“Los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo”
Mt 7, 21-29
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
NO HEMOS DE QUERER QUE NOS LLAMEN SANTOS ANTES DE SERLO.
“No todo el que me dice: ¡Seor, Seor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos” (Mt 7,21). Hacer la voluntad de Dios
es, por consiguiente, el compromiso más importante del cristiano, su deber
imprescindible. ¿Y cuál es la voluntad del Padre con nosotros, sino que pongamos en
práctica la Palabra de Jesús; más aún, que nos convirtamos nosotros mismos en Palabra
acogiéndola, custodiándola en nosotros, dejándonos transformar por su secreto
dinamismo interior? Es éste un proceso lento, cuyos ritmos de crecimiento forman parte
asimismo de la voluntad de Dios. Nosotros lo queremos todo y enseguida, y querríamos
también que nuestra santificación tuviera lugar al mismo ritmo de la intensidad de nuestro
deseo.
Sabiamente nos amonesta san Benito: “No hemos de querer que nos llamen santos antes
de serlo”. En efecto, podemos correr el riesgo de forzar los tiempos, de decir una gran
cantidad de palabras hermosas que nos ilusionen a nosotros mismos y a los otros. El
Señor crucificado se pone en silencio ante la mirada de nuestro corazón para recordarnos
que no podemos hacer trampas con Dios. Tampoco podemos encontrar astucias o atajos.
Suyo es el proyecto, suyos son los tiempos y las modalidades de la realización. A
nosotros nos corresponde el humilde reconocimiento, en nuestra vida diaria, de su
santidad, de su amor, que nos ha elegido “antes de la creacin del mundo para ser
santos e inmaculados ante él” (Ef 1,4).
ORACION
Oh Señor, has querido vincularte a nosotros con una alianza perenne que nada ni nadie
podrá romper, a no ser nuestro obstinado rechazo de tu amor. Enséñanos a descubrir en
la vida de cada día los signos de tu presencia en medio de nosotros y renueva nuestro
deseo de serte fieles, seguros del cumplimiento de toda palabra tuya, de toda promesa
tuya, incluso cuando el horizonte se pone oscuro y no se vislumbran las luces de la
aurora. Concédenos esperar de ti sólo la alegría verdadera y perfecta, esa que nadie nos
podrá arrebatar. No nos dejes caer en la tentación de construirnos una felicidad cumpla
todas sus enseñanzas (Ch. de Foucauld, Meditazioni sui passi evangelici, Roma 1984,
pp. 8 1-84).