Solemnidad de la Santísima Trinidad - Ciclo A
San Buenaventura
Parte primera
De la Trinidad de Dios
Capítulo II
Qué se ha de admitir acerca de la Trinidad de personas y
unidad de esencia
1. Comenzando, pues, de la Trinidad de Dios, tres son las cosas
que se han de considerar, a saber: lo primero, cómo se
compagina la unidad de substancia y de naturaleza con la
pluralidad de personas; lo segundo, cómo con la pluralidad de
las apariciones; lo tercero, cómo con la pluralidad de los
apropiados.
2. Sobre la pluralidad, pues, de personas en unidad de naturaleza
la verdadera fe dicta que se debe admitir que hay tres personas
en una naturaleza: el Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo, de las
cuales la primera no proviene de ninguna otra, la segunda
procede de sola la primera por generación y la tercera de la
primera y de la segunda por espiración o procesión; de manera
que la Trinidad de personas no excluye de la divina esencia la
suma unidad, simplicidad, inmensidad, eternidad,
inconmutabilidad, necesidad ni la primacía, sino que incluye
más bien suma fecundidad, caridad, liberalidad, igualdad,
perfecta confraternidad o unidad suma de naturaleza y de
esencia, conformidad e inseparabilidad, todo lo cual entiende la
sana fe que hay en la beatísima Trinidad.
3. Y la razón de esta verdad es porque la fe, siendo el principio del
culto debido a Dios y el fundamento de aquella doctrina que es
conforme a piedad, dicta que de Dios se debe sentir altísima y
piadosísimamente. Y no sentiría altísimamente si no creyera
que Dios puede comunicarse sumamente ni sentiría
piadosísimamente si creyera que lo puede y no lo quiere; y ,por
esta razón dice para sentir altísima y piadosísimamente que
Dios se comunica sumamente teniendo desde toda la eternidad
un ser amado y co-amado y por esto que Dios es uno y trino.
4. Y esta fe, en cuanto enseña que de Dios debemos sentir
piadosísimamente, está atestiguada por toda la Sagrada
Escritura, que es llamada doctrina conforme a piedad porque
confiesa que Dios tiene un Hijo, a quien ama sumamente, el
Verbo igual a si mismo; a quien "engendró desde la eternidad,
en quien dispuso todas las cosas", por quien creó y gobierna
todo, por quien asimismo, hecho carne por su infinita
benignidad, redimió al hombre con su preciosísima sangre y,
redimido, lo alimentó; por quien, asimismo, usando de infinita
misericordia, le librará, al fin del mundo de toda miseria para
que por Cristo todos los elegidos sean hijos del sumo Padre, en
quien será la consumación de toda piedad: de la de Dios para
con nosotros, y viceversa.
5. Y en cuanto la fe dicta que de Dios hemos de sentir
altísimamente no solo está atestiguada por la Sagrada Es-
critura, sino, además, por todas las criaturas, conforme a lo que
dice San Agustin en el libro XV “ De Trinitate ” (capitulo IV) : "No
es solo la autoridad de los libros divinos la que predica que Dios
existe, sino que el mismo universo entero que nos rodea, y al
cual pertenecemos también nosotros, proclama que tiene un
excelentísimo Hacedor, que nos dio mente y razón natural, con
la que juzgamos que se han de preferir los vivientes a los que
no viven, los seres dotados de sentidos a los que no sienten, los
inteligentes a los que no entienden, los seres inmortales a los
mortales, los fuertes a los débiles, los justos a los injustos, los
hermosos a los deformes, los buenos a los malos, los
incorruptibles a los corruptibles, los inmutables a los mudables,
los invisibles a los visibles, los incorpóreos a los cuerpos y los
dichosos a los miserables. Y por esto, toda vez que
anteponemos sin vacilación el Creador a las cosas criadas, es
necesario que confesemos que Él está dotado de suma vida,
que siente y entiende todo, que no puede morir, corromperse ni
mudar y que no es cuerpo, sino espíritu omnipotentísimo,
justísimo, hermosísimo, óptimo y felicísimo” . He aquí incluídas
en estas doce las más altas y nobles prerrogativas del ser
divino. Mas luego estas doce se reducen, como lo demuestra Él
mismo, a tres, que son la eternidad, la sabiduría y la
bienaventuranza, y estas tres a una, a saber: la sabiduría, en la
cual se incluyen la mente que engendra, el verbo engendrado y
el amor que une a entrambos, en los cuales consiste, según nos
dicta la fe, la beatísima Trinidad. Y como quiera que la suma
sabiduría pone la trinidad y pone además todos los nobilísimos
atributos arriba enumerados, es decir, la unidad, la simplicidad
y las demás consiguientes, es necesario que todas las
sobredichas excelencias del ser divino estén juntamente con la
beatísima Trinidad.
Capítulo III
De la recta inteligencia de esta fe
1. Para la sana inteligencia de esta fe, enseña la doctrina sagrada
que en la divinidad hay dos emanaciones, tres hipóstasis,
cuatro relaciones, cinco nociones, y de entre estas solo tres
propiedades personales.
2. Y la razón para la inteligencia de lo antedicho es: que siendo el
primer y sumo Principio simplicísimo por ser primero, y
perfectísimo por ser sumo, por cuanto es perfectísimo se
comunica perfectísimamente, y por cuanto es simplicísimo
conserva su omnímoda indivisión; de donde se sigue que en él
tienen lugar todos los modos de emanación perfecta, quedando,
no obstante, a salvo la unidad de naturaleza. Ahora bien: los
modos de emanación perfecta sólo son dos, a saber: por modo
de naturaleza y por modo de voluntad. El primero es la
generación y el segundo la espiración o procesión, por donde
ambas existen en Dios.
3. Y como en dos emanaciones substanciales necesariamente
emanan dos hipóstasis, hay que admitir también
necesariamente, so pena de retroceder in infinitum , que la
hipóstasis que produce primero no emana de otro; así que hay
en Dios tres hipóstasis.
4. Y puesto que a cada emanación responden dos respectos
relativos, síguese que en Dios hay cuatro relaciones, a saber: la
paternidad, la filiación, la espiración y la procesión.
5. Mas como por estas relaciones se nos dan a conocer las divinas
hipóstasis, y además de esto se nos da a conocer, por cuanto
no es producida, aquella hipóstasis en que se da la primera
razón principiativa pues el no ser producida arguye en ella
noblezaresulta que son cinco las nociones, a saber: las cuatro
relaciones sobredichas y la innascibilidad.
6. Y teniendo cada una de las personas una propiedad por la que
principalmente se hace conocer, siguese que solo hay tres
propiedades personales, que propia y principalmente se
expresan con los nombres de Padre y de Hijo y de Espíritu
Santo.
7. Y a la verdad, como lo propio del Padre es ser innascible o no
engendrado, ser principio, no de principio, y ser Padre, la
innascibilidad le notifica por modo de negación, si bien, puesto
que la innascibilidad es en el Padre la raíz de su plenitud fontal,
le notifica también, por vía de consecuencia, de modo positivo;
el ser principio, no de principio, le notifica por modo de posición
acompañada de negación; el ser Padre, por modo de posición y
de relación, propia, completa y determinadamente.
8. Por semejante modo, siendo el Hijo imagen, verbo e hijo,
imagen denomina a esta persona como semejanza expresa;
verbo, como semejanza expresiva; hijo, como semejanza
hipostática. Además, imagen le denomina cual semejanza
conforme; verbo, cual semejanza intelectual; hijo, cual
semejanza connatural.
9. De idéntica manera, como lo propio del Espíritu Santo es ser
don, nexo o caridad de ambos y también ser Espíritu Santo, el
don le denomina como dádiva voluntaria; el nexo o caridad,
como dádiva voluntaria y principal; Espíritu Santo, como dádiva
voluntaria, principal e hipostática. De lo que resulta que con
estos tres nombres de Padre y de Hijo y de Espíritu Santo se
insinúan las propiedades personales de las tres personas. Esto
es, pues, lo que se debe admitir para la sana inteligencia de la
fe de la Trinidad.
Capitulo IV
De la expresión católica de esta fe
1. Para la expresión católica de esta fe se ha de admitir, según las
enseñanzas de los doctores sagrados, que en la divinidad hay
dos modos de predicar que son: por modo de substancia y por
modo de relación; tres modos de suponer, a saber: de la
esencia, de la persona y de la noción; cuatro modos de
significar la substancia, es decir: con los nombres de esencia,
substancia, persona e hipóstasis; cinco modos de decir, que
son: quién , o persona; e l cual , o supuesto; la cual , o noción; lo
cual, o substancia, y qué , o "quididad" ; y tres modos de
distinguirse, o sea: según el diverso modo de existir, de
haberse y de entender.
2. Y la razón de lo predicho es porque siendo el primer Principio
perfectísimo al mismo tiempo que simplísimo, todo aquello que
lleva en sí perfección se dice de él propia y verdaderamente;
mas lo que incluye imperfección, o no se predica o, si se
predica, se predica en cuanto ha asumido la naturaleza
humana, o en sentido figurado. Siendo, pues, diez los
predicamentos, a saber: substancia, cantidad, relación,
cualidad, acción, pasión, dónde, cuándo, situación y hábito , los
cinco últimos, por referirse en su sentido propio a los seres
corporales o mudables, no pueden atribuirse a Dios si no es en
sentido translaticio o figurado. Mas los otros cinco precedentes
se atribuyen a Dios en cuanto a lo que dicen de complemento o
perfección, de tal modo, empero, que no se oponen a la
simplicidad divina. Todos estos predicamentos son, en
consecuencia, lo mismo que aquello de que se predican; y por
eso, comparándolos con el sujeto en que existen, se dice de
ellos que pasan a la substancia o se identifican con ella,
exceptuada, con todo, la relación. Esta, en efecto, tiene doble
comparación, a saber: con el sujeto en qué y con el término a
qué; del primer modo pasa a la substancia para evitar la
composición, y del segundo modo permanece en si para hacer
la distinción. Por eso es que "la substancia contiene la unidad y
la relación multiplica la Trinidad"; de lo que resulta que en Dios
solo quedan estos dos modos diferentes de predicar. Sobre los
cuales se da la siguiente regla: los nombres que se dicen según
substancia se dicen de todas las personas, tanto de cada una
de ellas como de todas juntas y en singular; mas los que se
predican según relación, o no se dicen de todas o, si se dicen
de varias, en plural, como relacionados, distintos, semejantes,
iguales a causa de la relación intrínseca. Mas el nombre de
Trinidad comprende lo uno y lo otro.
3. Y puesto que puede haber varias relaciones en una persona,
como hay varias personas en una naturaleza, síguese que la
distinción en la noción no lleva consigo diversificación de
persona, como tampoco la distinción de persona lleva consigo
plurificación de la naturaleza. Y por esto no conviene a la noción
ni a la persona cuanto conviene a la esencia, ni viceversa. De lo
que resulta que hay allí tres modos de suponer, sobre los que
suele darse la siguiente regla: supuesta la esencia, no se
supone la noción ni la persona; y supuesta la noción, no se
supone la esencia ni la persona; y supuesta la persona, no se
supone la esencia ni la noción, como resulta patente de los
ejemplos.
4. Y como hay verdadera distinción en los supuestos de la
substancia, permaneciendo una la esencia, síguese por
necesidad que en Dios la substancia puede ser significada de
diversos modos, a saber: como comunicable y como inco-
municable. En cuanto comunicable, en abstracto por el nombre
de esencia y en concreto por el nombre de substancia; mas en
cuanto incomunicable, o como distinguible por el nombre de
hipóstasis o como distinta por el nombre de persona. 0 de otro
modo: como distinta de cualquier modo, y así es hipóstasis, o
como distinta notable y perfectamente, y es persona. Los
ejemplos de estos cuatro casos en la criatura son : humanidad,
hombre, algún hombre, Pedro . El primer nombre dice la
esencia; el segundo, la substancia; el tercero, la hipóstasis, y el
cuarto, la persona.
5. Y porque en la persona que se distingue no solo es dado
considerar aquel que se distingue, no también aquello por lo que
se distingue , y esto ultimo es la propiedad o noción, es
necesario que en Dios haya cinco modos de decir, lo mismo que
de preguntar, y son: quién , por razón de la persona; el cual ,
por razón de la hipóstasis, ya que ésta designa el supuesto de
la substancia indistintamente; la cual , por razón de la noción; lo
cual , por razón de la substancia; qué o aquello por lo qué , por
razón de la esencia.
6. Y como quiera que todos estos modos radican en la unidad de
esencia, porque cuanto hay en Dios es Dios mismo uno y solo,
de ahí que no ponen diferencia en Dios ni cuanto a la esencia ni
cuanto al ser. Y por eso solo hay allí tres modos de diferenciar,
a saber : según los modos de ser o de emanar, como difiere
una persona de otra; según los modos de haberse, como
difieren la persona y la esencia porque una persona es
referida a otra, y por eso se distingue; mas la esencia no es
referida a otra, y por eso no se distingue-- y según los modos
de entender, como difiere una propiedad substancial de otra;
por ejemplo, la bondad y la sabiduría. La primera diferencia es
la mayor que puede hallarse in divinis , pues se da en los
supuestos, de modo que el uno no se dice del otro. La segunda
es menor, porque se da en los atributos, pues aun cuando uno
pueda decirse del otro, como la persona de la esencia, hay, con
todo, algo que se dice del uno y no del otro, como: la persona
se distingue y es referida, mas no la esencia. Mas la tercera
diferencia es la mínima, porque tiene lugar en los connotados,
pues aun cuando el uno se diga del otro mutuamente y pueda
decirse la misma cosa de ambos, con todo, no se connota una
misma cosa en ambos ni es dado entender por una misma cosa
los dos. Del primer modo de diferenciar nace la pluralidad de
personas; del segundo, la pluralidad de las predicaciones
substanciales y relativas; del tercero, la pluralidad de las
propiedades esenciales y de las nociones tanto en la eternidad
como en el tiempo, ya propiamente, ya metafóricamente; ora
comúnmente, ora como por apropiación. Son manifiestos los
ejemplos de lo dicho. Una vez entendido todo esto, se ye con
suficiente claridad que se debe sentir y cómo se debe hablar de
la suma Trinidad de las divinas personas.
Capítulo V
De la unidad de la naturaleza divina en la multiformidad de
apariciones.
1. En segundo lugar, acerca de la pluralidad de las apariciones
enseña la divina doctrina que se ha de admitir que Dios, no
obstante ser incircunscriptible, invisible e inconmutable, habita
especialmente en los varones santos, apareció a los patriarcas y
a los profetas, descendió de los cielos y envió al Hijo y al
Espíritu Santo para la salvación del género humano. Y aun
cuando en Dios sean indivisas la naturaleza, la virtud y la
operación de la Trinidad, la misión, empero, o aparición de una
persona no es misión o aparición de otra. Y no obstante darse
en Dios suma igualdad, con todo, solo al Padre conviene enviar
y no ser enviado; al Espíritu Santo, ser solamente enviado
respecto de las divinas personas, a no ser que tal vez se diga
que envía al hombre asumido; mas al Hijo conviene enviar y
ser enviado, como puede colegirse de las Escrituras.
2. El fundamento para la inteligencia y explicación de lo antedicho
es: que el primer Principio, a pesar de ser inmenso e
incircunscriptible, incorpóreo e invisible, eterno e inconmutable,
es, con todo, principio de las cosas espirituales y corporales, de
las naturales y de las gratuitas, y, por lo mismo, también de las
cosas mudables, sensibles y circunscritas, por las cuales, no
obstante ser El inmutable, insensible e incircunscriptible, se
manifiesta y se da a conocer. Y se manifiesta y se da a conocer
generalmente mediante la totalidad de los efectos que de El
fluyen, en los cuales se dice que está por esencia, potencia y
presencia, lo cual se extiende a todos los seres creados. Se da
a conocer, además, especialmente por algunos efectos que
conducen a El de una manera especial, por razón de los cuales
se dice que habita, aparece, desciende, es enviado y envía. Y
en verdad, habitar designa un efecto espiritual con aceptación,
cual es el efecto de la gracia santificante, que es deiforme y
reduce a Dios y hace que Dios nos tenga y sea tenido por
nosotros y, por ello, que habite en nosotros. Y como el efecto
de la gracia es común a todas las personas, nunca inhabita una
persona sin otra; más aun, toda la Trinidad mora a la vez.
3. Aparecer , a su vez, dice un efecto sensible con significación
expresa, como apareció el Espíritu Santo bajo la figura de
paloma. Y porque así como son distintas las personas divinas,
así también pueden ser significadas distintamente con signos y
nombres; síguese que cualquiera de las personas puede
aparecer por si y puede corresponder la aparición a todas, ya
sea juntamente, ya a cada una por sí. Cuando se dice, pues,
que el Espíritu Santo apareció bajo la figura de lenguas de
fuego o de paloma, no es por un nuevo vinculo o efecto
especial, sino por la unión que hay entre la cosa significada y el
signo especialmente deputado a ella por el modo y por el
origen.
4. Mas descender designa los dos efectos predichos con comienzo.
Y a la verdad, Dios en los cielos está siempre presente a los
beatísimos ángeles, porque en ellos mora y aparece siempre.
Pero a los pecadores está ahora en la tierra como ausente tanto
por lo que mira a la gracia como al conocimiento; y por eso,
cuando comienza a aparecer o a inhabitar, de presente en los
cielos y como ausente a nosotros se hace presente en la tierra,
y por esta razón, aunque no se muda en si, se dice, con todo,
que desciende a nosotros.
5. Ser enviado dice los efectos predichos con producción eterna. El
Padre, en efecto, envía al Hijo cuando, haciéndonosle presente
por conocimiento o por gracia, insinúa que procede de El. Y
como el Padre no procede de nadie, nunca se dice que es
enviado. Mas como el Hijo produce y es producido, por eso
envía y es enviado. Al Espíritu Santo, en cambio, que es
producido eternamente y no produce sino en el tiempo, le
conviene propiamente ser enviado, pero no el enviar, sino
respecto de la criatura. Por lo dicho se ve que son impropias y
necesitan ser explicadas las expresiones siguientes: "el Espíritu
Santo se envía a si mismo", "el Espíritu Santo envía al Hijo", "el
Hijo se envía a si mismo", si no es entendiendo: en cuanto ha
nacido de la Virgen. Es también claro por qué no compete a
todas las personas enviar y ser enviadas, pues aun cuando la
misión suponga un efecto de la criatura, con todo, incluye
también una relación intrínseca, de modo que enviar dice
autoridad; ser enviado, sub autoridad, en razón de la
producción eterna que interiormente comporta.
Capítulo VI
De la unidad de la naturaleza divina en la multiplicidad de
apropiados.
1. En tercer lugar, acerca de la pluralidad de los apropiados
enseña la Sagrada Escritura que se debe admitir que si bien
todos los términos esenciales convienen igual e
indeferentemente a todas las personas, se dice, no obstante,
que al Padre se apropia la unidad, al Hijo la verdad, al Espíritu
Santo la bondad. Y conforme a ésta se toma la segunda
apropiación de San Hilario, a saber: "La eternidad en el Padre,
la especie o hermosura en la Imagen y el uso en el Don." Y
según esta apropiación, la tercera, a saber: en el Padre la razón
de principio, en el Hijo la de ejemplar y en el Espíritu Santo la
de fin. Y en conformidad con esta apropiación, la cuarta, a
saber: la omnipotencia al Padre, la omnisciencia al Hijo y la
voluntad o benevolencia al Espíritu Santo. Mas estos términos
se dicen apropiarse no porque se hagan propios, pues siempre
son comunes, sino porque conducen a la inteligencia y noticia
de los propios, o sea de las tres personas.
2. La inteligencia y explicación de lo que precede es ésta: como el
principio es nobilísimo y perfectísimo, se encuentran en él en
grado sumo las condiciones nobilísimas y generalísimas del
ente, que son unidad, verdad y bondad, las que no contraen o
determinan al ser según los supuestos, sino según la razón. La
unidad, en efecto, denomina al ser en cuanto connumerable, y
esto lo tiene por la indivisión en si de sí mismo; la verdad en
cuanto cognoscible, y esto lo tiene por la indivisión de sí de la
propia especie; la bondad en cuanto comunicable, y esto lo
tiene por la indivisión de si de la propia operación. Y como estas
tres indivisiones están ordenadas entre si en cuanto a la razón
de entender de modo que la verdad presupone la unidad y la
bondad presupone la unidad y la verdad, de aquí que estas
condiciones son atribuidas en sumo grado al primer Principio,
por ser perfectas y generales, y se apropian a las tres personas,
por ser ordenadas. Y por esto la suma unidad se apropia al
Padre, que es el origen de las personas; la suma verdad al Hijo,
que procede del Padre como Verbo, y la suma bondad al
Espíritu Santo, que procede de ambos como amor y don.
3. Y como lo sumamente uno es sumamente primero porque
carece de todo comienzo, y lo sumamente verdadero es
sumamente igual y hermoso, y lo sumamente bueno es
sumamente útil y provechoso, de ahí nace la segunda
apropiación de San Hilario: la eternidad del Padre, porque no
tiene comienzo, sino que es absolutamente primero; la especie
en la Imagen, esto es, en el Verbo, por ser sumamente
hermoso; el use en el Don, o sea en el Espíritu Santo, por ser
sumamente provechoso y comunicativo. Esto mismo, con otras
palabras, insinúa San Agustín de esta manera: "En el Padre,
unidad; en el Hijo, igualdad; en el Espíritu Santo, concordia de
la unidad y de la igualdad."
4. Además, puesto que lo sumamente uno y primero tiene razón
de principiar y de originar, lo sumamente bello y especioso
razón de expresar y ejemplar, lo sumamente provechoso y
bueno razón de fin, ya que "el bien y el fin coinciden", de aquí
nace la tercera razón de apropiar la eficiencia al Padre, la
ejemplaridad al Hijo y la finalidad al Espíritu Santo.
5. Además, como todo poder fluye del primer y sumo Principio,
todo saber del primero y sumo ejemplar y todo querer tiende
al sumo fin, es necesario que el primero sea omnipotentísimo,
omniscientísimo y benevolentísimo. Y la unidad primera y
suma, volviendo sobre si misma con retorno completo y
perfecto, es omnipotentísima, del mismo modo la verdad es
sapientísima y la bondad benevolentísima; y estas cosas se
apropian porque insinúan orden. La voluntad, en efecto,
presupone el conocimiento, y la voluntad y el conocimiento
presuponen el poder y la virtud, porque "poder saber es
poder algo".
( San Buenaventura , Obras, BAC, Madrid: 1945, pp. 205-
227)