J ESÚS VIENE AL ALMA HUMANA , EL TEMPLO DE D IOS , POR LA COMUNIÓN SACRAMENTAL , POR LA
E UCARISTÍA
(Domingo XXXII – TO – Ciclo A –)
“Hizo un látigo de cuerdas y echó a todos del Templo” (cfr. Jn 2, 13-22). El Cordero
manso y humilde de Dios, que se deja llevar, sin resistencia, al sacrificio de la cruz; el Siervo
Pacífico de Yahvéh, que sin oponer la más mínima resistencia se deja conducir a la muerte de
cruz; el Pastor Bueno, el Pastor Santo, el Dios infinitamente bueno y santo, que nos manda
imitar la mansedumbre de su corazón de Hombre-Dios –“Aprended de Mí que soy manso y
humilde de corazón”-, ahora desata su furia santa y arroja a latigazos a los mercaderes del
Templo: “Hizo un látigo de cuerdas y echó a todos del Templo”.
¿Qué es lo que desencadena esta respuesta de Jesús? ¿Qué es lo que lleva a Jesús, el
manso y pacífico Cordero de Dios, a arrojar mesas y bancos, a tirar monedas y animales, y a
hacer un látigo de cuerdas para echar a todos del Templo?
Las respuestas a estas preguntas las tenemos sólo si vemos la escena a la luz de la fe
y sólo si consideramos que cada elemento de la escena tiene un significado simbólico y
preciso, que hace referencia a una realidad sobrenatural: los mercaderes del Templo
representan a la idolatría del dinero, la peor de todas, porque lleva a reemplazar, en el
corazón humano, el amor a Dios y al prójimo por el amor al dinero; los animales de los
mercaderes, representan a las pasiones desordenadas, que obran irracionalmente, fuera del
control de la razón, tal como lo hacen los animales irracionales en la naturaleza; la
conversión del Templo en un lugar de compra y venta de animales, con toda la suciedad
propia de los animales, representan el olvido de Dios por parte del hombre, pero no por parte
de cualquier hombre, sino del hombre llamado “religioso” –consagrado o no-, que ha recibido
el bautismo y la fe y ha renegado de ella, para adorar al dinero y a las pasiones sin control; el
Templo en donde los mercaderes intercambian dinero y compran y venden animales, en vez
de adorar a Dios, es figura del alma humana que ha olvidado a Dios en su corazón, y que en
vez de elevar oraciones y cantos de alabanza por la grandiosidad de Dios Uno y Trino, hace
cálculos humanos para ganar cada vez más dinero, y en vez de dejar que su corazón se
queme con el incienso del amor a Dios y al prójimo, y con el perfume de las buenas acciones,
permite que, así como los animales irracionales ensucian el templo con sus necesidades, así
deja que su alma se ensucie con los malos deseos, con los malos pensamientos y con las
malas obras; los cambistas y vendedores del Templo representan a los hombres, pero no a
cualquier hombre, sino al hombre que lleva el título de “religioso” –sea laico o consagrado-,
porque son miembros del Pueblo Elegido, de Israel, es decir, no son paganos, no son
hombres sin fe, y por eso representan a los católicos que forman parte del Nuevo Pueblo
Elegido, la Iglesia Católica.
Precisamente, porque se trata de personas religiosas, es que encienden más la ira de
Jesús, porque se trata de quienes utilizan a la religión para provecho suyo; usan el templo, la
religión, para comerciar, para obtener ganancias, para ser alabados por los hombres y no
para adorar al Dios Verdadero.
“Hizo un látigo de cuerdas y echó a todos del Templo”. Jesús no puede permanecer
inmutable frente al ultraje que significa que cambistas y vendedores utilicen el Templo de
Dios para sus bajos comercios y pasiones, y por eso los expulsa de la Casa de su Padre,
dejando bien en claro el motivo por el cual lo hace: “La casa de mi Padre es casa de oración
(…) no hagan de la casa de mi Padre casa de comercio”.
El alma de cada ser humano está llamada a ser Templo de Dios; el alma de cada
católico ha sido consagrada, en el bautismo, por el don del Espíritu Santo, como templo de
Dios Uno y Trino; el corazón de cada ser humano está llamado a ser como un sagrario en
donde sea adorado Dios Hijo al entrar en el alma por la comunión; el corazón humano está
llamado a ser el Templo consagrado en donde se queme el incienso del amor a Dios y al
prójimo, y en donde se perciba el aroma perfumado de las buenas obras hechas por amor a
Dios.
Si esto no sucede, si el corazón humano se convierte en lugar en donde se idolatra al
dinero en vez de adorar a Dios; si en el corazón del hombre habitan las bestias salvajes de
las pasiones sin freno, en vez de las Personas de la Santísima Trinidad, entonces la escena
del evangelio cobrará repentina actualidad para nosotros, y escucharemos la voz de Cristo
que nos dice: “No conviertas la casa de mi Padre, tu alma y tu corazón, en una casa de
comercio. Adora a Dios Trino, ama a tu prójimo, y todo en ti será puro y santo”.
Jesús viene al alma humana, el templo de Dios, por la comunión sacramental, por la
Eucaristía; viene a cada corazón humano para convertirlo en su Sagrario viviente, y quiere
encontrar a este templo y a este Sagrario embellecidos con la majestuosidad de las buenas
obras, perfumado con el perfume suave y fragante del Amor a Dios y al prójimo.
De nosotros depende que Jesús, al venir por la Eucaristía, encuentre un templo sucio,
lleno de alimañas, o un Sagrario viviente, en donde se quema incienso en silenciosa
adoración a Su Presencia sacramental.
Padre Álvaro Sánchez Rueda