E N CADA COMUNIÓN SE INCREMENTA LA P RESENCIA DE C RISTO RESUCITADO Y VIVIENTE , QUE
COMUNICA LA FUERZA DE LA VIDA DIVINA Y ETERNA AL ALMA QUE COMULGA
(Domingo V – TC – Ciclo A –)
“Yo Soy la resurrección y la Vida” (cfr. Jn 11, 1-45). En el evangelio se relata el
drama más profundo de la existencia humana: la muerte. La muerte, la ausencia de vida,
en cualquier etapa de la vida –sea un recién nacido, un niño, un joven, un adulto, un
anciano-, y por la causa que sea, conmueve lo más profundo de la existencia, hasta el
punto de provocar un trauma que hace tambalear todas las convicciones, incluso hasta
las más profundas.
La experiencia de la muerte en la humanidad, simbolizada en la muerte de Lázaro,
puede llegar a provocar hasta la pérdida de la fe; es tal vez la prueba más grande para la
fe. Esta pérdida de la fe que puede provocar la muerte se ve en la duda que manifiestan
algunos cercanos a Marta, María y Lázaro: “Éste que abrió los ojos del ciego de
nacimiento, ¿no podía evitar que Lázaro muriera?” Es decir, reconocen que Jesús hace
milagros, pero frente a la muerte, dudan de Jesús: “¿Por qué no evitó que muriera?
¿Será porque no puede hacer nada frente a la muerte?”, parecerían decir.
Es tan honda y dolorosa la experiencia de la muerte –de cualquier muerte, pero
más si se trata de la muerte de alguien a quien se ama-, que el mismo Jesús, Hombre-
Dios, se conmueve y llora frente a su amigo muerto, precisamente porque es su amigo,
porque lo ama como a su amigo.
En relación a la reacción de Jesús frente a la muerte de un ser querido, el
evangelio relata dos conmociones de Jesús: “Y Jesús lloró”, dice la primera vez; en la
segunda, dice: “Jesús, conmoviéndose nuevamente”. Jesús se conmueve y derrama
lágrimas por la muerte de Lázaro, lo cual muestra, además del aspecto humano del
Hombre-Dios 1 , la profundidad de la experiencia de la muerte, que provoca la conmoción
y el llanto de quien es precisamente Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios.
Luego, María llorará también al pie de la cruz; llorará cuando te nga a su Hijo ya
descendido de la cruz, con lágrimas tan abundantes, que lavará el Divino rostro de su
Hijo, frío con la frialdad que provoca el hielo de la muerte, y le quitará con sus lágrimas
la sangre, la tierra, el polvo, el sudor que cubrían el rostro de su Hijo muerto en la cruz.
María llorará amargas lágrimas de dolor por su Hijo muerto y sepultado,
esperando, al borde del desfallecimiento, de pie a la puerta del sepulcro, experimentando
Ella misma la agonía de la muerte estando viva, por la muerte de su Hijo.
Jesús llora ante la muerte de su amigo Lázaro; María llora ante la muerte de su
Hijo. La muerte conmueve y deja perplejos, sin respuestas, porque lo que debería estar,
la vida, ya no está más ; la muerte asombra porque lo que causa asombro en la
naturaleza, la vida, está muerta, no está más . La muerte sorprende porque se lleva lo
más asombroso de la existencia: la vida. La muerte acaba con la vida y ante la ausencia
de vida de quien antes estaba vivo, las respuestas se terminan.
El único que pu ede dar una respuesta definitiva al drama de la muerte de la
humanidad, es Jesucristo, y no solo puede dar una respuesta definitiva, sino que puede
derrotarla para siempre, de modo que la muerte, que quita la vida, ya no exista más , y
Jesús derrota a la mu erte con su muerte en cruz, que representa para la humanidad la
irrupción del Espíritu divino, portador de la Vida eterna que se comunica a las creaturas
en el bautismo.
Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy la resurrección y la vida”, y lo prueba, al soplar,
junto a su Padre, el Espíritu de Vida divina, el Espíritu Santo, que da vida eterna y
resucita a su cuerpo muerto en el sepulcro.
Jesús, que es Dios eterno, se resucita a sí mismo -su resurrección es el comienzo
de la gloria que Él poseía desde la eternidad 2 - así como fue Él mismo quien donó su vida
al morir en la cruz, con lo cual demuestra un poder absoluto sobre la vida y la muerte:
1 Cfr. M ISAL R OMANO , Prefacio para el evangelio de la resurrección de Lázaro.
2 Cfr. M ATTHIAS J OSEPH S CHEEBEN , Los misterios del cristianismo , Ediciones Herder, Barcelona 1964, 349.
nadie le quita la vida, sino que la dona voluntariamente, y nadie le da la vida, nadie lo
resucita, sino Él mismo junto a su Padre, que espiran el Espíritu de vida divina, el Espíritu
Santo, sobre su cuerpo muerto en el sepulcro.
Jesús dona su vida en la cruz y la retoma en el sepulcro, para resucitar y no morir
más, porque Él, siendo Dios eterno, es la Vida eterna en sí misma. Dice Jesús en el
Apocalipsis: “Yo Soy el primero y el último, y el viviente; estuve muerto, y ahora vivo por
los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” 3 .
“Yo Soy la resurrección y la Vida”, dice Jesús a las doloridas hermanas Marta y
María, que lloran la muerte de su hermano Lázaro, dando consuelo al anticiparles que
dará vida a su hermano muerto. Jesús resucitará a Lázaro, pero la vida que Él viene a
dar no es este retornar a la vida natural, sino que concede una Vida nueva, definitiva,
superior a la vida inmortal natural del alma: Jesús concede la Vida, pero la Vida que
concede Jesús no es la vida inmortal, la que le pertenece al alma por naturaleza, sino
que la vida que concede Jesús es la Vida eterna, la Vida misma de Dios Trino, la Vida que
surge del Ser eterno del Dios Uno y Trino, Vida que brota de su Ser eterno como de su
fuente.
Esta Vida eterna que Jesús concede es una vida verdaderamente divina,
desconocida, sobrenatural, misteriosa, la vida misma que viven las Personas de la
Trinidad, que hace que la creatura viva en Dios Trino y que Dios Trino viva en la
creatura 4 . Esta Vida eterna, la vida de Dios, se comunica al alma por la gracia de la
filiación, en el bautismo, y se acrecienta esta Vida eterna recibida en el bau tismo, en
cada comunión, porque en cada comunión se acrecienta la Presencia de Cristo ,
resucitado y viviente, que comunica la fuerza de la vida divina y eterna al alma que
comulga.
“Yo Soy la resurrección y la Vida”, dice Jesús a las hermanas que lloran la muerte
de su ser querido; “Yo Soy la resurrección y la Vida”, dice Jesús a todo aquél que
experimenta la prueba más dolorosa que pueda existir en esta vida, la muerte de un ser
querido; “Yo Soy la resurrección y la Vida, y dono mi Vida eterna y mi resurrección a
quien me recibe en la comunión”, nos dice Jesús a nosotros, que vivimos en esta vida
destinada a la muerte, pero que vivimos con la esperanza de la resurrección, que se nos
da, como un germen invisible, en la comunión, y por medio de esta Vida eterna recibida
en la comunión, esperamos resucitar en Cristo para no morir más.
Padre Álvaro Sánchez Rueda
3 Cfr. Ap 1, 17-18.
4 Cfr. Scheeben, ibidem , 707s.