P. Álvaro Sánchez Rueda
T AMBIÉN NOSOTROS PODEMOS SER FARISEOS
(Domingo XXXI – TO – Ciclo A)
“Hagan lo que dicen y no lo que hacen” (cfr. Mt 23, 1-12). La secta judía de los
fariseos, compuesta por escribas, doctores de la ley y sacerdotes, organizados en
cofradías religiosas, se caracterizaba por su celo religioso, por su fervor y por su
intento de mantenerse fieles a la ley 1 .
Su celo no pasa desapercibido a Jesús, quien alaba (cfr. Mt 23, 15) este celo
religioso: “(…) recorréis mar y tierra para hacer un prosélito (…)”.
Pero además de reconocer este celo, Jesús les reprocha la falsedad en la que ha
caído su religiosidad: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que recorréis
mar y tierra para hacer un prosélito, y, cuando llega a serlo, le hacéis hijo de
condenación el doble que vosotros!”
Es decir, Jesús reconoce y alaba su celo por la religión, por la ley, por cumplir
los mandatos, pero condena duramente –los califica de hipócritas, es decir, de falsos-
el vaciamiento de la religión: en vez de cumplir los mandatos de Dios, reemplazan los
mandamientos divinos, por preceptos humanos: “Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas
que son preceptos de hombres” ( Mt 15, 8-9). Honrar con los labios, pero con el
corazón lejos de Dios; rendir culto externo a Dios, pero enseñar preceptos humanos:
éstos son los pecados de los fariseos; en esto constituye el vaciamiento de la
verdadera religión, la falsificación de la ley de Dios, la usurpación del título de
“religioso”, de cofradía religiosa, de instituto religioso.
Honrar a Dios con los labios, pero con el corazón lejos de Dios; enseñar
preceptos humanos, en lugar de vivir los mandatos de Dios. El fariseísmo histórico, el
de los tiempos de Jesús, es el cáncer de la religión, que se extiende a través de los
tiempos y puede alcanzar a los miembros del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en
la Iglesia Católica.
También nosotros, sacerdotes y laicos, podemos ser los fariseos de nuestro
tiempo, si honramos a Dios con los labios, pero mascullamos enojos, envidias,
rencores y antipatías para con nuestro prójimo; también nosotros podemos ser
fariseos –y lo somos de verdad- cuando decimos amar a Dios, a quien no vemos,
mientras damos vuelta el rostro y negamos el saludo, el perdón, la reconciliación, y el
diálogo, al prójimo.
También nosotros podemos ser fariseos, y lo somos, cuando en nombre de un
mal entendido celo religioso endurecemos el rostro y el corazón para con el prójimo.
Y también a nosotros, sacerdotes y laicos, si somos como los fariseos, nos
caben las palabras y los lamentos de Jesús: “Ay de vosotros, hipócritas, porque lo que
está en juego es vuestra salvación eterna”.
Sólo el Amor de Dios, insuflado en los corazones por el Padre y por el Hijo a
través del sacramento del altar, puede convertir el corazón humano en un corazón
ardiente de amor a Dios y al prójimo.
1 Cfr. L ÉON -D UFOUR , X., Vocabulario de Teología Bíblica , Biblioteca Herder, Barcelona 1994, voz “fariseos”, 326.