“Este es el discípulo que ha escrito estas cosas, y su testimonio es verdadero”
Jn 21, 20-25
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
«SI YO QUIERO QUE ÉL PERMANEZCA HASTA QUE YO VUELVA, ¿A TI QUÉ? TÚ
SÍGUEME»
Podemos concentrar nuestra reflexión uniendo las tres partes en un espléndido fragmento de
Agustín, donde el obispo de Hipona hace la comparación entre Pedro y Juan.
La Iglesia conoce dos vidas, que la predicación divina le ha enseñado y recomendado. Una de
ellas es en la fe, la otra es en la clara visión de Dios; una pertenece al tiempo de la
peregrinación en este mundo, la otra a la morada perpetua en la eternidad; una se desarrolla
en la fatiga, la otra en el reposo; una en las obras de la vida activa, la otra en el premio de la
contemplación; una intenta mantenerse alejada del mal para hacer el bien, la otra no tiene que
evitar ningún mal, sino sólo gozar de un inmenso bien; una combate con el enemigo, la otra
reina sin más contrastes; una es fuerte en las desgracias, la otra no conoce la adversidad; una
lucha para mantener frenadas las pasiones carnales, la otra reposa en las alegrías del espíritu;
una se afana por vencer, la otra goza tranquila en paz de los frutos de la victoria; una pide
ayuda bajo el asalto de las tentaciones, la otra, libre de toda tentación, se mantiene en alegría
en el seno mismo de aquel que le ayuda; una corre en ayuda del indigente, la otra vive donde
no hay necesidades; una perdona las ofensas para ser, a su vez, perdonada, la otra no sufre
ninguna ofensa que tenga que perdonar, no tiene que hacerse perdonar ninguna ofensa; una
está sometida a duras pruebas que la preservan del orgullo, la otra está tan colmada de gracia
que se siente libre de toda aflicción, tan estrechamente unida al sumo bien, que no está
expuesta a ninguna tentación de orgullo; una discierne entre el bien y el mal, la otra no
contempla más que el bien. En consecuencia, una es buena, pero se encuentra todavía en
medio de las miserias; la otra es mejor porque es beata. La vida terrena está representada en
el apóstol Pedro; la eterna, en el apóstol Juan.
El curso de la primera se extiende hasta la consumación de los siglos, y allí encontrará su fin; la
realización cabal de la otra está remitida al final de los siglos y al mundo futuro, y no tendrá
ningún término. Por eso el Señor le dice a Pedro: «Sígueme», mientras que hablando de Juan
dice: «Si yo quiero que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme». ¿Qué
significan estas palabras? Según lo que yo puedo juzgar y comprender, éste es el sentido: «Tú
sígueme, soportando, como yo lo he hecho, los sufrimientos temporales y terrenos; aquél, sin
embargo se queda hasta que yo venga a entregar a todos la posesión de los bienes eternos».
Aquí soportamos los males de este mundo en la tierra de los mortales; allá arriba veremos los
bienes del Señor en la tierra de los vivos para siempre. Que nadie, sin embargo, piense separar
a estos dos ilustres apóstoles. Ambos vivían la vida que se personifica en Pedro y ambos
vivirían la vida que se personifica en Juan. En la imagen de lo que representaban, uno seguía a
Cristo, el otro estaba a la espera. Ambos, sin embargo, por medio de la fe, soportaban las
miserias de este mundo y esperaban, ambos también, la felicidad futura de la bienaventuranza
eterna (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 124,5).
ORACION
Ayúdame, Señor, a soportar los males en la tierra de los que hemos de morir para gozar de tus
bienes en la tierra de los vivos.