M ÁS IMPORTANTE ENTONCES QUE RECUPERAR LA VISTA DE QUIEN ES CIEGO DE NACIMIENTO , ES
EL DON DE LA FE , LUZ INTERIOR POR EL QUE SE CONTEMPLA A D IOS T RINO EN SUS MISTERIOS
SOBRENATURALES
(Domingo IV – TC – Ciclo A –)
“Jesús vio pasar a un ciego de nacimiento (…) hizo barro con saliva y tierra, orden
al ciego que se lavara en la pileta de Siloé, y cuando regresó, el ciego había recuperado la
vista” (cfr. Jn 9, 1-41). En este pasaje del evangelio se destacan, por un lado, la
incredulidad y la malicia de los fariseos quienes, sabiendo que es ciego de nacimiento, y
sabiendo que es Jesús quien lo ha curado, se niegan a reconocer el hecho, ya sea tratando
al ciego de ignorante –“¿Tú quieres darnos lecciones?”- o a Jesús de impostor –“Este
hombre no viene de Dios”-.
Paradójicamente, quienes se comportan como verdaderos ciegos, son los fariseos,
porque no reconocen, o más bien, no quieren reconocer, el milagro realizado por Jesús. La
ceguera farisaica tendrá sus consecuencias, porque les impedirá darse cuenta de otro
milagro, más profundo, más admirable, más escondido, que Jesús realiza en el ciego de
nacimiento.
El otro elemento que se destaca en el pasaje evangélico, pasa desapercibido, pero es
a su vez, por otro lado, lo central del pasaje evangélico: es el milagro de la curación del
ciego de nacimiento, aunque no el milagro de recuperar la vista corporal.
El otro elemento que se destaca no es el milagro en sí mismo, el que le devuelve la
vista corporal, porque la recuperación de la luz corporal es simbólica de la adquisición de
otra luz, mucho más misteriosa.
Jesús permite que el ciego pueda volver a ver, es decir, que pueda volver a captar la
luz natural, por medio de la cual podemos ver el mundo y todo lo que nos rodea. El poder
ver la luz con los ojos del cuerpo le da al ciego una nueva vida, porque antes, vivía una
vida sumergida en la obscuridad, en cambio ahora, vive una vida plena de luz, y por eso se
puede decir que le da una nueva vida.
Pero ese no es el milagro más importante, porque detrás de ese milagro, hay otro
mucho más misterioso y sobrenatural, que le concede otra vida, una vida superior,
sobrenatural, que le permite ver otra luz de otro día, iluminada por otro sol. Es decir, Jesús
concede al ciego un doble milagro: un milagro corporal y otro espiritual.
Si el milagro corporal, por el cual corrige el defecto anatómico de nacimiento que le
impide captar la luz y por lo tanto tener visión, es llamativo, lo es mucho más el otro
milagro, que puede pasar desapercibido si no se atiende bien a las palabras de Jesús.
Jesús concede una capacidad interior de ver una luz sobrenatural, y esta capacidad
es la gracia santificante, por medio de la cual el alma puede contemplar a Dios, que es luz 1 ,
en sus misterios.
El milagro realmente significativo es el mi lagro espiritual, interior, por el cual Jesús,
Hombre-Dios, le concede la gracia santificante: por la gracia santificante, Dios imprime su
rostro en el alma 2 , y como el rostro de Dios es luminoso, quien antes era ciego de cuerpo y
alma, es decir, quien no podía ver y no tenía fe, ahora puede contemplar, por la gracia
santificante, la luz de Dios; puede contemplar a Dios, que es luz, que es sol sobrenatural.
Y así como para quien vivía en la oscuridad, la llegada de la luz del sol le permite
adquirir una vida nueva, porque puede ver lo que antes no veía, permit iéndole apreciar la
luminosidad, el color, y el movimiento de la vida, y en ese sentido se puede decir que tiene
nueva vida, así, para quien no tenía fe y vivía en la oscuridad de una vida sin conocer a
Dios, el hecho de poseer la gracia santificante, le permite ver , por medio de la fe, los
luminosos misterios de Dios Uno y Trino , y vivir una nueva vida, una vida sobrenatural,
espiritual, que se deriva de la contemplación de Dios Trino en su luz por la fe.
1 Cfr. Jn 1, 4.
2 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , Las maravillas de la gracia divina , Editorial Descleé de Brower, Buenos Aires 1954, 339.
El milagro que subyace al milagro de recuperar la vista corporal, el de ver la luz del
día que le da una nueva vida, es el milagro que se sigue de infundirle en el alma la luz de
la gracia santificante, por la cual el alma ve a Dios mediante la fe.
Este segundo milagro, el interior, el espiritual, el que le concede la capacidad interior
de ver lo sobrenatural, se advierte en el diálogo que tienen hacia el final Jesús y quien era
ciego de nacimiento: Jesús le pregunta si cree que Él es Dios Hijo en Persona, y el ciego,
que había recuperado la vista corporal, responde en otro plano, en el plano sobrenatural,
espiritual. Tanto la pregunta de Jesús como la respuesta de quien antes era ciego, no
tienen relación directa con el milagro corporal de la recuperación anatómica y funcional de
la visión corporal.
En su respuesta, quien antes era ciego le dice que sí cree, que cree que Jesús es
Dios Hijo, y por eso se postra en adoración: “¿Crees en el Hijo del hombre? (…) Soy Yo,
quien te habla”. “Creo, Seor”. Y se postró ante Él”, dice el evangelio.
De este diálogo se deduce el segundo milagro, el interior, el espiritual y
sobrenatural, que le da al ciego de nacimiento una luz interior, la luz de la fe, que le
permite ver los misterios sobrenaturales de Dios y a Dios en sus misterios, y es lo que los
fariseos, en su terquedad y necedad, son incapaces de darse cuenta, porque no quisieron
admitir, voluntariamente, ni siquiera el milagro más evidente, el de la recuperación de la
vista corporal.
El don de la fe es mucho más importante que el don de la curación corporal, porque
capacita al ciego para realizar el acto más valioso a los ojos de Dios: la adoración de Dios y
por la adoración de Dios, la compasión para con el prójimo, aspectos ambos que resumen
toda la relación y la comunión interpersonal que el hombre como ser espiritual tiende a
realizar para con Dios y para con el prójimo, y que resume en sí toda la Nueva Alianza:
“Amar a Dios y al prjimo como a uno mismo vale más que todos los sacrificios”, le dice
Jesús al escriba. Y solo quien tiene fe, solo quien posee la luz de la fe, está en condiciones
de adorar y amar a Dios y al prójimo, y es aquí en donde resalta la importancia del milagro
concedido por Jesús.
Más importante entonces que recuperar la vista de quien es ciego de nacimiento, es
el don de la fe, luz interior por el que se contempla a Dios Trino en sus misterios
sobrenaturales.
Para el ciego de nacimiento, Jesús hace barro con su saliva y lo manda a lavar con el
agua de la pileta de Siloé, y el ciego recupera la vista y la fe, y en acción de gracias, se
postra en adoración ante Jesús.
¿Cómo se comporta Jesús con nosotros? Para nosotros, Jesús no hace barro con su
saliva, sino que hace un milagro mucho más asombroso: nos concede el Espíritu del Amor
divino que brota de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo, y vierte sobre nosotros el agua
del bautismo, la Nueva Piscina de Siloé, con lo cual nos concede la gracia santificante, que
nos permite ver a Dios en los misterios de la fe.
Como el ciego de Siloé, por el luminoso don de la fe, nos postremos en adoración y
acción de gracias ante la Presencia Sacramental de Jesús, el Cordero Misericordioso que
por amor nos dona su Espíritu.
Padre Álvaro Sánchez Rueda