ESCUCHAR AL DIOS QUE NOS HABLA
(DOMINGO XV. T.O. Ciclo A)
14 julio 2002
El Dios en quien creemos es alguien cercano a nosotros. Tanto que ha querido
comunicarse con nosotros. Por eso, Dios nos ha hablado. Esto manifiesta una
actitud de amor, inesperada e inexplicable para nosotros. Porque hablar es
comunicar al oyente la propia intimidad. Así, mediante su Palabra, Dios nos ha
permitido asomarnos a su interior, conocerlo por dentro, saber de sus
sentimientos... Este Dios no quiere ser un extraño, ni siquiera alguien distante.
Pero, a la misma vez, Dios se nos acerca respetando la libertad que nos ha
regalado. Jamás forzará nuestras decisiones. Como suele decirse: llama a la puerta
y espera. No empuja, no abre si nosotros no se lo permitimos.
Esto es lo que se nos explica con la parábola del Sembrador (Mt 13,1-23). Dios
derrama sobre nosotros sus gracias, para que podamos dar el fruto de la santidad.
Lo hace a todos por igual: la parábola no establece diferencias en cuanto a lo
sembrado, sino en cuanto a la tierra que recibe la semilla. Por eso, el fruto depende
de las cualidades de la tierra, de las diversas actitudes de los que reciben la gracia.
El Sembrador brinda la posibilidad... y espera. Nosotros no producimos nada por
nuestra dureza, nos entusiasmamos de modo pasajero, queremos compaginar lo
que se deriva de la Palabra con lo que ocupa nuestros intereses... o, por el
contrario, aceptamos generosos la presencia de la Palabra y llegamos a frutos
abundantes.
Es decir, Dios quiere dialogar con nosotros. En cada uno está la posibilidad de ser
su interlocutor. Y también la de cerrarnos a su presencia y mirar para otro lado.
Una cosa es clara: el diálogo es cosa de dos. Por mucho que Dios se empeñe, si tú
o yo no queremos, jamás podrá establecer una "conversación" salvadora.
Dios tiene un proyecto para tu vida. ¿Por qué no lo escuchas? ¡A lo mejor te
ilusiona y comienzas a preparar tu tierra y a crear las condiciones necesarias para
que su Palabra fructifique en tu vida!
Miguel Esparza Fernández