N OS DONA , NOS REGALA , LIBRE Y GRATUITAMENTE , EN LA E UCARISTÍA , EL A MOR INFINITO DE
SU S AGRADO C ORAZÓN ,
EL E SPÍRITU S ANTO
(Domingo XXV – TO – Ciclo A –)
“Los últimos serán los primeros y los primeros serán últimos” (cfr. Mt 19, 30. 20, 1-
6). En esta parábola, todo es símbolo de la vida sobrenatural: el dueño que sale a
contratar trabajadores es Dios; la viña es la Iglesia; los trabajadores son los bautizados; el
día es la vida humana; el trabajo es el trabajo apostólico en la Iglesia; el pago por el
trabajo es la gracia divina.
Lo que llama la atención es la aparente injusticia del dueño de la viña, injusticia que
lleva a reclamar a los supuestos damnificados, aquellos que empezaron a trabajar en los
comienzos del día: estos se sienten perjudicados porque, habiendo trabajado más que los
que llegaron más tarde, reciben una paga similar, un denario.
No es casual que los supuestos damnificados, a la hora de recibir el pago, sean
llamados en último lugar: reciben el pago en último lugar para que puedan presenciar la
escena de cómo los demás reciben un mismo pago que ellos 1 .
El dueño de la viña quiere que los que comenzaron a trabajar primero vean que los
que comenzaron a trabajar después reciban la misma paga que ellos, que comenzaron a
trabajar más tempra no, y es por eso que los coloca en el último lugar. Los primeros
trabajadores se quejan, tratando de injusto al dueño de la viña.
La respuesta del dueño de la viña, que es Dios Uno y Trino, hace ver claramente no
sólo que no hay ninguna injusticia, sino qu e, además del trato justo dado a todos los
trabajadores, lo que importa en el fondo es la misericordia infinita de Dios, que quiere que
“todos se salven”, y es por este motivo que da a todos la misma paga, la gracia final de la
salvación, el don del bautismo y de la fe en Jesucristo, el Hombre-Dios.
La lección aprendida por aquellos que reclamaban a Dios por una supuesta injusticia
en el trato, tiene que ser aprendida por nosotros, ya que muchas veces nos comportamos
como ellos: reclamamos a Dios y le decimos que es injusto, porque Dios no nos da lo que
le pedimos, o porque otros reciben lo que nosotros querríamos tener, sin darnos cuenta
que, aún antes de pedir nada, hemos recibido de Dios gracias y misericordia infinita.
Como los primeros trabajadores de la viña, nos quejamos de Dios, lo tratamos de
injusto y le reprochamos que no nos dé lo que queremos, y no nos damos cuenta de que
nos ha dado tesoros de valor incalculable: nos ha dado el bautismo, la gracia de ser hijos
de Dios en el Hijo de Dios; nos ha dado la Eucaristía, el cuerpo y la sangre del Cordero de
Dios; nos ha dado el don de la fe en su Hijo Jesucristo, el Redentor del mundo que por
nosotros murió en la cruz, donándonos su Vida eterna. Cuando contemplamos estos dones
recibidos, comprendemos que no podemos ser tan ciegos e ingratos como para quejarnos
de Dios y tratarlo de injusto, como los trabajadores de la primera hora de la parábola, sino
que debemos considerar cómo Dios es infinitamente bueno y misericordioso.
Incluso debemos ver cómo su misericordia es infinita, sin medida, y totalmente
gratuita: a los trabajadores de la parábola, les paga por el trabajo un denario; a nosotros,
que muchas veces no hacemos nada por su Viña, las almas, o que si hacemos algo,
muchas veces lo hacemos a medias; a nosotros, que muchas veces descuidamos el celo
apostólico, el fervor y la piedad, no nos paga con el valor de una moneda circular, un
denario, sino que nos dona, nos regala, libre y gratuitamente, en la Eucaristía, en ese Pan
celestial en forma de círculo, de moneda, su Vida divina, su Cuerpo y su Sangre, y el Amor
infinito de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo.
1 Cfr. B. O RCHARD et al., Comentario al Nuevo Testamento , Tomo III, Ediciones Herder, Barcelona430-431.
Padre Álvaro Sánchez Rueda