“Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente”
Mt 10, 7-15
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
“SEÑOR, TÚ NOS CONCEDERÁS LA PAZ, PUES TODO LO QUE HACEMOS ERES TÚ
QUIEN LO REALIZA” (Is 26,12).
La paz del discípulo es el resultado de su adhesión y fidelidad al contenido del anuncio de
Jesús: «Se ha cumplido el plazo y está llegando el Reino de Dios. Convertíos y creed en el
Evangelio» (Mc 1,15). El discípulo, en su caminar, vive la certeza de haber recibido y tener que
custodiar un don precioso —el Reino de Dios, Jesucristo mismo— por el que vale la pena
dejarlo todo —padres, trabajo, el propio pasado y el propio presente— enseguida, de
inmediato, venciendo la tentación de mirar atrás, confiando más bien su propio futuro a una
Palabra que exige obediencia: «Seguidme, os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17). La
palabra del seguimiento, acogida en un clima de obediencia, nos introduce en la diaconía de
Cristo con el mundo y el hombre y se caracteriza por la configuración con el Hijo, que le hace
perder al enviado cualquier tipo de temerosa sujeción, permitiéndole desarrollarse en la libre
dignidad de una relación filial regalada (Gal 4,7).
La naturaleza cristiforme de la misión desarrollada por el discípulo interpreta y despliega al
mismo tiempo el ejemplo de Cristo, sin pretender asignar al servicio de la Palabra ninguna
connotación voluntarista, propia de quien pretende celebrar en el obrar virtuoso y
comprometido la superioridad de su propio estatuto moral. El discípulo sabe, en efecto, que la
Palabra del Reino ha sido confiada a los pequeños y, en la medida en que él sea capaz de
volverse como un niño, tendrá en sus labios la Palabra de vida, para anunciarla desde los
tejados y llevar la salvación al mundo, hasta el último rincón de la tierra (cf Is 49,6).
El discípulo, enviado a anunciar con hechos y con verdad la Palabra de salvación, a contar que
Dios dirige en Cristo su mirada providente sobre la historia humana, no desea «plata, oro o
vestidos» (Hch 20,33), no desea «ganancias ilícitas» (1 Tim 3,8; Tit 1,7), porque ha aprendido
que «allí donde está su tesoro está también su corazón» (Mt 6,21). La adhesión al Señor, la
participación en su misión, es lo que llena el corazón del discípulo, porque él es «el camino, la
verdad y la vida» (Jn 14,6).
ORACION
En la tierra de mi exilio te alabo, oh Señor, y manifiesto la fuerza y la grandeza de tu paternidad
a todo el pueblo de tu creación.
En la oscuridad de mi nada, oh Señor, te alabo porque, incluso en medio de la oscuridad de la
tristeza, contemplo en mi carne la impronta de tu dedo poderoso.
En la noche de mi errar te grito mi súplica y mi agradecimiento porque, en medio de la
incertidumbre de mi creer, veo la Luz de la Esperanza, al Anhelado y al Esperado, a Cristo, tu
luz gozosa que inunda de santo fuego los pasos de mi errar y me permite reposar en el
Misterio.