“Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”
Mt 6, 16-23
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
SI LA LUZ QUE HAY EN TI SE OSCURECE
El «sermón del monte» está atravesado por una continua y martilleante referencia
al Reino. Debemos buscar el Reino de Dios (Mt 6,10.33), las cosas buenas (Mt
7,11), «tesoros en el cielo» (Mt 6,20) que consisten en los bienes eternos e
incorruptibles. Para saber discernir de qué bienes se trata, necesitamos ese «ojo
interior dotado de recta intención que dirige las acciones humanas» (Nicolás de
Lira). Es indispensable el ojo sencillo: «unus et purus», unificado y puro, como se
lee en la Glosa medieval. «La lámpara» que hace desaparecer las tinieblas «es la
fe» (Cromacio de Aquileya).
Profundizo en esta palabra por medio de la meditación del símbolo cristiano por
excelencia de la luz: el cirio pascual y las velas encendidas sobre el altar para la
misa. Por encima de los significados más inmediatos, siguiendo la estela de la
mística judía le asocio una llamada a mi persona y a sus dimensiones destinadas
a «jerarquizarse». El cuerpo es comparable al cirio, desde el cual brota «la luz
inferior, oscura, en contacto con la mecha de la que depende su misma existencia:
se trata de los sentidos que son afectados por la dimensión fisica. Cuando la luz
oscura está bien consolidada en la mecha, se convierte en asiento para la luz
blanca, superior», la esfera intelectivo-volitiva. «Cuando ambas están bien
consolidadas, entonces es la luz blanca la que se convierte en asiento para la luz
inaprensible, invisible e incognoscible irradiada por la luz blanca. Sólo entonces se
vuelve la luz completa y perfecta»: se trata de la luz del Espíritu Santo (Zohar).
ORACION
Señor, dame un corazón sencillo que sepa discernir el verdadero bien y no se deje
sugestionar por los bienes aparentes, ilusorios y pasajeros.
Dame, Señor, un corazón unificado que no alimente odios, que no se pliegue al
mal, que no esté sometido a la sensualidad y al capricho. Hazme comprender que
sólo tú eres el tesoro de mi corazón. Concédeme esta experiencia viva cuando te
recibo en la eucaristía.