Solemnidad de la Santísima Trinidad - Ciclo A
Profesores de Salamanca
El fin de la obra de Cristo es la salvación de los hombres
Ante la “elevación” de Cristo en la cruz, como “antitipo” de la
serpiente de bronce, del desierto, el evangelista ve en ello la obra
suprema del amor del padre por el “mundo”. Este tiene dos sentidos
en Jn. El “mundo” es la universalidad étnica contrapuesta Israel (Jn.
4,42; 6,33-51; 12,47); pero frecuentemente lleva un matiz pesimista:
los hombres malos (Jn. 1,10: 12,31; 16,11; I Jn 2,16; 4,4ss; 5,19).
Aquí, pues el contaste está entre el “amor” (egapesen) profundo
que el Padre demostró a “mundo” malo con la aprueba suprema que
le dio. Pues entrego a su Hijo unigénito. Éste no solo se encarnó, no
solo fue enviado, sino que lo dio, que en el contexto es: lo entregó a
la muerte. Acaso esté subyacente en Jn la tipología del sacrificio de
Isaac.
Pero la muerte de este Hijo unigénito tiene una finalidad salvadora
para ese mundo malo. Y es que todo el que crea en El, que es en la
teología Yoannea valorado como el Hijo de Dios, pero encontrándosele
como a tal (Jn6,26ss; 15,5), “tenga la vida eterna”.
El evangelista resalta que el padre no envió a su hijo para que
condene al mundo, sino para que este sea salvo por Él. Este insistir
pleonásticamente en forma antitética negativo-positiva (semitismo),
en esta obra de no condenación del mundo por Cristo, mira a precisar
esta obra ante las creencias divulgadas en aquel medioambiente,
según las cuales había un castigo previo a la venida del Mesías- los
“dolores mesiánicos” -, y hasta se le hacía intervenir a él como
ejecutor de los mismos en su obra. Ni va esto contra los poderes
judiciales de Cristo, ya que primordialmente vino a salvar.
( Profesores de Salamanca, La Biblia Comentada, La Editorial
Católica, Madrid, pag.1038-1039)