Solemnidad de San Pedro y San Pablo - Ciclo A
R.P. Carlos Miguel Buela, IVE.
El multifacético Pedro
Hoy celebra la Iglesia el santo martirio de los dióscuros cristianos,
Pedro y Pablo, que en Roma dieron el supremo testimonio de
Jesucristo derramando su sangre por Él. Por razón de tiempo casi
exclusivamente me referiré al multifacético Pedro. Lo haré en forma
de florilegio.
1. Pescador.
«Caminando (Jesús) por la ribera del mar de Galilea vio a dos
hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la
red en el mar, pues eran pescadores...» (Mt 4, 18).
2. Esposo.
«Al llegar Jesús a casa de Pedro, vio a la suegra de éste en cama, con
fiebre» (Mt 8, 14).
3. Elegido.
«Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían
oído a Juan y habían seguido a Jesús. Este se encuentra
primeramente con su hermano Simón y le dice: "Hemos encontrado al
Mesías" – que quiere decir, Cristo. Y le llevó donde Jesús. Jesús,
fijando su mirada en él, le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te
llamarás Cefas" – que quiere decir, "Piedra"» (Jn 1, 41-42).
4. Discípulo.
«Tomando Pedro la palabra, le dijo: "Explícanos la parábola". (Mt
15, 15).
5. Testigo.
En el monte Tabor: «Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a
Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y
se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol
y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les
aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la
palabra, dijo a Jesús: "Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré
aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías"» (Mt
17, 1-4).
En el monte de los Olivos, en Getsemaní: «Y tomando consigo a Pedro
y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dice: "Mi alma está triste hasta el punto de morir;
quedaos aquí y velad conmigo". Y adelantándose un poco, cayó rostro
en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí
esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú". Viene
entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a
Pedro: "¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y
orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto,
pero la carne es débil"» (Mt 26, 37-41).
En el monte Gareb: «Salieron Pedro y el otro discípulo, y se
encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo
corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro.
Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también
Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el
suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino
plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo,
el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta
entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía
resucitar de entre los muertos» (Jn 20, 3-9).
6. Apóstol.
«Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón,
llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su
hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano;
Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote,
el mismo que le entregó. A estos doce envió Jesús...» (Mt 10, 2-5).7
7. Hagiógrafo.
«Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la
Dispersión: en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos
según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción
santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados
con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes» (1 Pe 1, 2).
«Simeón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia
de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe
tan preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por
el conocimiento de nuestro Señor» (2 Pe 1-2).
8. Taumaturgo.
«Había un hombre, tullido desde su nacimiento, al que llevaban y
ponían todos los días junto a la puerta del Templo llamada Hermosa
para que pidiera limosna a los que entraban en el Templo. Este, al ver
a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les pidió una
limosna. Pedro fijó en él la mirada juntamente con Juan, y le dijo:
"Míranos". Él les miraba con fijeza esperando recibir algo de ellos.
Pedro le dijo: "No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en
nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar". Y tomándole de la
mano derecha le levantó. Al instante cobraron fuerza sus pies y
tobillos, y de un salto se puso en pie y andaba. Entró con ellos en el
Templo andando, saltando y alabando a Dios» (Hech 3, 2-8).
«Los creyentes cada vez en mayor número se adherían al Señor, una
multitud de hombres y mujeres. ... hasta tal punto que incluso
sacaban los enfermos a las plazas y los colocaban en lechos y
camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a
alguno de ellos. También acudía la multitud de las ciudades vecinas a
Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos;
y todos eran curados» (Hech 5, 14-16).
«Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a
visitar a los santos que habitaban en Lida. Encontró allí a un hombre
llamado Eneas, tendido en una camilla desde hacía ocho años, pues
estaba paralítico. Pedro le dijo: "Eneas, Jesucristo te cura; levántate y
arregla tu lecho". Y al instante se levantó» (Hech 9, 32-34).
«Había en Joppe una discípula llamada Tabitá, que quiere decir
Dorcás. Era rica en buenas obras y en limosnas que hacía. Por
aquellos días enfermó y murió. La lavaron y la pusieron en la estancia
superior. Lida está cerca de Joppe, y los discípulos, al enterarse que
Pedro estaba allí, enviaron dos hombres con este ruego: "No tardes
en venir a nosotros". Pedro partió inmediatamente con ellos. Así que
llegó le hicieron subir a la estancia superior y se le presentaron todas
las viudas llorando y mostrando las túnicas y los mantos que Dorcás
hacía mientras estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de
rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: "Tabitá, levántate".
Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. Pedro le dio la mano
y la levantó» (Hech 9, 36-41).
9. Predicador.
«Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les
dijo: "Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien
claro y prestad atención a mis palabras: ... Israelitas, escuchad estas
palabras: A Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre
vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio
entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue
entregado según el determinado designio y previo conocimiento de
Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los
impíos; a éste, pues, Dios le resucitó..."» (Hech 2, 14-15. 22-24).
10. Papa.
La promesa del Primado: «Díceles él: "Y vosotros ¿quién decís que soy
yo?" Simón Pedro contestó: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo".
Replicando Jesús le dijo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás,
porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos;
y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates
en la tierra quedará desatado en los cielos"» (Mt 16, 15-19).
La investidura del Primado: «Después de haber comido, dice Jesús a
Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?" Le dice él:
"Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Le dice Jesús: "Apacienta mis
corderos". Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón de Juan, ¿me
amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Le dice Jesús:
"Apacienta mis ovejas". Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me
quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez:
"¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te
quiero". Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas"» (Jn 20, 15-17).
Ejerce el Primado: «Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en
medio de los hermanos –el número de los reunidos era de unos ciento
veinte– y les dijo: "Hermanos, era preciso que se cumpliera la
Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había
hablado..."» (Hech 1, 15-16).
11. Mártir.
«"En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te
ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo,
extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no
quieras". Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar
a Dios» (Jn 20, 18-19). Una nube de testigos(1) habla del martirio de
los Príncipes de los Apóstoles, así: El Papa San Clemente Romano –de
quien decía San Ireneo de Lyon: «...en tercer lugar, a partir de los
Apóstoles, hereda el episcopado Clemente, que también había visto a
los bienaventurados Apóstoles y tratado con ellos, y todavía tenía
resonándole en sus oídos la predicación de los Apóstoles y delante de
los ojos su tradición»(2) – afirmaba: «Por emulación y envidia fueron
perseguidos los que eran máximas y justísimas columnas de la Iglesia
y sostuvieron combate hasta la muerte. Pongamos ante nuestros ojos
a los santos Apóstoles.
A Pedro, quien, por inicua emulación, hubo de soportar no uno ni dos,
sino muchos más trabajos. Y después de dar así su testimonio,
marchó al lugar de la gloria que le era debido. Por la envidia y
rivalidad mostró Pablo el galardón de la paciencia. Por seis veces fue
cargado de cadenas; fue desterrado, apedreado; hecho heraldo de
Cristo en Oriente y Occidente, alcanzó la noble fama de su fe; y
después de haber enseñado en todo el mundo la justicia y haber
llegado hasta el límite de Occidente y dado su testimonio ante los
príncipes, salió así de este mundo y marchó al lugar santo,
dejándonos el más alto dechado de paciencia».(3) San Dionisio de
Corinto: «Y, en efecto, habiendo ambos plantado en esta nuestra
ciudad de Corinto, también a vosotros os enseñaron, y ambos,
igualmente, después de enseñar juntos en Italia, sufrieron por el
mismo tiempo el martirio».(4)
Tertuliano: «¡Feliz Iglesia ésta, sobre la que derramaron los apóstoles,
juntamente con su sangre, toda su doctrina! Allí Pedro igualó la Pasión
del Señor; allí Pablo fue coronado con la muerte de Juan Bautista; allí
el apóstol Juan, después de ser sumergido en aceite hirviendo, sin
sufrir daño, fue relegado a la isla».(5)
Leemos en la Vida de los Césares: Nerón fue el primero en
ensangrentar la fe cuando crecía en Roma. Entonces Pedro es ceñido
por otro, cuando es atado a la cruz. Entonces Pablo es, por
nacimiento, de ciudadanía romana, cuando renace por nobleza del
martirio».(6) «Veamos [...] qué leen los filipenses, los tesalonicenses,
los efesios; qué suenan ahí cerca los romanos, a quienes Pedro y
Pablo dejaron el Evangelio hasta firmado con su sangre».(7)
Orígenes : «Parece que Pedro predicó en el Ponto, en Bitinia,
Capadocia y Asia a los judíos de la dispersión. Venido, hacia el fin de
su vida, a Roma, allí fue crucificado cabeza abajo, por haber pedido él
mismo sufrir este modo de martirio. ¿Y qué hablar de Pablo, llenó el
Evangelio de Cristo, desde Jerusalén al Ilírico, y sufrió luego el
martirio en Roma bajo Nerón?».(8)
Cayo, presbítero romano (escribe entre 198-217): «Yo puedo señalar
los trofeos o sepulcros de los Apóstoles. En efecto, si quieres venir al
Vaticano o a la Vía Ostiense, hallarás los trofeos de los que asentaron
esta Iglesia».(9)
Porfirio Neoplatónico (muere en Roma el 303), enemigo de Jesucristo:
«Veamos aquello que se dice a Pablo; "Dijo en visión el Señor por la
noche a Pablo: 'No temas, sino habla, pues yo estoy contigo y nadie
te echará encima las manos para dañarte'" (Hech 18, 9). Y a este
fanfarrón, apenas llega a Roma, se le prende y corta la cabeza, él,
que decía: "A los mismos Ángeles juzgaremos". Es más, el mismo
Pedro, que tuvo potestad de apacentar a los corderos, clavado en una
cruz, muere empalado».(10)
Eusebio de Cesarea (muere el 340): «Cuando los santísimos apóstoles
Pedro y Pablo fueron coronados, en el combate por Cristo, con la
corona del martirio».(11)
Lactancio: «Así, siendo el primero en perseguir a los siervos de Dios,
a Pedro le clavó en la cruz y a Pablo le pasó a espada».(12)
Orosio: «Empeñado en extirpar el nombre mismo de los cristianos, de
los beatísimos apóstoles de Cristo Pedro y Pablo, a uno le mandó a
clavar en cruz, al otro lo pasó al filo de espada».(13)
Sulpicio Severo: «Muchos eran crucificados o quemados vivos».(14)
«Entonces fueron condenados a muerte Pedro y Pablo. A Pablo le
cortaron a espada el cuello; a Pedro lo levantaron en una cruz».(15)
San Agustín: «Hubo de sufrir cadenas, azotes, cárceles y naufragios.
El Señor mismo le procuró la pasión y lo condujo a la gloria de este
día. En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero
ellos dos eran una unidad ("duo unum erant"); aunque padeciesen en
distintas fechas, eran una unidad. Pedro fue delante, Pablo
detrás».(16)
«Pedro, por tanto, fue el primero de los apóstoles, y Pablo el último;
Dios, en cambio, de quién ellos eran siervos, heraldos y predicadores,
es el primero y el último. Pedro es el primero de los apóstoles, y Pablo
el último: Dios es el primero y el último, antes de quien no hay nada,
ni tampoco después. Dios, pues, se presenta a sí mismo como el
primero y el último por su eternidad, unió en la pasión al primero y al
último de los apóstoles. Las pasiones de uno y otro se aúnan en la
fecha de celebración, del mismo modo que a sus vidas las aúna la
caridad».(17)
«El merecimiento hizo igual la pasión, y la caridad hizo que
coincidieran en el día. Así lo hizo en ellos quien en ellos estaba y en
ellos y con ellos padecía, quien ayuda a los combatientes y corona a
los vencedores».(18)
12. Santo.
Del otro lado del Tévere (el río Tíber), sobre el cementerio judeo-
cristiano de la colina Vaticana, del siglo I, se alza majestuosa la
Basílica de Miguel Ángel y Maderno, que cobija en sus entrañas el
sepulcro y los huesos del primero de los Apóstoles. Es el centro de la
Cristiandad que recibe el mayor número de peregrinos por año. Cobija
las reliquias de alguien que fue muy santo.
13. Sucesores.
El único de los Doce que transmite a sus Sucesores sus poderes es
Pedro. De él brota una cadena ininterrumpida de 264 Obispos de
Roma, hasta el actual, Juan Pablo II. Todos Cabezas visibles de la
Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Y así, Pedro y Pablo, sobre
todo con su martirio, dan brillo y lustre a la Iglesia de Roma y a sus
Obispos, y, a su vez, los que han encabezado la Iglesia que guarda
sus trofeos, han hecho refulgir, de manera inigualable, el clarividente
testimonio de aquellos dos gigantes que eran uno: «duo unum erant».
Y todos juntos, los 264 Obispos de Roma, Sucesores de Pedro, forman
un inmenso coro de alabanza y testimonio de la preeminencia sin par
de Jesucristo, de Quien han sido Vicarios sobre la tierra.
Que la «Salus Populi Romani», desde el monte Esquilino, proteja
siempre al que vive en el monte Vaticano, custodiando la fe y los
huesos del primer Papa, del primer Padre de los Padres. Y nos consiga
la gracia de la fidelidad a Pedro.
(R.P. Carlos Miguel Buela)
Notas
(1) Todas las citas, salvo las de San Agustín están tomadas de Actas
de los Mártires, BAC, Madrid, 1974, p. 226ss.
(2) San Ireneo, Adv. haer. III, 3, 3, y apud Eusebio, HE V, 6, 1-3. (3)
San Clemente Romano, Carta primera a los Corintios, V, 1-3. VI.
(4) San Dionisio de Corinto, apud Eusebio., HE II, 25, 8.
(5) Tertuliano, De praescriptione, 36, 1-3.
(6) Tertuliano, Scorpiace, 15, 2-5.
(7) Tertuliano, Adv. Marcionem, 4, 5, 2.
(8) Orígenes, apud Eusebio, HE, III, 1, 1-3.
(9) Cayo, presbítero romano, apud Eusebio, HE, II, 25, 5-7.
(10) Texto conservado en la obra de Macario Magnes, editada por A.
Harnack, TU 37, 4 (1911), p. 74 Cf.Kirch, FE, p. 200, n. 328.
(11) Eusebio, Chron., 2, 2.084, ad a. Chr.70.
(12) Lactancio, De Mort. Pers., 2, 4-6.
(13) Orosio, Historiarum ad. pag., VII, 7, 10.
(14) Sulpicio Severo, Chronicorum, 3, 29.
(15) Sulpicio Severo, Chronicorum, 3, 29.
(16) San Agustín, Sermón 295, c. VII; citado en Obras Completas de
San Agustín, t. XXV, BAC, Madrid, 1984, p. 264.
(17) San Agustín, Sermón 299; o.c., p. 302.
(18) San Agustín, Sermón 299A; o.c., p. 320