SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
Dt 8,2-3.14b-16a; Sal 147; ICor 10,16-17; Jn 6,51-58
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”. Discutían entre sí
los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo:
“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es
verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha
enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el
pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que
coma este pan vivirá para siempre.
En este segundo domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos invita a
contemplar, profundizar y reflexionar sobre el memorial del Señor, en ese momento
cultual que cambió el significado que tenían el pan y el vino en la cena pascual
judía, pues como sabemos, en la Última Cena Jesús dijo a sus apstoles: “...haced
esto en memoria mía...”. En la Solemnidad que hoy celebramos, la Iglesia nos hace
presente que no solamente se actualiza el memorial del misterio pascual de Cristo,
sino que el mismo Señor se ha hecho alimento de vida para nosotros y que siendo
alimento vivo prolonga su presencia a través del sacramento admirable de la
eucaristía.
Al respecto el Papa Benedicto XVI nos dice: ¿Cuál es el significado de la
solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Nos los explica la misma
celebración: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en
su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el
Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza
ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final
de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha
agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros (Benedicto XVI, Homilía
en la Solemnidad del Corpus Christi, 22 de mayo de 2008).
En la primera lectura se nos presenta el milagro del maná, la comida providencial
con la cual Dios alimentó al pueblo en el desierto. Este alimento milagroso se ofrece
al pueblo que está a punto de morir de hambre y de sed, el maná llega cuando ya
no hay esperanza de obtener comida alguna, por los medios o esfuerzos humanos,
a no ser que ésta venga de Dios. Se dice expresamente: “...el Seor tu Dios quiso
afligirte para ponerte a prueba...”, para mostrarte tu debilidad, para ver si has
puesto toda tu confianza en Dios, antes de darte comida y bebida. Por eso la
alimentación con el maná se entiende como cumplimiento de la palabra que dice
“...no slo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios...”.
Este alimento corporal, que Dios proporciona en el desierto, sólo puede entenderse
como palabra y misericordia de Dios, y como respuesta a las necesidades del
hombre. Porque es en el desierto, en un sequedal donde no hay gota de agua,
donde el hombre no puede encontrar nada, donde el hombre depende totalmente
de Dios, es allí en donde el pan del cielo y la palabra de Dios se convierten en una
misma cosa.
En el evangelio, la unidad de la Palabra de Dios y del pan de Dios se completa con
un milagro mucho más grande realizado por Jesús, que se presenta a sí mismo
como alimento vivo. Esto es totalmente incomprensible para los discípulos, incluso
después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que se acaba de
producir. Jesús puede transmitir la palabra de Dios, pero cómo puede su carne y su
sangre identificarse con esa palabra, y hasta qué punto el que no coma su carne y
no beba su sangre no tendrá vida eterna. Aquí Jesús nos hace presente su amor y
la salvación de cada hombre, Él no se contenta con invitar a esta comida; sino que
insiste en la necesidad de participar en ella. Sólo el que se alimenta de Él tiene en
sí la palabra de Dios y con ella a Dios mismo.
A partir de aquí slo caben dos posturas: el “no” de muchos discípulos, que a partir
de este momento se echaron atrás y no volvieron más con él; y el “sí” confiado que
pronuncia Pedro porque no ve más camino que el de Cristo. Jesús únicamente
afirma: “...Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida...”, el
que no acepte esto no tendrá “...vida en él...”.
El Beato Papa Juan Pablo II nos dijo: Cristo, único Seor ayer, hoy y siempre,
quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la
Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran
alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su
Cuerpo y de su Sangre. Como los discípulos, que escucharon con asombro su
discurso en Cafarnaúm, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es
fácil de entender (cf. Jn 6, 60). A veces podríamos sentir la tentación de darle una
interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con
aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con él" (Jn 6, 66) (Juan
Pablo II, Homilía en la Solemnidad de Corpus Christi, 22 de junio de 2000).
En la segunda lectura, el apóstol Pablo saca la conclusión de lo que se admite
indudablemente como verdadero. Porque el Cuerpo de Cristo es un solo pan para
muchos, juntos formamos un único cuerpo, que no es cualquier cuerpo, sino el
Cuerpo de Cristo. Y esto es así, no porque en la comida en común aumente la
simpatía que existe entre nosotros, sino porque, de modo incomprensible para
nuestra razón y entendimiento, este único cuerpo físico, que toma forma
eucarística, tiene el poder de incorporarnos a él. Decía San Len Magno: "Nuestra
participación en el cuerpo y sangre de Cristo no tiende a otra cosa que a
convertirnos en aquello que comemos".
Hermanos debemos en este día proclamar a Cristo como pan de vida; Él es el Yo
soy que habló en la zarza ardiente a Moisés y se nos ha revelado. Aceptemos que
Dios rico en misericordia, en medio del desierto de nuestra vida, nos sostenga en
nuestro peregrinaje.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar
poscarbalcazar@diocesisdelcallao.org