L A I GLESIA SIEMBRA UNA SEMILLA QUE ES P ALABRA , PERO QUE AL MISMO TIEMPO
ES YA TRIGO Y ES P AN
(Domingo XV – TO – Ciclo A –)
“Un sembrador salió a sembrar…” (cfr. Mt 13, 1-23). Jesús usa una imagen tomada del
campo –el campo es siempre benéfico para el hombre-: un labriego, un sembrador, que sale a
sembrar, esparciendo la semilla, la cual cae en diferentes tipos de terrenos, corriendo diferente
suerte según el tipo de terreno.
Se trata de una parábola, pero sus elementos son reales. Está destinada a los oyentes de
su tiempo, pero también a los oyentes de todos los tiempos, también a aquellos que se
encuentran en la Iglesia de todos los tiempos.
No hacen falta interpretaciones, ya que se encarga Él mismo de explicarla: el sembrador
es Dios Padre, la semilla es la Palabra de Dios, Dios Hijo encarnado, el terreno es el alma en sus
diferentes momentos de recepción de la Palabra; la aridez del terreno son las preocupaciones de
la vida y la cizaña que impide el crecimiento de la semilla, que es la Palabra, son las tentaciones
y el obrar del demonio.
Pero el Sembrador de la Palabra no es sólo Dios Padre: también la Iglesia es sembradora
de la Palabra, por medio de la proclamación de la Palabra en la liturgia de la Palabra y por medio
del don la Palabra, encarnada en el don Eucarístico. La Iglesia siembra la Palabra en la liturgia
eucarística.
Por eso, en el signo de los tiempos, también para nosotros el Sembrador sale a sembrar,
y también para nosotros se repiten y se actualizan las mismas condiciones de la parábola del
sembrador: por medio de la Iglesia y sólo por medio de ella la semilla es la Palabra de Dios; el
Sembrador es Dios Padre, de quien sale la Palabra, es decir, la semilla; el terreno fértil y
abonado es el alma cultivada por la gracia; la sequedad y la aridez que impiden el crecimiento
son también el demonio y las preocupaciones de la vida.
Jesús usa la imagen de un labrador que sale a sembrar, y la Iglesia entonces, en el signo
de los tiempos, también siembra una semilla, pero hay una diferencia con la semilla del
labrador, y es que la Iglesia hace mucho más que el sembrador de la parábola: éste se limitaba
a sembrar una semilla de trigo, a la espera de que el agua y el sol la hicieran germinar, y luego
debía todavía ser cosechada para elaborar el pan.
La Iglesia siembra una semilla que es Palabra, pero que al mismo tiempo es ya trigo y es
Pan; la Iglesia siembra una semilla que es la Palabra, que es trigo fecundado por la gracia
Increada del Espíritu Santo, la gracia del Hijo de Dios, y que es fecundada también por la sangre
del Cordero derramada en el altar de la cruz; la Iglesia siembra una Palabra, que es semilla,
trigo y pan a la vez; la Iglesia siembra una Palabra fecundada por el agua de la gracia del
Espíritu y por la sangre del Cordero, e iluminada por la luz del Sol Eterno, Dios Trino.
“Un sembrador salió a sembrar…”. La Iglesia siembra en el alma la semilla de la Palabra
de Dios Padre, que es su Hijo encarnado, y la siembra como ya madurada por el agua de la
gracia del Espíritu, la sangre del Cordero y el Sol de luz inaccesible, Dios Trino; la Iglesia
siembra la Palabra ya convertida en trigo, trigo que ya no es trigo sino cuerpo, sangre, alma y
divinidad del Hijo Eterno de Dios Padre.
Y el terreno en donde cae esa semilla que es la Palabra, es el alma: sólo fructificará si
está fertilizada por la Presencia del Espíritu Santo y el fruto más preciado de esta semilla,
sembrada en el alma, no es un simple cambio de conducta, no es un simple “portarse bien”,
sino algo más profundo y sobrenatural: la conversión del alma en imagen y semejanza del
Hombre-Dios Jesucristo.
Padre Álvaro Sánchez Rueda