E N LA I GLESIA MULTIPLICA LA CARNE DEL C ORDERO , QUE ES SU PROPIA CARNE RESUCITADA ,
LLENA DEL E SPÍRITU S ANTO , Y P AN V IVO QUE DONA LA VIDA ETERNA
(Domingo XVIII – TO – Ciclo A –)
“Multiplicó panes y peces y la multitud se sació” (cfr. Mt 14, 13-21). Si todo milagro,
como el de la multiplicación de los panes y de los peces, es un prodigio que llena de
admiración, el milagro de la conversión de los panes y de los peces es una figura, un anticipo
y un símbolo de otro milagro mucho más grande, incomprensible, sobrenatural y misterioso,
que provoca, en quien lo contempla con devoción, estupor y asombro, y conduce a la
adoración del Ser divino de Dios Uno y Trino.
Sin embargo, la multitud que recibió el milagro, los cinco mil que se alimentaron de los
panes y de los peces multiplicados, no vieron este prodigio como símbolo de un ulterior
prodigio: vieron a este milagro sólo en su aspecto puramente material, vieron de este
prodigio sólo el hecho de que les calmó el hambre en medio del desierto, y es así como luego
pretenden coronar a Jesús como Rey, pero porque les ha dado de comer panes y peces y ha
alimentado sus cuerpos. No ven nada más allá de este milagro.
La intención de Jesús, además de calmar momentáneamente el hambre corporal de la
multitud multiplicando panes y peces, no es la de mostrar sus capacidades de taumaturgo,
de hombre de Dios cono poderes sobrenaturales, que es enviado por Dios para hacer bien a
la humanidad, calmando el hambre corporal y por eso ser proclamado rey.
La intención de Jesús, al multiplicar la blanca carne de los peces y la harina cocida de
los panes con levadura en la arena del desierto, es la de simbólicamente prefigurar otra
multiplicación, aún más milagrosa y sobrenatural: la multiplicación de la carne del Cordero de
Dios y la multiplicación del Pan de Vida eterna en el altar del sacrificio, el altar eucarístico,
que en el desierto de la vida humana se multiplica en la Iglesia y por la Iglesia.
La intención de Jesús es hacerles ver que luego vendrá otro milagro mayor, que
saciará el apetito espiritual del hombre por Dios porque el hombre será alimentado con una
carne que no es la de peces, sino la carne del Cordero de Dios, que es su propia la carne, la
carne de Jesús resucitado, y con este nuevo milagro saciará también el apetito porque dará
de comer al hombre un pan no formado por harina y agua, por elementos materiales, sino
por su propio cuerpo, que será donado por la Iglesia como Pan de Vida eterna y distribuido
no en el desierto sino en el altar eucarístico.
La intención de Jesús no es ser proclamado rey al estilo de los reyes de la tierra, con
corono de oro y recibiendo los honores de un rey de la tierra, por su capacidad para saciar el
hambre corporal multiplicando panes y peces, sino que ha venido a ser proclamado Rey –
“Para eso he venido, para ser Rey”, le contesta a Poncio Pilato- en el trono de la cruz, con
una corona de espinas, con un cetro que es un cáñamo, y ser adornado no con diamantes,
joyas, mantos reales y púrpura, sino con clavos de hierro que lo sujetan a la cruz, con un
manto que es púrpura porque está teñido en su roja sangre fresca, y es coronado Rey por los
hombres inicuos porque no entendieron que lo que venía a calmar no era el hambre corporal,
sino el hambre de Dios, la nostalgia de Dios que todo hombre tiene, por medio del don de su
carne, que es la carne del Cordero, que es el Pan de Vida eterna.
Y como si fuera poco, para acompañar la carne del Cordero y el Pan Vivo bajado del
cielo, Dios Padre dispone que el banquete se engalane con vino del mejor, el Vino que es la
Sangre del Cordero degollado en el altar de la cruz, Vino que cae, gota a gota, desde sus
heridas hacia el cáliz, y que debe degustarse con el alma en gracia.
“Multiplicó panes y peces y la multitud se sació (…) luego la multitud pretendió
coronarlo como rey porque había saciado su hambre”.
La Iglesia católica recibe un milagro infinita y absolutamente más grande, maravilloso
y sobrenatural que la multiplicación prodigiosa de la carne blanca de peces y de la harina
cocida de los panes, que sacia el hambre corporal en el desierto: la Iglesia recibe el don de la
carne roja del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu, carne que es su cuerpo
resucitado de Hombre-Dios, y recibe no panes cocidos, sino el Pan Vivo bajado del cielo, Pan
que es el cuerpo de Jesús resucitado, que no sólo sacia el hambre espiritual de Dios que todo
hombre tiene, sino que convierte al alma en gracia en imagen del mismo Jesús resucitado.
“En el desierto multiplicó panes y peces y la multitud se sació (…) luego la multitud
pretendió coronarlo como rey porque había saciado su hambre”.
Ese gran milagro era para la multitud que lo acompañaba en el desierto, pero sólo
como figura de otro gran milagro: “En la Iglesia multiplica la carne del Cordero, que es su
propia carne resucitada, llena del Espíritu Santo, y Pan Vivo que dona la vida eterna, su vida
de Hombre-Dios, y Vino de la Nueva Alianza, que es su sangre derramada en el cáliz del
altar”.
Adoremos a Jesús, Rey celestial, coronado de espinas, pero no nos confundamos,
como lo hizo la multitud del desierto, que lo proclamaba rey y lo quería por su capacidad de
multiplicar panes y peces; adorémoslo con amor sin medida por el don infinito de su Corazón
misericordioso en el banquete del altar, el Pan eucarístico, la carne del Cordero, el Vino de la
Alianza Nueva y eterna.
Padre Álvaro Sánchez Rueda