EL PAN EN EL QUE CABE EL CORAZÓN DE TODOS
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
26 de Junio de 2.011
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para
la vida del mundo. Disputaban los judíos entre sí:¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne? Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del
Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne
y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que
me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para
siempre. Juan 6, 51-58
¡Corpus Christi, el Cuerpo de Cristo! Con esta expresión se designó, a lo largo de
varios siglos a la Iglesia, a la Comunidad cristiana, a la Corporación familiar de los
Hijos de Dios, al Templo comunitario del Espíritu, al Cuerpo de Cristo-Cabeza y
Capital de todos y cada uno de los miembros confesantes y profesantes del Señor
Jesús. Posteriormente, tras el establecimiento en el siglo XIII de la solemne fiesta
eucarística del “Corpus Christi”, pasó esta designación a ser más cristológica que
eclesiológica, a favor de la Capitalidad de Cristo el Señor, Cabeza del Cuerpo: de la
Iglesia. Afirmación ésta, corroborada a diario cuando el ministro de la Comunión
proclama y muestra, con la fórmula de “El Cuerpo de Cristo”, la presencia
panificada del Señor sacramental, confesada y profesada con y en el creyente y
vivido “amén” del comulgante.
Resulta realmente admirable y diciente esta cesión y sucesión operadas en la
denominación de la Iglesia y de Cristo, del Cuerpo y su Cabeza, explicables por otra
parte cuando creemos y sabemos que no hay Iglesia sin Cristo ni Cristo sin Iglesia.;
cuando confesamos creyentemente que la Iglesia hace la Eucaristía y que la
Eucaristía hace la Iglesia; cuando percibimos con gozo, gratitud y alabanza que la
comunión con Cristo crea, purifica, asume y sublima la comunión recíproca de los
hermanos; cuando caemos en la cuenta de que las dos grandes celebraciones
eucarísticas, Jueves Santo y el Corpus Christi, están socialmente relacionadas,
sabiendo que el que asimila a Cristo eucarístico queda excitado e incitado a darse
en comunión fraternal a los hermanos, sabiendo que de esta forma damos razón
vital de nuestra vivencia eucarística a través de nuestra convivencia comunitaria
convertidos nuestro mejor ser y nuestros mejores haberes en manjares de mesa
abierta y universal…. Qué bien nos confirma todo esto Benedicto XVI en su encíclica
Deus caritas est, al presentar la Palabra, La Eucaristía y el Amor como los tres
pilares necesarios e interrelacionados de la Iglesia, “Cuerpo de Cristo” entregado a
nosotros como Pan partido y Sangre derramada…
Y es que “el cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de
Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos une en la sangre de Cristo? El Pan es uno, y
así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos
todos del mismo pan” (1Cor 10, 16-17)…
Acerca tus brazos, Padre, y acoge este pan, este cosmos trabajado, este pedazo de
historia reconciliada… Acerca tus brazos, que nosotros no podemos alzar los
nuestros hasta el cielo; salta el abismo y baja hasta nosotros. Acércate a nuestros
hornos y mercados, a nuestros bancos y congresos, y verás la dura tarea de
producir un pan de todos… Camina por nuestras avenidas y callejones, residenciales
y ranchos, y sentirás el riesgo de superar el abismo para crear una comunidad
donde se pueda ofrecer un pan en el que quepa el corazón de todos…
Juan Sánchez Trujillo