S ANTA M ISA DE N OCHEBUENA
(Ciclo A – 2008)
La Noche Santa, la Nochebuena, nos presenta a una familia que no difiere mucho de
cualquier otra familia humana: una madre que sostiene en su regazo a su hijo recién nacido;
un hombre, que parece ser su esposo, que contempla a la madre y al hijo.
¿En qué difiere esta familia de Nochebuena, que representa al cristianismo, de
cualquier otra familia humana? ¿Hay alguna diferencia? ¿No parece ser una familia más,
como cualquier otra familia de la tierra?
Las preguntas son válidas, porque el cristianismo, el catolicismo, desarrolla y basa toda
su fe y toda su creencia, todos sus dogmas, alrededor de esta Familia de Nochebuena.
La clave para responder a estas preguntas está en el Niño y también en la Madre, ya
que se trata de una Madre Virgen, pero detengámonos por un momento en el Niño. Ahora
bien, para contemplar al Niño, sólo lo podemos hacer bajo la luz de la fe: es con la luz de la
fe de la Iglesia Católica, y sólo con esta luz, con la cual debemos contemplar a la Familia de
Nochebuena y al Niño de Belén.
Es por la fe que se nos revela a nosotros la luz de Dios, y así, con esta luz, podemos
ver en este Niño, que se nos aparece débil, con la debilidad de todo recién nacido, a Dios
Hijo, que procede eternamente del Padre y que viene a este mundo encarnándose en el seno
de la Virgen Madre. Es por la fe que vemos en este Niño recién nacido al Rey de la gloria, a la
luz de la divina sabiduría, al poder de Dios que vence al mundo 1 y al infierno.
Es por la fe que creemo s lo que el Niño dice de sí mismo y lo que los demás dicen de
Él.
Este Niño dirá más adelante, cuando sea adulto y anuncie la Buena Nueva: “Quien Me
ve, ve al Padre” (cfr. Jn 14, 9).
Quien ve al Niño de Belén, no ve a un niño más entre otros: vea la Imagen de la gloria
del Padre; ve al Padre en el Hijo; quien ve al Niño de Belén ve, en el misterio, a Dios Padre.
Este Niño dirá más adelante: “El Espíritu procede del Padre y de Mí”. Este Niño es
Dador del Espíritu Santo, junto al Padre, porque es Dios, como el Padre y como el Espíritu
Santo; este Niño es Dios Hijo. Por eso, este Niño no es un niño como cualquier otro.
De este Niño dirá Juan el Bautista más adelante: “Éste es el Cordero de Dios”. El Niño
de Belén es el Cordero de Dios Padre, que será inmolado en la cruz por la salvación del
mundo.
De este Niño dirá luego la Iglesia, cuando lo revele al mundo revestido como Pan de
Vida eterna: “Éste es el Cordero de Dios”.
“Yo Soy la luz del mundo”, dirá este Niño de sí mismo más adelante; y Él es la luz de
Dios; es luz eterna que proviene de la luz eterna, que viene a este mundo envuelto en una
naturaleza humana, como un niño, para iluminar las tinieblas del hombre, para vencer para
siempre a las tinieblas del infierno, y para conducir al hombre a la luz eterna de Dios Trino.
1 Cfr. O DO C ASEL , Presenza del mistero di Cristo , Editrice Queriniana, Brescia 1995, 64.
Si celebramos la Nochebuena y la Navidad, no podemos quedarnos, como católicos que
somos, en la mera contemplación del Pesebre; no podemos quedarnos en simplemente
considerar la simpatía de la escena, sino que debemos contemplar, por la fe, la manifestación
de Dios Hijo en este Niño de Belén 2 .
Sólo entonces se nos revelará la Noche Santa en su esplendor divino, en su significado
suprahistórico, que trasciende todo tiempo, porque es eterno; sólo entonces se nos revelará
el rostro de Dios Padre en el rostro de Dios Hijo nacido como Niño.
Sólo el creyente, iluminado por la luz de la fe, puede contemplar esta realidad de la
Familia de Nochebuena; sólo quien cree que ese Niño es Dios Hijo en Persona, puede ver la
Navidad tal como es, el inicio y el fundamento de la grandiosa obra de Dios, la redención de
la humanidad.
Esto es entonces lo que diferencia a esta Familia de Nochebuena en una familia única:
de esta Familia surge el Redentor de la humanidad, y por esta Familia la historia de la
humanidad se divide en dos. Por el nacimiento del Niño Dios de una Madre Virgen, la historia
de la humanidad tiene un antes y un después del Niño Dios.
Nada es igual antes y después de Navidad: Dios está aquí, Dios está con nosotros; el
Emmanuel, Dios con nosotros, deja de ser una esperanza para convertirse en realidad. La
Navidad es una realidad que sucedió verdaderamente hace tiempo, y nosotros
la
conmemoramos. Pero festejar la Navidad no se reduce al recuerdo de la memoria ni a la
piedad.
Festejar la Navidad no es simplemente recordar: la Nochebuena y la Navidad, son una
realidad mística, celestial, sobrenatural, de la cual estamos llamados a participar por la gracia
y por la fe; estamos llamados, como católicos, como hijos de Dios, a ser parte activ a del
misterio de Dios que viene a este mundo como Niño Dios.
Ese mismo Niño, que nació en Belén hace dos mil años, que padeció en la cruz, que
murió, fue sepultado y resucitó, es el mismo que viene a nuestro encuentro en la Eucaristía,
para convertir al alma en un Nuevo Belén.
De esta manera, la Nochebuena adquiere para los cristianos un significado misterioso,
trascendente, sobrenatural: no sólo recordamos el Nacimiento del Niño Dios en Palestina; no
sólo participamos, por la gracia y por la fe, del Nacimiento, sino que recibimos, en Persona, al
Niño Dios, Jesús de Nazareth, en la Eucaristía, quien convierte, con su Presencia sacramental,
al alma del cristiano en un Nuevo Belén.
A este Niño Dios, que viene para nosotros, adoremos en el espíritu, adoremo s en
Nochebuena, adoremos en la Noche Santa, adoremos en la Santa Misa.
Padre Álvaro Sánchez Rueda
2 Cfr. ibidem , 64.