más mínimo sentido mundano –dónde ir a
bailar, cuánto costará la canasta de Navidad- y centrarnos en esto, es deformar la Navidad?
¿Somos conscientes de que dejando de lado el misterio de Cristo que viene, vaciamos
de tal manera la fiesta de la Navidad de su sentido cristiano, que la convertimos en una fiesta
neo-pagana, secularizada, descristianizada, una mueca grotesca y caricaturesca de la
verdadera Navidad?
¿Somos conscientes de que nosotros, como cristianos, sacerdotes y laicos,
contribuimos de manera decisiva a deformar la fiesta de la Navidad, convirtiéndola en un
ritual pagano, en una ocasión para divertirse y comer bien, sin saber porqué?
¿Somos conscientes de que sin la contemplación del misterio de Dios Niño que viene en
Belén, no sólo huimos de la luz que es este Niño, sino que hacemos cada vez más oscuras las
tinieblas de este mundo?
Entramos en el penúltimo domingo de Adviento, nos acercamos a la Navidad, y es hora
de preguntarnos si realmente nos estamos preparando para recibir, en el misterio, a Dios
Niño que nace de una Madre Virgen.
Padre Álvaro Sánchez Rueda