Solemnidad. Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (cfr. Jn 6, 51-58).
Las palabras de Jesús provocan escándalo y desconcierto entre los judíos: “¿Cómo
puede este darnos a comer su carne y a beber su sangre?” Frente a la perplejidad de
los judíos, Jesús no solo no se rectifica, sino que afirma con más fuerza y de modo
más enigmático aún el misterio sobrenatural del don de su cuerpo: donará su cuerpo,
como pan, y ese pan, que es su cuerpo, será la vida del mundo: “Yo Soy el Pan vivo
(…) El Pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo”.
Es decir, primero dice que su carne es verdadera comida y que su sangre es
verdadera bebida, y luego, dice que Él es el Pan vivo bajado del cielo, y que a su vez
ese Pan que es Él mismo, es su cuerpo, y que su cuerpo, que es Pan, da la Vida
eterna.
Los judíos se quedan perplejos frente a estas afirmaciones de Jesús: no pueden
creer lo que ven y lo que oyen, porque ven en Jesús nada más que al “hijo del
carpintero”; ven en Jesús a un hombre y nada más, a un ser humano, y se
desconciertan, porque este hombre les está diciendo que dejará su cuerpo, que es pan
y que da la vida eterna.
Los judíos ven a Jesús como al hijo del carpintero, y ahora resulta que este hijo
de carpintero dice que su carne es Pan de Vida eterna, que el coma de ese Pan que Él
dejará, que es su carne, no morirá, sino que tendrá la vida eterna.
Pero no todo queda en el episodio entre Jesús y los judíos: el mismo diálogo se
repite entre Jesús, que habla y se manifiesta por medio de su Iglesia, y los bautizados
en la Iglesia Católica.
Lo que Jesús les dice a los judíos, lo dice a sus hijos por medio de la Iglesia:
“Comed, este es mi cuerpo (…) Bebed, esta es mi sangre”. Así como delante de los
judíos Jesús decía que su cuerpo era pan y pan de vida eterna, así Jesús, por medio
de su Iglesia, dice que el pan del altar es su cuerpo y que da la vida eterna.
A los judíos les decía que su cuerpo era pan vivo que daba la vida eterna; a los
bautizados, les dice que el pan del altar es su cuerpo, y que da la vida eterna. Y así
como Jesús prometía la vida eterna a quien comiera de su cuerpo, que Él dejaba como
pan, así también la Iglesia promete la vida eterna a todo aquel que coma de este Pan
sacramentado que es el cuerpo de Jesús: “El que coma de este Pan tendrá la vida
eterna”.
También se repite la misma incredulidad mostrada por los judíos delante de
Jesús, la cual es continuada por la gran mayoría de los católicos, de ahí el gran
número de apóstatas y desertores que se dan hoy en la Iglesia: así como los judíos no
podían creer que el cuerpo de Jesús fuera Pan de Vida eterna, bajado del cielo, porque
veían en Jesús a un hombre común y corriente, el hijo del carpintero, así los
integrantes del Nuevo Israel, descreen de las palabras de Jesús pronunciadas en la
consagración: “Esto es mi cuerpo (…) Esta es mi sangre”, y ven en el pan del altar
nada más que eso: un pan en el altar, un pan bendecido, consagrado, pero nada más
que pan; no ven que ese pan es el cuerpo de Jesús y que el cuerpo de Jesús, como
está embebido del Espíritu Santo, da la Vida eterna, la vida misma de Dios Trino.
Muchos en la Iglesia piensan en estas frases de Jesús como algo sin contenido
real; como si fueran frases pronunciadas en una Iglesia, continuación de la judía, y
que se transmitieron y fueron hechas propias por la Iglesia Católica, pero que en el
fondo no significan nada real.
No piensan en la Eucaristía como en el cuerpo y la sangre del Cordero de Dios;
como en el cuerpo del Hombre-Dios, que comunica de su vida divina y humana y de
su Espíritu Santo a quien lo consume; piensan que es solo un poco de pan bendecido
y nada más.
Sin embargo, Cristo, Hombre-Dios, deja su corporeidad, su cuerpo y su sangre
y con su cuerpo y con su sangre, deja su ser divino, su divinidad, para entrar en las
almas de los que lo reciban, para comunicar de esa divinidad al alma que comulga.
“Yo Soy el Pan vivo bajado del cielo (…) El pan que Yo daré es mi carne para la
vida del mundo”. Las palabras de Jesús se cumplen en toda su realidad sobrenatural,
en el sacramento del altar: la Eucaristía es el Pan vivo bajado del cielo, es el cuerpo
de Cristo, que es su carne, que es la vida del mundo.
La Eucaristía es el Pan que es la carne del Cordero, y esa es la noticia más
grande y alegre que puede recibir y comunicar el cristiano, y la alegría y el estupor
que provoca esta realidad, del Pan que es carne del Cordero y de la carne del Cordero
que da la Vida eterna, deberían obrar como fuente de consuelo en ese mar de dolor y
de tribulación que es la existencia humana.
Padre Álvaro Sánchez Rueda