P. Álvaro Sánchez Rueda
A RREPINTÁMONOS , CAMBIEMOS EL CORAZÓN , OBREMOS LA MISERICORDIA CON
EL PRÓJIMO , Y SOLO ASÍ GANAREMOS EL R EINO DE LOS CIELOS
(Domingo XXVI – TO – Ciclo A)
“En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que
vosotros al Reino de Dios” ( Mt 21, 28-32). En su diálogo con los sumos
sacerdotes y con los ancianos, Jesús les da el ejemplo de la respuesta de
dos hermanos ante la orden del padre: uno, dice que no va, pero luego va;
el otro, dice que va, pero luego no va. Según ellos mismos lo reconocen, el
que hizo la voluntad del padre, es el primero, mientras que el segundo, que
aparentaba obediencia y amor al padre, desobedeció. Les dice a los
sacerdotes y a los ancianos que ellos son como el segundo hijo, como aquél
que desobedeció, y que por lo tanto, aunque ellos parecen más cerca del
cielo que los publicanos y las prostitutas, estos últimos “llegarán antes que
ellos al Reino de los cielos”.
El motivo de este juicio de Jesús, es que los publicanos y las
prostitutas creyeron en Juan Bautista, que predicaba la conversión y el
arrepentimiento de los pecados, mientras que ellos, que estaban en el
templo y más dedicados a las cosas de Dios, no creyeron en el Bautista, y
por lo tanto, ni se arrepintieron, ni se convirtieron.
Algo similar les dice Jesús a sus discípulos en otro pasaje del
Evangelio: “Si vuestra justicia no es superior a la de los fariseos, no
entraréis en el Reino de los cielos” ( Mt 5, 20-26). Los escribas y fariseos se
regían por el mandamiento que dice: “Amar a Dios y al prójimo”, pero por
“prójimo”, entendían sólo a quienes eran iguales a ellos. De hecho, a los
samaritanos, por ejemplo, que no eran considerados iguales sino inferiores,
se les aplicaba la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente”, y un
mandamiento que decía: “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”.
Para quien no era considerado prójimo, es decir, igual, no había ni perdón
ni misericordia, ni caridad ni compasión, sino odio, rencor y venganza. Vos
me la hiciste, te devuelvo lo mismo que me hiciste.
Jesús nos advierte que esta justicia, sumamente imperfecta, es
insuficiente para entrar en el Reino de los cielos, y da una nueva norma:
amar a Dios y al prójimo como a sí mismo, entendiendo por prójimo incluso
y en primer lugar a nuestro enemigo –“Amad a vuestros enemigos” ( Mt 5,
43-48), y amar con un amor que lleve a la muerte en cruz, así como Él nos
amó a nosotros.
Jesús es el Hombre-Dios, es Dios Hijo encarnado, que se encarna y
se hace visible para que conozcamos a Dios Padre por medio de su Espíritu
de Amor 1 . Pero el conocimiento del Padre en el Espíritu no es una operación
abstracta del intelecto, ni se limita sólo a un conocimiento teórico. Sólo si
cumplimos la voluntad de Cristo, vamos a llegar a conocer al Padre 2 . Y la
voluntad de Cristo es que vivamos el manda to de la caridad, que consiste
en amarlo a Él como Dios en primer lugar y luego a nuestro prójimo en Él y
por Él: “El que observa mis mandamientos, ése me ama... Si alguno me
ama observará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos
morada en él” ( Jn 14, 21-23).
1 Cfr. T HOMAS M ERTON , Il Pane vivo , Ediciones Garzanti, Florencia 1958, 128.
2 Cfr. Merton, ibidem .
P. Álvaro Sánchez Rueda
Ésa es la voluntad de Cristo, la caridad, el amor fraterno entre los
cristianos. Pero se trata de un amor sobrenatural, que supera los estrechos
límites del amor humano, para ser un amor divino, y es por eso que supera
a la justicia de los farieseos. “Os doy un mandamiento nuevo: amaos los
unos a los otros, así como yo os he amado” ( Jn 13, 34). “Así como Yo os he
amado”: el amor del cristiano no es el simple amor humano, sino el Amor
de Cristo, el amor con el cual Él nos ha amado, un Amor infundido por la
Presencia hipostática, personal, del Espíritu Santo en el alma, que
transforma al alma en una copia de Jesucristo y la hace capaz de conocer y
amar al Padre y al prójimo como lo hace Jesucristo: con un amor que lleva
a la cruz.
Si continuamos en el rencor, si nos cebamos en nuestro
resentimiento hacia el prójimo, si somos incapaces de ser caritativos, no
vamos a entrar en el Reino de los cielos, no vamos a vivir en la paz de Dios
ya desde esta vida. Pero no porque no seamos virtuosos, sino porque si
aplicamos a nuestro enemigo la ley del Talión, no podemos comer el Pan de
vida eterna, de vida divina, el Pan que nos da precisamente la vida de Dios,
que es vida de caridad y de paz; no poseemos por lo tanto a la Persona de
Jesucristo, que viene dentro de este Pan, y que desde este Pan eucarístico
nos comunica su Espíritu Santo. Si nos negamos al perdón, nos auto-
excluimos del banquete del Reino, la Eucaristía, que es el Cuerpo de Cristo,
y sin el Cuerpo Eucarístico de Cristo, nos quedamos sin su Espíritu. Sólo con
el Amor Increado, el Espíritu Santo, que Dios Hijo nos infunde desde la
Eucaristía, podemos vivir una justicia superior a la de los fariseos: amar a
Dios y al prójimo, aún y sobre todo si éste es nuestro enemigo, y así
viviremos, ya desde esta tierra, en germen, el Reino de los cielos.
“En verdad os digo que los publicanos y las rameras llegan antes que
vosotros al Reino de Dios”. Prestemos atención a las palabras de Jesús, no
nos creamos mejores que los demás, no pensemos que por ser bautizados,
por hacer algunas oraciones, y por hacer alguna que otra práctica de piedad,
estamos ya salvados. Mucho menos pensemos que “los publicanos y las
prostitutas”, es decir, aquellos que, a los ojos del mundo, están lejos de
Dios, son peores que nosotros, porque nos podemos dar con la amarga
sorpresa, en el Último Día, que ellos llegarán a los cielos, y nosotros no.
Ganemos la entrada al Reino de los cielos, buscando la conversión, el
arrepentimiento, el amor al prójimo; obremos la misericordia, y así
obtendremos misericordia en la ho ra de nuestra muerte.