EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Jueves de la XII Semana del Tiempo Ordinario
Libro de Génesis 16,1-12.15-16.
Sarai, la esposa de Abrám, no le había dado ningún hijo. Pero ella tenía una esclava
egipcia llamada Agar.
Sarai dijo a Abrám: "Ya que el Señor me impide ser madre, únete a mi esclava. Tal
vez por medio de ella podré tener hijos". Y Abrám accedió al deseo de Sarai.
Ya hacía diez años que Abrám vivía en Canaán, cuando Sarai, su esposa, le dio
como mujer a Agar, la esclava egipcia.
El se unió con Agar, y ella concibió un hijo. Al ver que estaba embarazada, comenzó
a mirar con desprecio a su dueña.
Entonces Sarai dijo a Abrám: "Que mi afrenta recaiga sobre ti. Yo misma te
entregué a mi esclava, y ahora, al ver que está embarazada, ella me mira con
desprecio. El Señor sea nuestro juez, el tuyo y el mío".
Abrám respondió a Sarai: "Puedes disponer de tu esclava. Trátala como mejor te
parezca". Entonces Sarai la humilló de tal manera, que ella huyó de su presencia.
El Angel del Señor la encontró en el desierto, junto a un manantial - la fuente que
está en el camino a Sur -
y le preguntó: "Agar, esclava de Sarai, ¿de dónde vienes y adónde vas?". "Estoy
huyendo de Sarai, mi dueña", le respondió ella.
Pero el Angel del Señor le dijo: "Vuelve con tu dueña y permanece sometida a
ella".
Luego añadió: "Yo multiplicaré de tal manera el número de tus descendientes, que
nadie podrá contarlos".
Y el Angel del Señor le siguió diciendo: "Tu has concebido y darás a luz un hijo, al
que llamarás Ismael, porque el Señor ha escuchado tu aflicción.
Más que un hombre, será un asno salvaje: alzará su mano contra todos y todos la
alzarán contra él; y vivirá enfrentado a todos sus hermanos".
Después Agar dio a Abrám un hijo, y Abrám lo llamó Ismael.
Cuando Agar lo hizo padre de Ismael, Abrám tenía ochenta y seis años.
Evangelio según San Mateo 7,21-29.
No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos,
sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu
Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu
Nombre?'.
Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que
hacen el mal'.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica,
puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron
la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un
hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron
la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su
enseñanza,
porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.
Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.
Leer el comentario del Evangelio por :
Santa Teresa de Ávila (1515-1582), Carmelita Descalza, doctora de la Iglesia
Las Moradas, 4ª morada, cap. 3
Escuchar en el interior del castillo construido sobre roca
Paréceme que nunca lo he dado a entender como ahora, porque para buscar a
Dios en lo interior (que se halla mejor y más a nuestro provecho que en las
criaturas, como dice San Agustín que le halló, después de haberle buscado en
muchas partes), es gran ayuda cuando Dios hace esta merced. Y no penséis que es
por el entendimiento adquirido procurando pensar dentro de sí a Dios, ni por la
imaginación, imaginándole en sí. Bueno es esto y excelente manera de meditación,
porque se funda sobre verdad, que lo es estar Dios dentro de nosotros mismos;
mas no es esto, que esto cada uno lo puede hacer (con el favor del Señor, se
entiende, todo). Mas lo que digo es en diferente manera, y que algunas veces,
antes que se comience a pensar en Dios, ya esta gente está en el castillo, que no
sé por dónde ni cómo oyó el silbo de su pastor. Que no fue por los oídos, que no se
oye nada, mas siéntese notablemente un encogimiento suave a lo interior, como
verá quien pasa por ello, que yo no lo sé aclarar mejor.
Mas éstos, ellos se entran cuando quieren; acá no está en nuestro querer sino
cuando Dios nos quiere hacer esta merced. Tengo para mí que cuando Su Majestad
la hace, es a personas que van ya dando de mano a las cosas del mundo. No digo
que sea por obra los que tienen estado que no pueden, sino por el deseo, pues los
llama particularmente para que estén atentos a las interiores; y así creo que, si
queremos dar lugar a Su Majestad, que no dará sólo esto a quien comienza a
llamar para más.
Alábele mucho quien esto entendiere en sí, porque es muy mucha razón que
conozca la merced, y el hacimiento de gracias por ella hará que se disponga para
otras mayores. Y es disposición para poder escuchar, como se aconseja en algunos
libros, que procuren no discurrir, sino estarse atentos a ver qué obra el Señor en el
alma; que si Su Majestad no ha comenzado a embebernos, no puedo acabar de
entender cómo se pueda detener el pensamiento de manera que no haga más daño
que provecho, aunque ha sido contienda bien platicada entre algunas personas
espirituales, y de mí confieso mi poca humildad que nunca me han dado razón para
que yo me rinda a lo que dicen.
Lo que habemos de hacer es pedir como pobres necesitados delante de un
grande y rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando
por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien
callar, pues nos ha dejado estar cerca de Él.