C OMO HIJOS DE D IOS , NO COMEMOS LAS MIGAJAS DEL BANQUETE CELESTIAL ,
SINO AL MISMO P AN DE V IDA ETERNA
(Domingo XX – TO – Ciclo A –)
“Mujer, “¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla lo que has deseado!”
(cfr. Mt 15, 21-28). Jesús alaba la fe de la mujer cananea y la mujer
cananea, en recompensa a su fe, recibe lo que deseaba: la curación de su
hija, hasta ese entonces atormentada por un demonio.
La alabanza de Jesús es del mismo tenor de la alabanza hecha por
Jesús a la fe de Pedro: “Feliz de ti, Pedro, porque esto (que crees) no te ha
sido revelado por la carne ni por la sangre, sino por mi Padre que habita en
los cielos”.
La fe de la mujer cananea, es la verdadera fe que debemos tener en
Cristo Jesús, y esto lleva a preguntarnos en qué consiste esta fe, la
verdadera fe de la mujer cananea; nos lleva a preguntarnos por la
naturaleza de la fe, es decir, a saber qué es esa fe, que obtiene la curación
de la hija de la mujer cananea.
La respuesta acerca de cuál es la fe verdadera que debemos tener,
que es la fe de la mujer cananea, está en las palabras de Jesús a Pedro:
“Feliz de ti, Pedro, porque esto (que crees) no te ha sido revelado por la
carne ni por la sangre, sino por mi Padre que habita en los cielos”.
Esta fe –tanto la de Pedro como la de la mujer cananea- es una fe
concedida de lo alto, y consiste no en sentir nada, sino en ser iluminados
por el Espíritu Santo, para conocer la verdad acerca de Jesús. Sólo el
Espíritu Santo puede iluminar al alma de manera tal que el alma vea en
Jesús no un simple hombre santo, sino al Dios Tres veces Santo; sólo el
Espíritu Santo puede hacer ver en Jesús al Hijo de Dios encarnado,
habitando en Persona en una naturaleza humana; sólo el Hijo de Dios puede
hacer ver que Jesús no es “el hijo del carpintero”, sino el Hijo Unigénito de
Dios, nacido del seno purísimo de María Santísima.
Es esta fe en Jesús, que es una luz sobrenatural infundida por el
Espíritu Santo en el alma, la que mueve a esta mujer a tener tanta
confianza en el poder de Jesús como Hombre-Dios, que sabe que su hija se
va a curar, porque con sólo tocar los flecos del manto de Jesús, ella será
capaz de arrancar de Jesús la fuerza necesaria para expulsar a un demonio.
La mujer cananea demuestra tener una fe sobrenatural en Cristo
Jesús.
Sin embargo, a pesar de esta fe, vemos en el episodio que Jesús
trata con lo que parece ser un poco de dureza a la mujer cananea, cuando
parece negarse a concederle el don de la curación de su hija por no
pertenecer ella al Pueblo Elegido: “No está bien darle el pan de los hijos a
los cachorros”. Jesús parece negarle el milagro argumentando que los
milagros son, en primer lugar, para los israelitas, los hijos, y no para los
paganos, los cachorros. Incluso la comparación parece un poco dura, y si la
mujer cananea hubiera sido orgullosa, habría reaccionado ofendida.
Pero esto lo hace Jesús no para humillar a la mujer cananea, ni para
negarle lo que pide: lo hace sólo para probar un poco más la fe de la mujer
cananea, que se revela verdadera en la respuesta: “No está bien darle el
pan de los hijos a los cachorros, pero los cachorros se alimentan de las
migajas que los hijos dejan caer de la mesa”.
La mujer le dice: “Es verdad que los milagros son para los israelitas,
que son los hijos, pero también los paganos, aquellos que no pertenecen al
Pueblo Elegido, pueden recibir milagros, aunque sean en apariencia más
pequeños, porque el Hijo de Dios ha venido a salvar a todos los hombres.
Entonces, así como los cachorros reciben las migajas, así los paganos, los
que no pertenecen al Pueblo Elegido, reciben también milagros más
pequeños del Mesías”.
Es también como si dijera: “Los israelitas recibieron el pan bajado del
cielo, el maná, pero los paganos pueden recibir las migajas de ese pan”.
La respuesta asombra de tal modo a Jesús, y se muestra tan
verdadera, que Jesús alaba su fe y le concede el don de la curación de su
hija.
“Los cachorros reciben las migajas que caen del banquete de los
hijos”. A la mujer cananea Jesús le concede lo que le pide, la curación de su
hija, al mostrar esta fe sobrenatural.
Muchas veces nos quejamos de Jesús, cuando parece no darnos lo
que le pedimos, y no nos damos cuenta de que recibimos un milagro
muchísimo más grande que la curación de una infectación demoníaca: aún
antes de pedir nada, hemos recibido el don de ser hijos de Dios en el
bautismo; recibimos el don del Pan bajado del cielo en el banquete
eucarístico; no comemos las migajas del banquete celestial, sino al mismo
Pan de Vida eterna; estos milagros, ser los hijos de Dios por el bautismo,
que se alimentan no de las migajas sino del Pan Vivo que da la Vida eterna,
debemos recordarlos y tenerlos siempre presentes para que, en los
momentos de prueba, nos consuele no el recibir lo que pedimos –nuestro
consuelo no debe consistir en pedir y recibir-, sino el agradecer los dones de
la Misericordia Divina que no pedimos pero que nos fueron concedidos: el
ser hijos de Dios y el participar del banquete celestial, alimentándonos con
el Pan de Vida eterna, Jesús resucitado.
Demuestra fe verdadera, no aquél que pide y recibe, sino aquél que,
en la tribulación, aún no recibiendo lo que pide, agradece a Dios Trino el
don del bautismo y de la Eucaristía.
Padre Álvaro Sánchez Rueda