“El Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados?”
San Mateo 9, 1-8
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
«ESPERAR CONTRA TODA ESPERANZA»
En la vida de todo creyente, llega un momento en el que Dios le «pone a prueba». Es la
hora dolorosa en la que Dios deja de ser para nosotros el Dios bueno y amante que nos ha
colmado de favores y bendiciones, para convertirse de una manera inexplicable en el
patrón exigente de sus dones a quien hemos de devolverle todo. Es el momento crucial en
el que, faltándonos toda seguridad, nos queda sólo la fe, una fe pura y exigente, que nos
pide «esperar contra toda esperanza», devolviéndole en una adhesión incondicionada
todo lo más querido que nos había dado: tal vez la vida, los talentos que hemos recibido, las
personas queridas. Nos queda sólo él, convertido en «Otro».
Dichoso quien sepa reconocer la «hora» y recorra con Abrahán, en silencio, el camino hacia
el lugar del sacrificio. Dichoso quien pueda subir como él, sin proferir un solo lamento, sin
una sola protesta, la montaña de la ofrenda. Dichoso quien sea capaz de creer como él
que Dios puede hacer resucitar también a los muertos. Dichoso el que recorra hasta el final,
con una determinación firme y ponderada, el camino de la obediencia y de la fe, porque se
configurará plenamente con aquel Dios que, por amor a nosotros, sacrificó a su Hijo amado,
al verdadero Isaac.
ORACION
Virgen santa, tú conociste como ninguna otra criatura en el mundo la hora oscura en
que Dios nos somete a prueba para verificar nuestra fe como oro en el crisol.
Tú, de pie en el monte del sacrificio, consumaste de una manera generosa la ofrenda de tu
Hijo, el verdadero Isaac, inmolado por nosotros en la cruz. Allí pronunciaste, de una manera
tácita, tu nuevo e imposible “sí”, convirtiéndote en madre de todos los creyentes.
Acompáñanos en la hora de la prueba, para que no dudemos de que Dios es fiel y capaz de
dar vida incluso a los muertos. Que la alegría de la resurrección que gustaste, después de
la tragedia del viernes santo, sea para nosotros prenda y certeza de la gran sonrisa que
contemplaremos en el rostro del Padre cuando la obediencia de la fe nos haya configurado
plenamente con el verdadero cordero ofrecido, Jesús, tu Hijo y Señor nuestro. Amén.