Comentario al evangelio del Lunes 20 de Junio del 2011
EL DIOS QUE HACE SALIR
Es imposible saber en qué consistió realmente la experiencia o encuentro entre Dios y Abraham.
El autor sagrado dice con toda naturalidad «en aquellos días el Señor dijo a Abram», como si fuese tan
normal que Dios y el hombre hablasen de tú a tú. Me supongo que si llamamos a Abraham el «padre de
los creyentes» es porque tuvo que hacer un gran esfuerzo para «fiarse» de Dios. Si le hubiese
encontrado de frente, de tú a tú, si Dios se hubiera hecho «evidente» para Araham... no cabría hablar de
«fe» ni de confianza, sino de obediencia (por la cuenta que le trae hacer caso a Dios), por más que las
indicaciones de Dios son bastante escasas («salió sin saber a dónde iba» (Hb 11, 8). ¡Ya me gustaría a
mí «escuchar» con claridad cuál es la voluntad de Dios sobre mí!
No creo que sea muy
desencaminado pensar que esa voz que le invitaba a «salir» era la voz de su corazón. Abram es capaz
de reconocer, aunque sea a una edad bastante avanzada, que su vida está incompleta, que no es
fecunda, que a pesar de tener una buena posición económica, una mujer y un hijo... aquello tenía pocas
perspectivas de futuro, no se sentía lleno. El Señor le ayuda a descubrir que para encontrar lo que su
corazón desea profundamente... tiene que dejar atrás lo ya conseguido, y llevarse consigo lo esencial
para iniciar nuevos caminos de la mano del Dios que le habla en su corazón, aunque los nuevos
caminos puedan dar miedo, porque siempre son desconocidos.
Sus deseos profundos tenían que ver con una tierra propia y mejor que la que tenía, un nombre
famoso, una numerosa descendencia, la protección de Dios y sus bendiciones. Seguramente que no nos
sintamos personalmente identificados con todos y cada uno de esos deseos... o añadiríamos otros más.
Cuando en estos días pasados un numeroso colectivo de jóvenes y no tan jóvenes «indignados»
se empezó a mover reclamando una sociedad, un sistema, unos derechos mejores para todos, una
protesta contra los intereses económicos y materialistas como casi única clave de «progreso»... me
gusta pensar que Dios andaba, como con Abram, «haciendo de las suyas». Quizá no está claro por
dónde van a seguir esas inquietudes, con qué métodos, qué opciones...: también ellos han «salido» sin
saber a dónde iban. Quizá se agoten, o sean manipulados por todo tipo de intereses... pero han reflejado
un malestar: que esta tierra no es la tierra en la que están a gusto. No han relacionado esas inquietudes
con ningún «dios», pero probablemente a Dios se le descubre cuando uno se pone en camino, deja atrás
todo lo que estorba, y busca la bendición de «todas las familias del mundo».
¡Qué oportuno sería que los «pastores» de la Iglesia supieran conectar con esas inquietudes,
apoyarlas, acompañarlas, y mejor aún que les (¿nos?) ayudasen a descubrir al Dios del «sal de tu
tierra» y al Dios que quiere una tierra para toda nuestra descendencia, al Dios que nos quiere
responsables y constructores de futuro, al Dios que no nos quiere derrotados ni conformados.
Encuentro en todo esto una llamada a escuchar las «voces» de Dios en mi propio corazón,
aunque no resulte cómodo, a valorar lo ya conseguido, y a soñar con nuevos proyectos, nuevos
caminos, nuevas búsquedas... en las que sea capaz de ir construyendo altares e invocando el nombre
del Señor que me hace salir y me acompaña... él sabrá hacia dónde. Le pido que me ayude a escuchar
su voz..., aunque a veces me sienta con más de 75 años y tenga la sensación de que ya está casi todo
hecho.
Enrique Martínez, cmf
Enrique Martinez, cmf