CORPUS CHRISTI
+ Mons. D. Ciriaco Benavente Mateos
Recibimos a Cristo y acogemos al hermano
El hombre posee la cualidad admirable de poder hacer de un objeto un símbolo y de
una acción un rito. Incluso lo meramente material y técnico nunca es sólo material
y técnico es simbólico y cargado de sentido. Nuestra vida cotidiana está plagada de
“sacramentos”: Un ramo de flores, por ejemplo, puede ser mucho más que un
puñado de materia vegetal. Recibido como expresión de amor, podemos oír su voz
y escuchar su mensaje, como si tuviera un interior y un corazón. El sacramento
contiene, muestra, rememora la realidad a la que significa y hace presente. Los
signos son, muchas veces, más elocuentes y movilizadores que las ideologías. Las
cosas más importantes se expresan frecuentemente mejor con símbolos que con
palabras.
El realismo y la eficacia del sacramento eucarístico vienen del mismo Jesucristo, de
su palabra viva, de la acción del Espíritu Santo. Jesús, anticipando
sacramentalmente la ofrenda de su propia vida, “tomó pan, lo partió y se lo dio a
sus discípulos diciendo: “Tomad y comed. Esto es mi cuerpo”. Y lo mismo hizo con
la copa de vino: “Tomad y bebed: Esta es mi sangre, sangre de la nueva y eterna
alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón
de los pecados. Haced esto en memoria mía”.
En el breve texto litúrgico de este año - un fragmento del llamado discurso del pan
de vida - se repiten unas cuantas palabras claves: “ comer… beber… carne…
sangre… vida ”. Hay que dejarse coger por el encanto de estas palabras y
arriesgarse a ir más allá del lenguaje, de lo visible.
“Yo soy el pan vivo…el que coma de este pan vivirá para siempre …”. En la cultura
mediterránea el pan es el alimento básico. “Q ue cuando el pan decimos, todo el
comer nombramos” decía el bueno de Berceo en el lenguaje todavía balbuciente de
la lengua castellana.
El pan que yo daré es mi carne, entregada para que el mundo tenga vida” . La
carne en sentido bíblico es la totalidad del ser vivo, la persona entera. Cuando
Jesús habla de su carne entregada alude a su muerte. Fue necesario que pasara por
la muerte para darnos vida.
Ante la objeción de los judíos - “¿c ómo éste pude darnos a comer su carne?”.-
Jesús no sólo no niega lo dicho, sino que lo reafirma yendo incluso más allá: “ En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y si no bebéis
su sangre, no tendréis vida en vosotros ”. La alusión a la sangre nos remite
seguramente al sacrificio del cordero pascual al don de sí mismo hasta la muerte.
Los judíos tenían prohibido comer carne si ésta no había sido desangrada, porque la
sangre era la vida. En bocas de Jesús “la sangre” designa mucho más que el fluido
que corre por las arterias o por las venas del cuerpo. Se refiere a la vida nueva que
brota de la Pascua.
El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en Él ”. Lo de
permanecer en Él fue un tema largamente desarrollado por Jesús en la tarde del
jueves santo, en la alegoría de la vid y los sarmientos. “ Como el sarmiento no tiene
vida si no está unido a la vid, así vosotros si no permanecéis en mí ”.
Cuando Juan escribía estas cosas hacía muchos años que los cristianos celebraban
la comida mística de la Eucaristía con el pan y el vino. Se sentían remitidos al
Calvario, a la muerte en cruz, al sacrifico de quien se entregó por amor. La
comunión con Jesucristo no es cosa de los instantes de permanencia de las especies
eucarísticas en nosotros, sino de una comunión en la espesura de nuestra vida
diaria. La comunión eucarística alimenta y significa esta comunión existencial.
Si cayéramos en la cuenta de lo que la Eucaristía significa y realiza… Cristo
sacramentalmente presente, realmente presente, carne de nuestra carne, alma de
nuestra alma. Cristo, que muriendo nuestra muerte, nos vivifica con su
resurrección, que anonadándose en nuestra nada nos glorifica con su gloria y nos
diviniza con su divinidad. Cristo, que uniéndonos a su Cuerpo, hace un sólo cuerpo
de los que le comemos: “ El pan que partimos ¿no es comunión en el Cuerpo de
Cristo? Y aun siendo muchos somos un sólo pan y un solo cuerpo, pues todos
participamos de un solo pan”. (1 Co.10, 16-17).
Si en el Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía, en el día del Corpus
adoramos la presencia de Cristo en este sacramento admirable. Por ser un
sacramento, su verdad no está a flor de tierra, se necesita ahondar con mirada de
fe. Sólo así nos desentraña su mensaje más hondo.
Cuando nuestros ojos han sabido deletrear en la Sagrada Hostia el amor de Cristo
que da su vida por los hermanos, nuestra mirada debe alargarse hasta describirle
en los hermanos que sufren, en toda vida rota, en todos aquellos que no tiene
mesa, ni mantel, ni pan.
La caridad se nutre del misterio eucarístico. Por eso, el día del Corpus se celebra el
Día Nacional de la Caridad. En la Eucaristía acogemos el amor que nos impulsa a
dar testimonio con nuestra vida, obras y palabras a servir y desarrollar la
esperanza de los pobres y desvalidos. Par animar este dinamismo en la comunidad
eclesial nació Caritas.
Caritas no se limita a hacer cosas por los pobres; quiere que sean comensales
privilegiados del banquete del Reino. Por eso, tiene en cuenta la totalidad de sus
personas y su desarrollo integral, cura sus heridas y alivia las carencias con que les
ha marcado su historia, nos empuja a todos a compartir con ellos los bienes
materiales y espirituales. La Eucaristía ilumina la dignidad de los pobres porque el
mismo Señor se identificó con ellos.
Nuestra Caritas Diocesana y nuestras Caritas parroquiales viene haciendo un
esfuerzo sobrehumano para paliar las necesidades de tantos hermanos que están
siendo tan duramente golpeados por la crisis actual. Caritas representa a toda la
comunidad cristiana. En ese sentido se puede decir que Caritas somos toda la
comunidad cristiana. Pero ¿lo somos de verdad?; ¿en qué se nota?; ¿qué
colaboración tenemos con Caritas? Valorad su servicio admirable, colaborad con sus
proyectos, que no le falte nuestro apoyo, ni nuestra ayuda material y personal.