L A RECOMPENSA , QUE SERÁ LA UNIÓN Y LA COMUNIÓN PERSONAL CON EL H IJO DE D IOS , CON EL
P ADRE Y CON EL E SPÍRITU , COMIENZA YA AQUÍ CON LA UNIÓN PERSONAL CON EL H IJO Y POR EL
H IJO , CON EL P ADRE Y EL E SPÍRITU , EN LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA
(Domingo IV – TO – Ciclo A – )
“Bienaventurados (…) los pobres, los misericordiosos, los pacíficos, los justos…
porque ellos heredarán el Reino de los cielos” (cfr. Mt 5, 1-12a). Si se toma la definición de
bienaventurado, que es sinnimo de “feliz”, “dichoso”, “alegre”, las bienaventuranzas de
Jesús parecen un contrasentido, porque Jesús estaría diciendo que es feliz, dichoso, o
alegre, aquél que es desventurado a los ojos del mundo, es decir, aquel que es perseguido,
que es calumniado, que nada tiene, que llora y está afligido, que es pacífico en un mundo
violento.
Jesús dice que es bienaventurado, feliz, dichoso, alegre, quien es perseguido,
insultado, calumniado; dice que es feliz quien nada tiene, quien sufre por la injusticia,
quien llora, quien es misericordioso en un mundo cada vez más inmisericorde. Es decir,
Jesús proclama dichoso a quien es, según el mundo, sumamente infeliz o desdichado.
No se entiende de qué modo alguien pueda ser feliz siendo pobre, perseguido,
afligido, sino es a la luz de cruz de Jesús: las bienaventuranzas son imposibles de
comprender sino se las ve a la luz de la cruz de Jesús. Es la cruz de Jesús la que convierte
la suma desdicha en alegría eterna.
Una vez que se tiene a la cruz como punto de partida, se puede preguntar en qué
consisten las bienaventuranzas, y cómo se llega a ser un bienaventurado, y la respuesta
viene desde la cruz: no se trata simplemente de ofrecer un espíritu contrario al mundo; no
se trata simplemente de practicar virtudes para reforzar a la voluntad en el bien. Se trata
de imitar a Jesús en la cruz: es bienaventurado quien imita a Jesús crucificado.
“Bienaventurados los pobres”: Jesús en la cruz es pobre; nada tiene consigo, nada
material posee, ni siquiera los instrumentos de tortura y de muerte, como la corona de
espinas, los clavos, la cruz de madera. Jesús solo tiene su Ser divino para donarlo en la
cruz; Jesús tiene su substancia divina y su substancia humana, que las dona cuando
entrega su Persona en el sacrificio de la cruz y en el sacrificio del altar. Bienaventurados
quienes nada tienen, porque todo lo han dado al Señor, que en la pobreza de la cruz, es el
Dueño del universo.
“Bienaventurados los que lloran”. Jesús llora amargas lágrimas de agua, sal y
sangre, en el Huerto de Getsemaní, en el camino del Calvario y en la cruz. Llora por los que
se condenarán, por los que se perderán para siempre, aún habiendo dado Él su vida en el
sacrificio de la cruz. Quienes lloran en la vida, por el motivo que sea, por un dolor, físico,
moral, espiritual, aún sin saberlo, participan de las lágrimas de Jesús en la Pasión, y con
esas lágrimas, unidas a las lágrimas de Jesús, a la par que purifican las almas –el dolor es
como un fuego que purifica- se ganan el ingreso al cielo.
Jesús llora y María también llora: cuando acompaña a su Hijo a lo largo del Calvario;
María llora cuando acompaña a su Hijo al pie de la cruz; María llora cuando acompaña a su
Hijo al otro lado de la puerta del sepulcro. Las lágrimas de María y las lágrimas de Jesús,
son las lágrimas de las bienaventuranzas, son las lágrimas que mientras aquí son
amargura, llanto y dolor, son convertidas en alegría eterna en el cielo.
“Bienaventurados los pacientes”. No se refiere solo y simplemente a la virtud de la
paciencia, sino que es bienaventurado quien lo imita a Él en la paciencia de su Pasión; en
la paciencia del padecer la Pasión por amor a Dios y a los hombres. Los pacientes
bienaventurados no son solo los que pueden controlar su propio enojo, sino aquellos que lo
imitan a Él en la paciencia infinita de la Pasión.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. La sed de justicia no es
solo desear que el mundo sea más justo; no es solo desear que haya justicia humana en el
mundo: Jesús tiene hambre y sed de justicia divina: puesto que el nombre de Dios fue
ofendido por los hombres, quiere reparar esta ofensa, quiere que el nombre de Dios sea
honrado, alabado y adorado en los corazones de los hombres, y para reparar y adorar y
honrar a Dios, es que ofrenda su humanidad en el altar de la cruz. Quienes según su
estado de vida ofrenden sus vidas por lo mismo, por la restauración del honor del Nombre
de Dios, serán bienaventurados por la eternidad.
“Bienaventurados los misericordiosos”: Jesús no es misericordioso en grado
superlativo: es la Misericordia Divina en Persona que, materializada en una naturaleza
humana, ingresa en la historia humana para donarse a sí misma, para rescatar a los
hombres y conducirlos al seno de Dios Trino, no como creaturas, sino como hijos de Dios,
por el don del Espíritu. Mientras el mundo enseña el desprecio y la ausencia de misericordia
por el prójimo, sobre todo, del más desvalido, condenándolo a una muerte segura, por
medio del aborto, cuando está recién concebido; por medio de la eutanasia, cuando está en
su etapa terminal, o por medio de la eugenesia, si hay algún defecto, Jesús Misericordioso
quiere llevar a todos con Dios Padre, con el Espíritu del Amor de Dios.
“Bienaventurados los que tienen el corazn puro”. Los limpios de corazón no son solo
aquellos que evitan el pecado, sino, todavía más grande que esto, son quienes ven el
mundo y la creación –o piden la gracia de ver- con los ojos y el corazón de Jesús
crucificado, que es de quien emana toda pureza y toda santidad. Los bienaventurados son
quienes tienen el corazón santo y puro porque unen sus corazones al corazón santo y puro
del Hombre-Dios que cuelga desde la cruz, y con esa pureza y santidad ven el mundo. El
corazón del Sagrado Corazón, el corazón del Hombre-Dios, es un corazón puro e
inmaculado, no solo porque no posee ni el más mínimo pecado ni la más mínima sombra
de maldad, sino porque su pureza radica en su unión con la pureza inmaculada del ser
divino, pureza que es perfección y perfección que es hermosura en grado inimaginable. El
corazón puro del Sagrado Corazón no es solo ausencia de pecado, sino pureza inmaculada
del ser divino, y es de esta pureza de la cual los cristianos deben tomar como de su fuente,
la pureza del Sagrado Corazón Eucarístico, y comunicarla al mundo.
“Bienaventurados los pacíficos”. Jesús es manso y humilde de corazón; no opone
resistencia a sus verdugos, no porque no tiene más remedio, no porque sus verdugos sean
numerosos y porque sus discípulos lo han abandonado: tiene poder para enviar miríadas de
ángeles, o para incluso aniquilar, hacer desaparecer el ser de sus enemigos con solo
quererlo; Jesús, como Hombre-Dios, tiene poder para aniquilar a sus enemigos, para
hacerlos desaparecer –una prueba de su poder omnipotente es que al pretender detenerlo
en el Glgota, con solo decir: “Yo Soy”, hace retroceder y caer a los soldados que quieren
atraparlo, y al fin de los días, según el Apocalipsis, derrotará al demonio y al infierno con
un soplo de su boca 1 -; y sin embargo, como un cordero, que no se queja ni ofrece
resistencia, se deja conducir mansamente hacia la cruz.
“Bienaventurados los que son perseguidos por practicar la justicia”. La justicia de las
bienaventuranzas no es la justicia humana, o al menos no en forma directa; la justicia que
lleva a la bienaventuranza es la justicia de reclama por los derechos divinos, los derechos
de Dios, manifestada en los Mandamientos divinos; es la justicia que da a Dios lo que Dios
merece por ser lo que es, amor y adoración, y al prójimo lo que el prójimo merece por ser
creación de Dios: misericordia y compasión. La justicia de las bienaventuranzas no es la
justicia que se sigue de aplicar y observar los derechos humanos, sino la justicia que se
sigue de aplicar y observar los derechos de Dios. Si Dios fuera respetado en sus derechos,
si los derechos de Dios –entre otros, derecho a ser conocido, honrado, adorado y alabado
por sus creaturas, por la grandeza infinita de su ser divino- fueran respetados, otra sería la
suerte del mundo, y los mismos derechos humanos serían respetados y honrados. La
justicia que se debe practicar es la justicia de Dios, la justicia de los Mandamientos divinos,
que manda a respetar y honrar, por su bondad, los derechos de Dios; solo la justicia que
persigue el cumplimiento de los derechos de Dios, permite la verdadera justicia entre los
hombres, y da paz a los corazones y las almas.
“Bienaventurados los que sea insultados, perseguidos y calumniados por Mi nombre”.
Las calumnias, los insultos, y la persecución hacia Jesús no se deben simplemente al hecho
de que se opone a los sacerdotes del templo y a los preceptos religiosos humanos
inventados de los fariseos: se trata de la persecución que las tinieblas emprenden contra la
luz; se trata de la lucha de la luz contra las tinieblas, lucha en la cual la luz finalmente
1 Cfr. 19, 15.
vence desde la cruz. Las persecuciones a la Iglesia son una continuación y una
prolongación de la persecución sufrida por Jesús, y así como Jesús sufrió la suprema
persecución que lo llevó a la muerte en cruz, así la Iglesia es y será crucificada en la última
persecución, antes del Fin.
“Tendrán una gran recompensa en el cielo”. La recompensa para los bienaventurados
será la unión y la comunión personal con el Hijo de Dios, con el Padre y con el Espíritu, en
la eternidad y para toda la eternidad. Sin embargo, según la Iglesia, la bienaventuranza, el
estado de dicha eterna, comienza ya aquí, en la tierra y en el tiempo, porque la Iglesia
proclama bienaventurados o dichosos a quienes se unen al Cordero de Dios que viene al
encuentro de las almas sacramentalmente.
La Iglesia proclama bienaventurados o dichosos a quienes se unen a Jesús
Sacramentado no de cualquier manera, sino con el espíritu de las bienaventuranzas, es
decir, uniendo las tribulaciones de la vida, que son una participación a la Gran tribulación
de la cruz, a Jesús crucificado. La Iglesia proclama la bienaventuranza desde el místico
Monte Calvario, desde la Nueva Montaña del Sermón, el Altar eucarístico: “Dichosos los
invitados a la cena del Seor” 2,3 .
Con la proclamación de esta bienaventuranza, el Pueblo de Dios obtiene, en la
comunión eucarística, ya desde esta tierra, la recompensa prometida: la unión personal
con el Hijo y por el Hijo, con el Padre y el Espíritu.
Padre Álvaro Sánchez Rueda
2 Cfr. M ISAL R OMANO , Rito de la comunión .
3 La Iglesia a su vez toma las palabras del Apocalipsis: “Dichosos los convidados al banquete nupcial del Cordero”: cfr. Ap 19,
9.