L A COMUNIÓN ES EL MOMENTO EN EL QUE EL ALMA SE CONVIERTE , COMO M ARÍA ,
EN T ABERNÁCULO Y S AGRARIO DE J ESÚS S ACRAMENTADO
(Solemnidad de Santa María Madre de Dios – Ciclo A )
Una mujer se llama “madre” cuando da a luz a una persona: todo niño concebido y
nacido, es persona, y eso transforma a la mujer en madre. Una mujer se transforma en madre
cuando concibe y da a luz a su hijo, pero su hijo es una persona, y es la persona lo que hace
que la mujer sea madre.
Esto es lo que sucede en María: es Madre de Dios porque da a luz virginalmente a la
Persona del Hijo eterno de Dios; María es llamada Madre de Dios porque da a luz no a una
persona humana, sino porque da a luz a la Persona de Dios Hijo, que procede eternamente de
Dios Padre y que nace en el tiempo al asumir una naturaleza humana en el seno virgen de
María.
Pero lo que sucede en una mujer naturalmente, el dar a luz a una persona que es su hijo,
que es lo que la convierte en madre, sucede en María virginalmente y sobrenaturalmente,
porque por el Espíritu Santo se convierte en Madre de Dios al dar a luz a la Persona del Hijo de
Dios, y lo que sucede en María, sucede también en la Iglesia de modo sacramental, porque
María Madre de Dios es figura de la Iglesia Madre de Dios: así como María dio a luz a la Persona
del Hijo eterno de Dios, Jesucristo, en su seno virginal, por obra del Espíritu Santo, así la Iglesia
da a luz a esa misma Persona de la Trinidad, Jesucristo, el Hijo eterno de Dios Padre, en su seno
virginal, el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo.
María es Madre de Dios porque dio a luz virginalmente en Belén a Dios Hijo encarnado,
para donarlo como Pan de Vida eterna; la Iglesia es Madre de Dios porque dona el Pan de Vida
eterna, Dios Hijo encarnado, concibiéndolo virginalmente en el altar, el Nuevo Belén.
Si estos milagros que se producen en María y en la Iglesia –el dar a luz virginalmente al
Verbo eterno del Padre por obra del Espíritu Santo- producen admiración, asombro y estupor en
quien los contempla, cuánto más producirán admiración, asombro y estupor, al comprobar que
estos milagros pueden repetirse en cada alma humana, por la gracia de Dios.
Sí, cada alma humana, por la gracia de Dios, se convierte en Tabernáculo y en Sagrario
del Hijo eterno del Padre, participando, en cierto modo, de la maternidad divina de María y de la
Iglesia.
Si ser Madre de Dios es para María Santísima el privilegio más grande que una criatura
pueda recibir, y si la Iglesia es privilegiada con ese mismo privilegio de María Santísima, porque
es Madre de Dios al dar a luz a Jesús Eucaristía en el altar, por la gracia divina, cada bautizado
puede participar de este privilegio de recibir en su seno al Dios altísimo, Jesucristo, cuando
viene al alma por la comunión eucarística.
La comunión eucarística, la misma que comenzamos desde que hicimos la Primera
Comunión, la comunión que recibimos cada vez que comulgamos, no debe por lo tanto ser
nunca un acto mecánico, un acto ritual vacío, un acostumbramiento; la comunión es el
momento en el que el alma se convierte, como María, en Tabernáculo y Sagrario de Jesús
Sacramentado.
Al celebrar la solemnidad de María Madre de Dios, al contemplar el misterio por el cual
también la Iglesia es Madre de Dios, y al contemplar el misterio por el cual el alma que comulga
participa de esa maternidad divina de María y de la Iglesia, al convertir por la gracia su alma en
un Tabernáculo que aloja al Hijo eterno del Padre, como lo alojan María y la Iglesia, no debemos
nunca acostumbrarnos a la comunión, misterio por el cual el Hijo de la Madre de Dios, Dios en
Persona, viene a hacer de nuestras almas su morada, así como hizo su morada en la Madre de
Dios.
Padre Álvaro Sánchez Rueda