El pan de la vida
Homilía para la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo
A)
La Iglesia se admira ante el Sacramento en el que Cristo nos dejó el
memorial de su pasión y le pide al Señor que nos conceda venerar de tal
modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que
experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención.
La solemnidad del Corpus Christi tiene como finalidad esta veneración ; es
decir, el sumo respeto y el culto reverente al Santísimo Sacramento del
Altar, no solo durante la celebración de la Santa Misa sino también en la
reserva eucarística en el sagrario, en la exposición solemne o en la
bendición y en las procesiones eucarísticas.
El motivo de esta veneración es la presencia de Cristo bajo las especies
eucarísticas: En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos
verdadera , real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma
y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y, por consiguiente, Cristo
entero ”, ensea el Concilio de Trento.
La presencia de Cristo en la Eucaristía es una presencia real por excelencia,
por ser substancial : “por la consagracin del pan y del vino se opera el
cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo
nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su
Sangre”, dice también el Concilio de Trento.
Las apariencias no cambian: lo que parecía pan y vino sigue pareciendo pan
y vino, pero la realidad última que sustenta estas apariencias sí se
transforma en virtud de la palabra de Cristo y de la acción del Espíritu
Santo. San Ambrosio comenta: “La palabra de Cristo, que pudo hacer de la
nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no
eran todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera
que cambiársela”.
La Eucaristía no es un pan cualquiera, sino el “pan de la vida”, ya que
procede de Dios, la verdadera fuente de la vida. Cuando Israel atravesaba
el desierto, era Dios quien lo alimentaba con el maná, significando así su
presencia eficaz en medio de su pueblo y simbolizando el alimento que
viene de lo alto: la palabra de Dios, ya que “no solo de pan vive el hombre,
sino de todo cuanto sale de la boca de Dios” (cf Dt 8).
La presencia de Dios en medio de nosotros llega a su máxima expresión con
la Encarnación del Verbo: el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, se hizo carne.
Él es, en persona, el maná, el pan de la vida: “Yo soy el pan vivo que ha
bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre” (cf Jn 6,51-
58). Jesús mismo se hace alimento para que, recibiéndolo con fe, tengamos
vida eterna: “en el misterio de la Eucaristía se muestra cuál es el verdadero
maná, el auténtico pan del cielo: es el Logos de Dios que se ha hecho
carne, que se ha entregado a sí mismo por nosotros en el misterio pascual”
(Benedicto XVI, Verbum Domini 54).
San Agustín dice que comer el pan de la vida, comulgando
sacramentalmente, exige “permanecer en Cristo y tener a Cristo
permaneciendo en sí” y, por consiguiente, implica formar parte de la unidad
del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia: “El pan es uno, y así nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos
del mismo pan” (cf 1 Cor 10,16-17).
Que el Señor nos conceda, al venerar los sagrados misterios de su Cuerpo y
de su Sangre, observar su palabra y permanecer unidos a Él en su santa
Iglesia.
Guillermo Juan Morado.