“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día”
San Juan 6,51-58
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“EL PAN DE LA VIDA”.
Nos impresionan las palabras del Señor proclamadas en el evangelio de hoy. Significan
que la “muerte” no tiene ninguna posibilidad de acceso allí donde se come “el pan de la
vida”. Sabemos que el pan de la vida es la carne de Jesús entregada para la vida del
mundo. Quien come su carne vive en Cristo. Es transformado en una realidad eterna. Y
desde ahora. Vive ya la vida eterna, que es propia de Dios.
Después, el futuro: “y yo lo resucitaré el último día”. El horizonte de la eucaristía es la
resurreccin de los muertos: “El que come mi carne y vive mi sangre tiene vida eterna”.
Nunca más el horror del desierto, la angustia de la noche y las insidias del camino, sino la
vida eterna. Mejor aún, el misterio del amor que reina entre el Padre y el Hijo en la
Santísima Trinidad. La vida eterna está presente en quien come el cuerpo de Cristo. Es
una realidad tangible. Es una vida que extiende y propaga el fuego inagotable de Dios y
transforma al hombre, preparándolo para la “boda eterna”. Por cierto, siempre existe el
riesgo de tropezar en las propias limitaciones. Pero el Seor es el “pan vivo” que está
continuamente a nuestra disposición. Él nos ayuda a vivir en la fe, esperanza y caridad y a
gustar desde ahora, incluso sufriendo la soledad del desierto, la verdad de la resurrección.
No por nada la vida eterna es la resurrección.
Ahora sólo nos queda corear el gozo y la alegría de haber encontrado en el corazón de
nuestra vida un camino que no conocíamos. El camino que conduce a la resurrección.
Desde ahora, y hasta el final, la resurreccin está aquí con nosotros: “El que come mi
carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6,54).
ORACION
Te damos gracias, Dios de eterno amor, por el regalo de la eucaristía, comunión y unión
con Cristo y los hermanos. Cuando participamos en la eucaristía no sólo nos unimos a
Cristo y formamos una sola cosa con él (“un solo cuerpo”,), sino que nos ponemos en
común unin entre nosotros y nos convertimos en “un solo cuerpo” con Cristo y los demás.
Te pedimos perdón porque no siempre hemos experimentado el misterioso e irresistible
atractivo de la eucaristía, porque a veces hemos gastado el tiempo en conseguir
seguridades personales, embaucados por nuestros egoísmos y atrapados por la
desconfianza y la desesperación.
Te rogamos, Padre, que nos concedas el don de la sabiduría para que comprendamos que
la fatigosa peregrinación por el desierto de nuestra vida es ya una confortable estancia en
la patria del cielo. Porque “no slo de pan vive el hombre”, sino de ese “pan” que es él, en
cuanto Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarlo. Te suplicamos que, comulgando del
cuerpo de Cristo, nos convirtamos en lo que somos, como nos dice san Agustín: cuerpo de
Cristo y miembros los unos de los otros. Éste es el deseo profundo que queremos cultivar
con la oración y en el corazón: dejar que tú, Señor, obres este milagro en nosotros. Tú
eres el Señor, tú lo puedes todo. Amén.