XIII Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Introducción a la semana
Desde la semana pasada, la liturgia ha vuelto a llevarnos a la lectura del Antiguo
Testamento, al libro del Génesis. Es una preciosa síntesis de la historia de los
patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob. Ya conocemos la vocación de Abrahán, que
abandona su tierra totalmente confiado en la promesa de un Dios desconocido.
Un Dios que se hace su amigo.
Esa insólita amistad es la que fundamenta la “osadía” de Abrahán al interceder
insistentemente ante Dios por el perdón de Sodoma, un pueblo del que sólo
conoce su pecado. Se nos revela así la misericordia de Dios, dispuesto a
perdonar al culpable por amor al inocente, y el poder de la oración de quien está
cerca del Señor intercediendo a favor de los demás. Pero también contemplamos
cómo el vicio persistente destruye.
De nuevo Abrahán se encuentra en el trance de confiar, “contra toda
esperanza”, en el Dios incomprensible que le pide la inmolación de su único hijo,
sobre el cual reposaba la promesa. La suya es una fe incondicional; por eso es
“el padre de los creyentes”. Dios es quien conduce la historia (como cuando, en
circunstancias improbables, le procura una esposa a Isaac); incluso a través de
una conducta humana moralmente reprobable (como en la bendición de Jacob,
que engaña a su padre y traiciona a su hermano Esaú).
Jesús, esta semana, se nos presenta como Señor de los elementos, de los
demonios y de las enfermedades, que llama a quien quiere o disuade a otros de
seguirle. A algunos los establece como fundamento de su Iglesia, a pesar de su
fragilidad o de su pasado hostil, como a Pedro y a Pablo, a quienes celebramos
como “príncipes de los apóstoles”.
Celebramos también las fiestas del Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón
de María. Nacidas de la espiritualidad del siglo XVII, tratan de llevarnos al centro
de la vida de ambos: el amor de Jesús al Padre y a la humanidad, que define su
persona y su misión salvadora; la entrega amorosa de María al querer de Dios, a
la persona y a la obra de su Hijo, acompañando a la Iglesia naciente y velando
ahora con solicitud maternal por todos los redimidos que caminan hacia la
plenitud del reino inaugurado por Cristo.
Fray Emilio García Álvarez
Convento de Santo Domingo. Caleruega (Burgos)
Con permiso de dominicos.org