DOMINGO DE PENTECOSTÉS
He 2,1-11; Sal 103; 1 Cor 12, 3b-7. 12-13; Jn 20, 19-23
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los
judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en
medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.” Dicho esto, les mostr las manos y el
costado. Los discípulos se alegraron de ver al Seor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con
vosotros. Como el Padre me envi, también yo os envío.” Dicho esto, sopl y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
La Solemnidad que hoy celebramos da inicio al cumplimiento de la promesa hecha por
Cristo a sus apóstoles, a la Iglesia naciente, y que seguirá prolongándose hasta su
segunda venida. Como el mismo Cristo lo afirmó en el Evangelio de la semana pasada, en
que celebramos la Solemnidad de la Ascensin del Seor: “Yo estaré con vosotros hasta
el fin de los tiempos”. El Papa Benedicto XVI ha dicho: Para nosotros ese
acontecimiento de hace dos mil años es fácil de entender. Estamos llamados,
permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el
pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar
hacia la realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se
encierra el sentido definitivo de nuestra vida (Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad
de la Ascensión del Señor, 28 de mayo de 2006).
Pentecostés en la Iglesia, tiene como raíz la fiesta judía que se llama: “de la Recoleccin”.
En esta fiesta, los agricultores celebraban los primeros frutos recogidos de la tierra. Por
eso, en una manera sencilla de presentar la fiesta de Pentecostés, podemos decir que es
la fiesta que nos hace presente y nos muestra los dones y bienes que el creyente recibe
como fruto de la Pascua Redentora de Cristo.
Pentecostés que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles, la intención del autor está
en presentar la manifestación singular del don de lenguas con la gloria que cubrió el Sinaí
(el monte en que Moisés recibe la Alianza escrita en la piedra). La gloria de Dios que se
manifiesta en los Hechos de los Apóstoles, hace presente la Nueva Alianza, ley que no se
nos entrega en piedra sino que es escrita por el don del Espíritu Santo en el corazón de
los creyentes.
El orden de celebrar la fiesta de Pentecostés luego de la Solemnidad de la Ascensión del
Señor, no es arbitrario; Cristo, en el Evangelio de San Juan, afirma que Él es el Camino,
la Verdad y la Vida. En consecuencia, como nos decía el prefacio propio de la fiesta de la
Ascensin: “no se ha ido para desentenderse, sino que nos precede como cabeza
nuestra”. Cristo ha ascendido a los cielos para hacernos presente el Hombre Nuevo, el
Hombre Recreado que ha vencido a la muerte, ha Resucitado.
El Beato Papa Juan Pablo II nos ha dicho: desde el día de Pentecostés, el Espíritu
Santo se manifiesta como Aquel que da la fuerza interior (don de la fortaleza) y al mismo
tiempo ayuda a realizar las oportunas opciones (don del consejo), sobre todo cuando
revisten una importancia decisiva () Los Hechos de los Apstoles son la historia del
cumplimiento de la promesa de Cristo: es decir, que el Espíritu Santo, mandado por El,
debía descender sobre los discípulos y realizar su obra cuando El, terminada su 'jornada
de trabajo' (Cfr. Jn 5, 17), concluida con la noche de la muerte (Cfr. Lc 13, 33; Jn 9, 4),
volviera al Padre (Cfr. Jn 13, 1; 15, 28). Esta segunda fase de la obra redentora de Cristo
comienza con Pentecostés (Juan Pablo II, Catequesis La fecundidad de Pentecostés, 20
de diciembre de 1989).
La Iglesia nos invita a celebrar hoy con gran gozo y exultación esta Solemnidad de
Pentecostés, en la que recibiremos la Gracia del Espíritu Santo. San Pablo en la Carta a
los Romanos dice: “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no
sabemos cómo pedir como conviene, mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables; y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del
Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rom 8, 26-27).
Así en el Evangelio aparece Cristo como el Creador de la Nueva Humanidad. Así como
Dios insufló el hálito de la vida cuando creó al hombre, igualmente Cristo insufla el
Espíritu Santo sobre los apóstoles haciendo presente que por medio de Él, el hombre
recobrará la imagen y semejanza originaria con la que Dios lo creó. Él ha cancelado en la
Cruz todos nuestros pecados y nos ha liberado de la muerte eterna. San Cipriano dice:
Mas, toda mancha de mi vida anterior fue lavada con el agua de la regeneración y en
mi corazón, limpio y puro, fue infundida la luz de lo alto. Con la infusión del Espíritu
Santo, el segundo nacimiento me convirtió en un hombre nuevo e inmediatamente, de
modo maravilloso, se desvanecieron mis dudas. Se hizo patente lo misterioso, se hizo
claro lo oscuro, se hizo fácil lo que antes parecía difícil, se pudo realizar lo que antes se
creía imposible. Y pude comprender entonces que era terreno el que, nacido de la carne,
vivía sujeto a los pecados, pero que empezaba a ser de Dios este mismo, a quien
vivificaba ya el Espíritu Santo (San Cipriano, A Donato 4.14.15).
Este es el mandato de la Iglesia: anunciar a todos los hombres esta verdad redentora que
con asistencia del Espíritu Santo la realizará hasta el fin de los tiempos (Mt 28, 16ss), la
vocación para la cual Dios ha creado al hombre. Esto es para que al final se cumpla en
nosotros lo que Jesús dice en el Sermn de las Bienaventuranzas: “sed santos como
vuestro Padre Celestial”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
poscarbalcazar@diocesisdelcallao.org