“Jesús convocó a sus doce discípulos”
Mt 10, 1-7
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
JESÚS NOS LLAMA POR NUESTRO NOMBRE
“En este día te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir
y derribar, para edificar y plantar” (Jr 1,10). El discípulo experimenta a diario una llamada
que le impulsa en los meandros de la historia humana, enriquecido con aquella sabiduría
que no es motivo de orgullo, porque está escrito: “Que el sabio no alardee de su sabiduría,
que el soldado no alardee de su fuerza, que el rico no alardee de su riqueza; el que quiera
alardear que alardee de esto: de conocerme y comprender que yo soy el Señor, el que
implanta en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me complazco en ellas” (Jr
9,22ss). Ha sido enviado, en efecto, a anunciar la necedad de la cruz, la Buena Nueva de la
misericordia y el perdón, que él mismo ha experimentado, y en la que se manifiesta que el
sentido de todo radica en hacer la voluntad del Padre, a imagen de Cristo, primogénito de
toda criatura: “Cristo no me ha enviado a bautizar, sino a evangelizar, y esto sin hacer
ostentación de elocuencia, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo” (1 Cor 1,17).
En nuestros días, es importante que el corazón entre en esta dinámica de llamada. Jesús
nos llama por nuestro nombre. Para él, yo también soy único e irrepetible. Me conoce y me
ama desde siempre. Su proyecto de salvación no consiste sólo en sacarme fuera de la
falsedad de una vida centrada en intereses de corto alcance, sino que quiere hacer de mí
nada menos que un instrumento de su salvación. Lo que importa es creer que él me da su
poder y, en su nombre, puedo llegar a ser luz para los hermanos con tal de que
permanezca en contacto con él mediante una fuerte oración y mi corazón esté orientado a
él y a los intereses del Reino.
ORACION
Dios nuestro, cuánta hambre hay en el fondo de mi humanidad, cuánta sed ardiente en el
fondo de mis deseos, cuánto deseo de amor en el fondo de mi corazón...
Quisiera el bien por el que suspiro, quisiera la respiración y el calor de tu presencia, que
caldea toda fría cavidad, toda absurda pretensión de mi corazón destrozado.
Mi amor, mi bien, tú me sacias con pan de lágrimas, me haces beber lágrimas en
abundancia. Tú, oh Dios mío, me darás el pan de tu cielo. Tú, oh Dios mío, me das a tu Hijo
en la cruz. Tú, oh Dios mío, me sacias de mi debilidad, para que, también en la hora del
abandono, pueda recuperar la fuerza de la memoria y gritar con toda la verdad de mis
fibras: Abbá, Padre.
Continúa llamándome por mi nombre, Señor. Y, de viña idólatra, hazme sarmiento vivo de
tu ser Vid verdadera. Concédeme dar fruto para el Reino, en ti y por ti.