XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
SABIDURIA CRISTIANA
Padre Pedrojosé Ynaraja
Con frecuencia caemos en la tentación, mis queridos jóvenes lectores, de discutirlo
todo. Para algunas personas el hacerlo, se ha convertido en su deporte preferido y,
como ocurre en estas lides, más que buscar el progreso personal, se pretende el
éxito y el triunfo. Cuanto más discuto, más me luzco, parece que piensan algunos.
Y con ello se creen cristianos de prestigio, sin que den fruto evangélico alguno.
No dejó de encontrarse el Señor con gente de prestigio. El encuentro nocturno con
Nicodemo es emblemático. Sus discípulos no eran descastados de su tiempo, ni
ignorantes, ni marginados. Seguramente Juan sabía leer y había escuchado a
algunos maestros de su tiempo. Mateo, sin duda, dado su oficio, también sabría
hacerlo y contar, sumar y restar monedas, sin llegar a dominar los cambios de
divisas, mediante reglas de tres. Pero el tiempo de la vida apostólica del Maestro, lo
dedicó a hacer el bien, curando enfermos, enseñando una nueva manera de vivir y
ver las cosas a gentes sencillas de Galilea, compartiendo tiempo e inquietudes con
sus apóstoles y dedicando largos ratos de la jornada, o de la noche, a la oración.
Para esto último siempre tenía tiempo. ¡Ay, Dios mío!, si en esto le imitasen tantos
hoy en día.
Sin títulos otorgados por rabinos prestigiosos, sin riquezas patrimoniales, sin
aprovecharse viviendo a costa de los demás, acompañando y, sin duda,
colaborando, a los que eran pescadores, en las faenas propias de la profesión,
ejercía el oficio que el Padre le confió, de Redentor. Aún resucitado, se ocupó de
procurarse pan y pescado para convidar a sus discípulos, como nos cuenta el final
del evangelio de Juan. No era, pues, amante de lucimiento y erudición personal. Se
encontraba bien con el pueblo llano, de aquí que le siguieran contentos y
asombrados los habitantes de la baja Galilea, principal e inmediato objeto de sus
desvelos. Pero no se desentendía de su tiempo y, si en ciudades ricas o poderosas
sus habitantes no practicaban el bien, no dudaba en recriminar a estos pueblos. No
omitió nombrar a Corozaín y Betsaida, ni la misma Cafarnaún, que se había
convertido en su residencia habitual, denunciando su mal proceder. (Las
poblaciones que menciona el fragmento anterior al propio de hoy de hoy, las he
visitado en varias ocasiones, me ha impresionado especialmente las ruinas de
Corozaín, toda ella de piedras basálticas negras y ásperas, todas ellas en ruinas
evidencian el anuncio de Jesús. Por entonces sus nombres sonaban como hoy París,
Londres o Madrid, eran conocidas de todos y puntos de referencia de prosperidad).
Cuando después se encuentra con los más sencillos, es Él el que se asombra y da
gracias al Padre, por lo que ha observado que son y practican. El fragmento del
evangelio de hoy es el Magnificat de Jesús. En esto fue buen discípulo de su Madre.
Corto cántico, pero suficiente para descubrir lo más íntimo de sus sentimientos.
Dios me ha concedido poder encontrarme en el trascurso de mi larga vida con
gente ilustre e inteligente y de prestigio, pero no ha excluido a los pobres y de ellos
he aprendido mucho y también yo doy gracias a Dios por ello. Recuerdo un día que
me despedía de una pobre madre que había perdido repentinamente a su hijo. El
muerto pertenecía a un partido político radicalmente opuesto al cristianismo.
Habían desfilado ante el féretro los gerifaltes, yo ya no podía acompañarla por más
tiempo y, al despedirme, le dije: no sé si Ud tiene fe, pero le digo que en cuanto
llegue a mi parroquia, celebraré la misa por su hijo. Me contestó con humildad:
claro que tengo Fe, ¿no ve que somos pobres?. ¡buena lección me dio! Nunca he
deseado fortuna monetaria, pero aquel día alejó definitivamente posibles futuras
ansias de riqueza.
En más de una ocasión, hablando con un hombre adulto, emigrante, desempleado y
sin papeles, he quedado impresionado de sus explicaciones del Evangelio, la
parábola del hijo prodigo me la contaba con una emoción que de ningún predicador
de campanillas he escuchado.
La oración junto al sagrario de su sobrina, también ella en la misma situación,
añadida la de maternidad en soltería, nunca la había escuchado, repleta de dolor,
sinceridad y humildad, con tanta entereza.
Quienes de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, habéis leído o visto la película
“El nombre de la rosa” os acordaréis de las preocupaciones de aquellos monjes
sobre si el Señor había reído alguna vez. De ello, efectivamente, no da cuenta el
evangelio. Pero sin duda, este “magníficat” de Jesús, lo tuvo que decir sonriendo.
Acordaos de que la gente adulta difícilmente reímos a carcajadas, nuestro gozo se
expresa en discreta sonrisa silenciosa.
Acabo. No busquéis la erudición de los listos, ni la astucia de los perspicaces.
Fijaos, apreciad y aprended más bien, de los ingenuos.
Padre Pedrojosé Ynaraja