DIOS ES AMOR
(SANTÍSIMA TRINIDAD)
22 mayo 2005
"En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: Tanto amó Dios al mundo que entregó a
su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan
vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no será condenado; el
que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único
de Dios". (Jn 3,16-18)
Lo dice el mismo Evangelio, y nosotros lo repetimos con convencimiento: el mayor
signo de amor es dar la vida por el amigo. Y, por eso, no nos fiamos de aquellos
que piden y prometen tantas y tantas cosas, pero no se ponen de nuestro lado y
nos entregan su vida (tiempo, cualidades, cosas...) Con razón, tenemos la
impresión de que pedirnos sin que nos den nada... es una trampa. Los que eso
hacen se convierten en charlatanes. Los que sólo se quedan en palabras buscan sus
intereses. Ahora bien, cuando alguien se entrega desinteresadamente por nosotros,
estamos ante alguien que nos quiere y se interesa de verdad por nosotros.
El Evangelio de este domingo nos dice que "tanto amó Dios al mundo que entregó a
su Hijo único, para que no perezca ninguna de los que creen en él... Dios mandó a
su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él". Nadie más que nuestro Dios
puede afirmar semejante cosa. Nadie. Porque nadie nos ama como nos ama
nuestro Dios. Por mucho que digan otra cosa y nos ofrezcan el oro y el moro.
Nadie. Y esta no es una afirmación gratuita, no es un farol que se marca alguien.
Ahí están los hechos: Dios se ha hecho hombre, y, en Jesucristo, se ha entregado
por nosotros, sin reservarse nada.
La conclusión es clara: Dios nos ama, como no nos ama nadie. Como no podemos
ni imaginar. ¡Con las veces que nosotros dudamos de él! ¡Con las veces que lo
consideramos un competidor! ¡Con las veces que tenemos la sensación, cuando no
la certeza, de que no es más que un aguafiestas para nuestras vidas!
Dios te ama. Acércate a él. Adéntrate en él. Experiméntalo. Y nadie tendrá que
contártelo.
Miguel Esparza Fernández